martes, 18 de octubre de 2011

LA ALQUIMIA. Un secreto que se protege solo.

 

Gracias al “El Misterio de las Catedrales” y “Las Moradas Filosofales”, de Fulcanelli, y su asociación al simbolismo alquímico del Taoísmo, Budismo y Kundalini Yoga.
Gracias a la raza Hiperbórea, a los alquimistas de todas las épocas, los nacidos y por nacer.


PROLOGO

Hemos elegido al maestro Fulcanelli, para nuestro trabajo, principalmente por considerarlo el alquimista del siglo veinte por excelencia. Esto no significa que no reconozcamos la existencia de otros adeptos, en verdad este siglo ha producido varios, entre ellos al señor E. Canseliet discípulo fiel del maestro Fulcanelli y sin el cual la obra del insigne alquimista tal vez jamás hubiese sido conocida. Sin embargo es Fulcanelli y su obra, dentro de la literatura alquímica de esta centuria, quien por valor propio ha ganado un lugar dentro de los textos clásicos del Arte Hermético, destacándose por ello de entre todos los demás.

Por otro lado, El Misterio De Las Catedrales y Las Moradas Filosofales, deben ser consideradas como un verdadero compendio del simbolismo alquímico medieval. Razón que las hace invaluables, pues han conservado para la posteridad la tradición alquímica de aquellos tiempos y ha permitido mantener vivo y continuo el hilo histórico de la Gran Obra y de los adeptos que la han realizado.

Sin temor ha equivocarnos, podemos afirmar que con estas dos obras tenemos en nuestras manos todo el simbolismo alquímico medieval de Occidente, lo cual redunda en beneficio del estudioso, pues le evita tener que recurrir a infinidad de textos de consulta y comparación. Solo por este hecho, las obras del maestro Fulcanelli son invaluables.

Por supuesto, este no es su único mérito. Como un viejo y querido amigo, el destacado alquimista nos lleva a pasear por la arquitectura de los "siglos oscuros", llamando nuestra atención en este o aquel detalle, dándonos explicaciones del mismo, su significado en la Gran Obra, trayendo a memoria las enseñanzas de los viejos maestros y filosofando sobre la historia y el porvenir humano.

Ciertamente la lectura de El Misterio De Las Catedrales y Las Moradas Filosofales no es cosa fácil. Fulcanelli en esto ha seguido el estilo de los viejos maestros. Si es claro y preciso en una parte, se convierte en algo oscuro y metafórico en otra. No podemos culparlo, es fiel al Arte y a la escuela a la que representa. Sin embargo, sigue siendo más preciso y accesible a nuestras mentes que sus antecesores medievales.

Conscientes del hecho que la obra de Fulcanelli sigue siendo velada y difícil, para muchas de las mentalidades de nuestra época, hemos tomado en nuestros hombros la tarea de clarificarla y asegurar con ello que la Gran Obra sea comprendida por nuestros contemporáneos y asegure, así, su continuidad en el tiempo. No será tarea fácil, estamos seguro de ello, pero contamos con la comprensión del lector y su infinita paciencia.

No tememos develar más de la cuenta, pues nuestra escuela de pensamiento afirma que el secreto alquímico se protege a sí mismo, ya que se basa en la práctica perseverante y en un estado superior de conciencia. Nadie que no sea capaz de llevar a la práctica el conocimiento alquímico develara el secreto. Y nadie que no posea el estado de conciencia adecuado será capaz de realizar la práctica por la senda correcta. Ello nos da la tranquilidad necesaria para hablar con toda claridad. En favor de esta claridad, nuestra obra tendrá una exposición lineal y algo pedagógica, con lo cual puede tornarse árida, repetitiva y pedante desde el punto de vista literario, pero sabemos que el estudioso sabrá trascender estos defectos, en favor de la comprensión de los principios alquímicos que estamos buscando por parte del lector.

Hace veintiún años que iniciamos nuestras prácticas alquímicas, tanto en su aspecto macrocósmico como microcósmico, y sabemos cuan difícil es entender los viejos textos y su enseñanza. Intentaremos explicar a Fulcanelli a través de Fulcanelli. Ello nos hará volver atrás y adelante en sus obras y hurgar con profundidad en sus comentarios. Solo utilizaremos referencias, de otros autores y textos, con el fin de apoyar nuestras observaciones o esclarecer, aun más, las afirmaciones del viejo Maestro.

Siempre que utilicemos material de referencia irá acompañado de un número entre paréntesis, indicación de la nota bibliográfica pertinente que permitirá, al investigador serio, comparar lo que exponemos con la fuente original.

Sabemos que algunos discreparán de nuestras interpretaciones, no nos molesta, somos conscientes que la verdad tiene muchos niveles de interpretación. En este sentido solo podemos hacer propias las palabras del mismo Fulcanelli:

“Tal vez otros, más eruditos o más sabios, ofrecerán una interpretación mejor, pues no pretendemos imponer a nadie la tesis que dejamos expuesta” (1).

Ya sea que la presente obra sirva para que algún investigador serio realice con éxito la Gran Obra Solar o para que sea portador y vehículo del conocimiento para alcanzarla (tarea nada despreciable, ya que asegura a las futuras generaciones el acceso a tan sublimes enseñanzas), estaremos satisfechos, pues sabremos que nuestros esfuerzos no fueron en vano y habremos contribuido, humildemente, a mantener viva la llama del Fuego Secreto.

ORIENTE Y OCCIDENTE, ALQUIMIA DE PUERTA ABIERTA Y ALQUIMIA DE PUERTA CERRADA.

Por su naturaleza la alquimia es un arte esotérico, es decir, interno. El éxito de la Gran Obra es un asunto íntimo, personal, que solo atañe al propio alquimista y su materia. Sin embargo, hemos querido designar con el nombre de "alquimia abierta" a la enseñanza hermética que ha sido entregada en forma simple y directa; y "alquimia cerrada" a aquella enseñanza escondida bajo el simbolismo o la metáfora. En occidente el arte alquímico tomó con preferencia el carácter "cerrado" por diversas razones.

En primera instancia estuvieron las intensas persecuciones religiosas, que enviaban al calabozo, la horca u hoguera a todo aquel que profesara un saber o conocimiento diferente al admitido por la religión oficial. Esto motivó a muchos alquimistas a permanecer en el anonimato y a disfrazar sus enseñanzas con el simbolismo religioso imperante. Esta es la tónica característica de los siglos medievales y la explicación principal de la proliferación de imágenes religiosas tan especiales durante esa época.

Una segunda razón que motivaba a los alquimistas a mantenerse en secreto eran las persecuciones por parte de los poderosos y gobernantes, que deseaban extraer a toda costa, recurriendo sin asco a la tortura y asesinato, el secreto para la fabricación del oro con el cual aumentar sus riquezas o mitigar sus deudas. El caso del alquimista Alexander Sethon, apodado "el cosmopolita", es el más triste ejemplo de esta situación.

Como tercer punto tenemos la tradición hermética, propia de los templos egipcios y de los misterios griegos, la cual conocedora del alma humana sabía que todo aquello que es de difícil acceso motiva al hombre a darle un justo aprecio. Por ello, cubrían la enseñanza alquímica de gran misterio y secreto, dándola de a gotas a aquellos estudiantes que, pasando por duras pruebas, apreciarían el conocimiento alquímico como si fuese oro puro. Por otro lado, el uso de la metáfora y simbolismo por parte de los Maestros era un recurso encaminado a "hacer pensar" a los estudiantes, forzándolos a trascender sus habituales estados de conciencia y situarlos, así, en planos intelectuales más elevados.

Una cuarta razón que motivaba al secreto de la enseñanza, era el temor de que algunas de las técnicas alquímicas fuesen mal empleadas por aficionados del arte y ello les provocara más desgracias que beneficios en sus vidas.

Con el paso de los siglos la alquimia fue tornándose más oscura e incomprensible, con lo cual el número de los interesados en ella empezó a disminuir, por considerarla un arte vano y fantasioso. Esto motivó a los Maestros a "abrir sus puertas" y hacerla más accesible a la mentalidad de la época. Esta rama de la alquimia se hizo característica en el mundo oriental debido, principalmente, a su cultura de mayor tolerancia ideológica y sincretismo religioso. Los maestros orientales pensaron que si la alquimia alcanzaba una gran divulgación entre las masas se evitaría, por un lado, la falta de estudiantes y, por el otro, el empleo incorrecto de las técnicas. A ellos no les preocupaba que el Gran Secreto de la alquimia fuese a caer en manos inadecuadas, sabían que:

“El secreto se protege a sí mismo y se basa en el espíritu y la práctica de la enseñanza”.

Esto significaba que solo tras una práctica perseverante y honesta le era posible al estudiante alcanzar la tan ansiada Piedra Filosofal y que para que esta práctica fuese conducida por la senda correcta el Espíritu debía conservarse alerta, despierto y puro.

Con esta firme convicción iniciaron la propagación del conocimiento alquímico, con tanto éxito que consiguieron inocular en el alma colectiva, costumbres y cultura de sus naciones los principios y conceptos de la Gran Obra.

A través de una doctrina simple y directa se encargaron de que en cada generación existiese, al menos, un estudiante que asimilara correctamente la enseñanza y la perpetuara en el tiempo a la siguiente generación.

Habrá quienes estimen diferentes las escuelas alquímicas de oriente y occidente en lo relativo a sus metas u objetivos. Discrepamos absolutamente con ellos. Consideramos a la Alquimia como una sola, sin importar si sus labores y esfuerzos se realizan en el plano macrocósmico o en el microcósmico.

Como es arriba es abajo, leemos en la Tabla Esmeralda, a lo cual nosotros ampliaríamos la idea agregando: Como es adentro es afuera, como es en el microcosmos es en el macrocosmos. Y estamos seguros que con ello no estaríamos violentando en absoluto este famoso principio hermético.

La comprensión profunda de esta ley, provocó que muchos alquimistas, tanto de oriente como de occidente, pero especialmente orientales, intentasen la obtención de la Piedra Filosofal o Medicina Universal en el plano microcósmico. Sus mentes, sencillas y prácticas, apegadas en todo a la naturaleza, les hizo elegir el camino más próximo y seguro para la consecución de la Gran Obra. ¿Por qué buscar afuera lo que podían encontrar adentro?

Sabemos, por las innumerables horas dedicadas a leer las obras del maestro Fulcanelli, que a éste no le eran desconocidas las tradiciones alquímicas de extremo oriente y sabemos, también, que si las menciona en sus escritos no es por mera casualidad o para hacer gala de su erudición. Cuando un alquimista dice o escribe algo jamás es producto de la casualidad, vanidad o el exceso. Es una señal de algo, un signo, puesto ahí para el estudioso que posee ojos para ver y oídos para escuchar. Fulcanelli nos señala:

"Una leyenda china cuenta a propósito del sabio alquimista Hujumsin, elevado a la categoría de dios tras su muerte, que habiendo dado muerte este hombre a un dragón horrible que asolaba el país, ató el monstruo a una columna” (2).

Y si esta acotación a la alquimia china no fuese suficiente, el insigne maestro vuelve a mencionar la leyenda, en otra parte de su obra, como una nota aclaratoria a pie de página, indicando:

“... el célebre alquimista Hujumsin, elevado a la divinidad por haber descubierto la piedra filosofal, había dado muerte a un terrible dragón...” (3).

Entonces que no quepa la menor duda que, tanto la alquimia practicada en la China imperial, como aquella que florecía en la Europa medieval, eran la misma ciencia que pretendía a través de su arte obtener la Piedra Filosofal. Similar situación encontramos en el continente indio:

"Entre los antiguos hindúes, la materia filosofal estaba representada por la diosa Mudevi (humedad, podredumbre). Nacida se dice del mar de leche, se la representaba pintada de color verde, montada en un asno y llevando en la mano una banderola en medio de la cual se veía un cuervo” (4).

Las palabras de Fulcanelli no son antojadizas, tienden un hilo invisible entre las escuelas alquímicas de Oriente y Occidente. Hilo sin el cual no habríamos podido relacionar las enseñanzas de ambas ramas filosóficas, ni explicar a una a la luz de la otra.

Por regla general la tradición afirma que la alquimia proviene de Egipto. Sin embargo, Fulcanelli sin negar esta tradición la amplía afirmando:

"Nacida en Oriente, patria del misterio y de lo maravilloso, la ciencia alquímica se ha expandido por Occidente a través de tres grandes vías de penetración: bizantina, mediterránea e hispánica. Fue, sobre todo, el resultado de las conquistas árabes. Este pueblo curioso, estudioso, ávido de filosofía y de cultura, pueblo civilizador por excelencia, constituye el vínculo de unión, la cadena que relaciona la antigüedad oriental con la edad media occidental...

... Los árabes, discípulos de los griegos y de los persas, transmitieron a Europa la ciencia de Egipto y de Babilonia, aumentada por sus propias adquisiciones, a través del continente europeo (vía bizantina), y hacia el siglo VIII de nuestra Era” (5).

Nos es necesario recordar que los árabes también fueron el pueblo de contacto entre la cultura asiática, de extremo oriente, y el mundo europeo, no sólo a través del tráfico de mercancías exóticas y especias por medio de la bien conocida Ruta de la Seda, sino en el intercambio de ideas y corrientes filosóficas. Este hecho ha provocado que algunos investigadores piensen que la alquimia llegó a Europa desde India y China, teoría que no estaría en pugna con los orígenes egipcios si fuésemos capaces de aceptar la leyenda greco-egipcia que afirma que el Arte Sagrado tuvo su cuna en Hiperbórea. Desde allí se habría extendido a la Atlántida y, por medio de ésta, a Egipto, Babilonia, Persia y Grecia. A este respecto, algunas escuelas hindúes y chinas señalan que sus enseñanzas fueron propagadas por pueblos venidos del norte, lo que indicaría orígenes polares o hiperbóreos.

Similar tradición guardaban las tribus nórdicas de la Europa septentrional con respecto a sus ciencias mágicas y guerreras.

Sin embargo, para el practicante, poco importa la veracidad histórica de estas afirmaciones. Lo importante es saber que la Alquimia fue practicada, casi en forma simultánea, tanto en el mundo oriental como occidental.

Por otro lado, la leyenda mencionada no deja de ser interesante por el significado que encierra. Hiperbórea (más allá del viento del norte), según la mitología griega, es el lugar donde el dios Apolo permaneció inmediatamente después de su nacimiento y en donde cada diecinueve años, período que necesitan los astros para efectuar una revolución completa y volver a su posición inicial, el dios celebraba sus fiestas durante la noche de equinoccio de primavera. Por su parte, Atlántida, según el mito, era la isla donde reinaba Atlante o Atlas, el titán que sostenía en sus hombros la bóveda celeste.



Es fácil, entonces, entender el mensaje de la leyenda. Hiperbórea es la residencia del Sol, el dador de luz, calor y vida. Atlántida es el hogar del Espíritu que "sostiene al firmamento". Por tanto, cuando se afirma que la Alquimia proviene de Atlántida e Hiperbórea, a los adeptos no les interesa señalar tanto su origen histórico o geográfico como su fuente espiritual y energética: el Espíritu Igneo que sostiene al universo.



Este tipo de metáforas, semi-históricas, semi-leyendas, forman parte de un método de enseñanza al cual recurren con mucha frecuencia los alquimistas, especialmente del pasado, y que dio por resultado una amplia cantidad de mitos.

El Laberinto de la Simbología.

“Sin embargo, los filósofos certifican que jamás hablan más oscuramente que cuando parecen expresarse con precisión. Asimismo, su claridad aparente engaña a los que se dejan seducir por el sentido literal y no se preocupan en absoluto por asegurarse si concuerda o no con la observación, la razón y la posibilidad de naturaleza” (6).

" Los que quieren hacer nuestra Obra mediante digestiones, destilaciones vulgares y sublimaciones semejantes, y otros por trituraciones, todos ellos están fuera del buen camino, sumidos en gran error y dificultad, y privados para siempre de conseguir su objetivo, porque todos esos nombres y palabras y maneras de operar son nombres, palabras y maneras metafóricos”(7).



No deja de sorprender al investigador serio que a pesar de la gran variedad de advertencias, al respecto, muchos interesados en la alquimia continúan interpretando literalmente las palabras de los viejos maestros. Fulcanelli no es la excepción al disfrazar sus enseñanzas bajo el manto de la metáfora, sin embargo, dedica muchas páginas de sus obras a advertirnos al respecto:



"¿Qué callar? Todo cuanto se refiere al secreto alquímico y concierne a su puesta en práctica, pues al constituir la revelación el privilegio exclusivo de Dios, la divulgación de los procedimientos se mantiene prohibida, no comunicable en lenguaje claro, permitida solo bajo el velo de la parábola, de la alegoría, de la imagen o de la metáfora” (8).



“La alquimia tan solo es oscura porque está oculta. Los filósofos que quisieron transmitir a la posteridad la exposición de su doctrina y el fruto de sus labores se guardaron de divulgar el arte presentándolo bajo una forma común, a fin de que el profano no pudiera hacer mal uso de él (...) Los filósofos no disponían de otras fuentes para ocultar a unos lo que querían mostrar a otros, más que ese fárrago de metáforas y símbolos diversos, y esa prolijidad de términos y de fórmulas caprichosas trazadas a vuelapluma y expresadas en lenguaje claro para uso de los ávidos o de los insensatos” (9).



Estas son algunas de las advertencias que el insigne alquimista nos regala, como indicándonos que todo lo que tenga que ver con el Arte Sagrado posee un doble significado o un significado que no es el aparente. Como si fuese poco su fiel discípulo, Eugene Canseliet, vuelve a reiterarnos la advertencia en el prefacio de Las Moradas Filosofales:



“Nuestros libros no son escritos para todos, repiten los viejos maestros, si bien todos son llamados a leerlos. En efecto, cada uno debe aportar su esfuerzo personal, absolutamente indispensable si desea adquirir las nociones de una ciencia que jamás ha cesado de ser esotérica. Por ello los filósofos, con objeto de esconder sus principios al vulgo, han cubierto el antiguo conocimiento con el misterio de las palabras y el velo de las alegorías (...) Estas reglas exclusivas tienen una razón profunda. Si se me preguntara cuál es, respondería simplemente que el privilegio de las ciencias debería ser patrimonio de los sabios de elite. A1 caer en el ámbito popular, distribuidos sin discernimiento entre las masas y explotados ciegamente por ellas, los más hermosos descubrimientos se evidencian más perjudiciales que útiles” (10).





En la opinión del señor Canseliet vemos claramente indicadas las razones y, la confirmación, de que las obras del maestro Fulcanelli están bajo el velo de la metáfora y como tal deben ser leídas y entendidas. Por lo tanto, sería un acto de insensatez (y no pretendemos ser groseros sino honestos) e1 querer seguir literalmente las indicaciones y fórmulas que en ellas se muestran.



Este lenguaje oscuro y simbólico, tan querido por los adeptos para expresar sus ideas y tan exasperante, para aquellos que se inician en el Arte Sagrado, fue denominado Cábala Hermética. Término el cual no debe ser confundido con la cábala hebrea, según el propio Fulcanelli nos advierte:



"La cábala hermética se aplica a los libros, textos y documentos de las ciencias esotéricas de la antigüedad, de la edad media y de los tiempos modernos. Mientras que la cábala hebraica no es más que un procedimiento basado en la descomposición y explicación de cada palabra o de cada letra, la cábala hermética, por el contrario, es una verdadera lengua (...) La cábala proporciona la causa, da el principio y revela la causa de las ciencias (...) CONOCER LA CABALA ES HABLAR LA LENGUA DE PEGASO, la lengua del caballo (...) Lengua misteriosa de los filósofos y discípulos de Hermes, la cábala domina toda la didáctica de la Ars Magna, del mismo modo que el simbolismo abarca toda su iconografía (...) La cábala y el simbolismo toman vías diferentes para llegar a la misma meta y para confundirse en la misma enseñanza. Son las dos columnas maestras levantadas sobre las piedras angulares de los cimientos filosóficos, que soportan el frontón alquímico del templo de la sabiduría” (11).



Nos parece haber ejemplificado lo suficiente sobre la calidad metafórica de los textos alquímicos, según nos señala el maestro Fulcanelli, como para seguir repitiendo sus palabras.



Sin embargo, tales advertencias, aunque bienvenidas nos parecen innecesarias, pues a cualquier investigador serio y meticuloso se le hace patente que la alquimia hace referencia a "algo más" que a una simple técnica metalúrgica o química.



Pronto uno se da cuenta que una enmarañada jungla de palabras e imágenes le cierran el paso a la comprensión de ese "algo más". Con asombro y desesperación vemos como la misma materia o substancia es llamada con diversos nombres:



" Este sujeto tan vulgar y tan despreciado, se convierte seguidamente en el Arbol de Vida, Elixir o Piedra Filosofal, obra maestra de la Naturaleza ayudada por el trabajo humano, pura y rica joya de la alquimia” (12).



"(...) El Espíritu universal, materializado en los minerales bajo el nombre alquímico de Azufre, constituye el principio y el agente eficaz de todas las tinturas metálicas. Pero este Espíritu, esta sangre roja de los niños, solo puede obtenerse descomponiendo lo que la Naturaleza había antes reunido en ellos. Es, pues, necesario que el cuerpo perezca, que sea crucificado y que muera, si se quiere extraer el alma, vida metálica y Rocío celeste, que aquél tenía encerrada” (13).



"(...) Todo el trabajo del arte consiste en animar este mercurio hasta que aparezca revestido del indicado signo. Y los autores antiguos llamaron a este signo, Sello de Hermes, Sal de los Sabios, marca y huella del Todopoderoso, firma de éste y también Estrella de los Magos, Estrella Polar, etc.”(14).



En estos tres ejemplos, extraídos de El Misterio De Las Catedrales, vemos que se utilizan como sinónimos los términos piedra filosofal, elixir y árbol de la vida. Al espíritu universal se le designa como azufre, sangre roja de los niños, rocío celeste, alma o vida metálica. Y al "signo", que anuncia la madurez del mercurio, se le baña de epítetos como sal de los sabios, sello de Hermes, estrella polar, estrella de los magos, ¡firma del Todopoderoso!



Pero esto no se queda así, a la "disolución" de la materia se le ha llamado: negrura, occidente, tinieblas, eclipse, lepra, cabeza de cuervo, muerte, mortificación del mercurio (15).



Otros filósofos no a gusto con estos términos y descripciones han agregado los suyos: calcinación, denudación, separación, trituración, asación, reducción, ablandamiento, extracción, licuefacción, sutilización, división, humación, impastación, destilación, putrefacción, corrupción, gruta, infierno, dragones, generación, ingresión, sumersión, impregnación y conjunción (16).



Nos costaría trabajo creer que todos estos nombres hacen referencia al mismo proceso, sino fuese porque el propio Fulcanelli lo afirmara en su capítulo dedicado a Luis d'Estissac, gobernador de Poitou y la Saintonge. Acto compasivo del Maestro hacia el estudioso, pues con esa indicación da a entender que tanto su obra como la de sus antecesores solo tratan de una operación y una materia.



Ejemplo similar tenemos en la descripción del rebis, amalgama o compuesto, unión del azufre y el mercurio la cual es comparada a una lucha, durante su primer encuentro:



“Este combate singular de los cuerpos químicos cuya combinación produce el disolvente secreto (y el vaso del compuesto), ha dado tema a una gran cantidad de fábulas profanas y de alegorías religiosas. Es Cadmo clavando la serpiente en un roble; Apolo, matando con sus flechas al monstruo Pitón, y Jasón, matando al dragón de Cólquida; Horus, combatiendo al Tifón del mito osiriano; Hércules, cortando las cabezas de la Hidra, y Perseo, la de 1a Gorgona; san Miguel, san Jorge y san Marcelo, abatiendo al Dragón, copias cristianas de Perseo, montado en el caballo Pegaso y matando al monstruo guardián de Andrómeda; es también, el combate de la zorra y el gallo (...), de la rémora y la salamandra (de Cyrano De Bergerac), de la serpiente roja y la serpiente verde, etc.”(17).



Los alquimistas, al describir los procesos de la Gran Obra, no fueron tímidos para introducirse en el lenguaje simbólico de diferentes religiones, filosofías y oficios. Fue tal vez en este último sector donde la confusión fue mayor, pues algunas artes poseen técnicas tan sofisticadas que por sí solas tienen un carácter esotérico, es decir, comprensibles solo para quienes la practican. Entonces si sus tecnicismos y conceptos son utilizados para expresar, simbólicamente, el proceso alquímico, el resultado sería que el vulgo tomaría por literales las fórmulas e indicaciones. Tal fue el caso de la metalurgia y la espagiria medieval.



También, a través de la metáfora y el simbolismo, los alquimistas se infiltraron en la religión. Fulcanelli nos señala:



"Hubo grandes sabios, entre los maestros antiguos, que no temieron explicar alquímicamente las parábolas de las Sagradas Escrituras, tan susceptible en su sentido de interpretaciones diversas. La Filosofía hermética apela a menudo al testimonio del Génesis para servir de analogía al primer trabajo de la Obra; muchas alegorías del Viejo y Nuevo Testamento adquieren un relieve imprevisto en contacto con la alquimia” (18).



Y no solo en sus historias sagradas, sino también en muchas de sus fiestas populares:



"(...) la Fiesta de los Locos, con su carro del triunfo de Baco, tirado por un centauro macho y un centauro hembra, desnudos como el propio dios, acompañado del gran Pan; carnaval obsceno que tomaba posesión de las naves ojivales.” (19).



Aunque esto acontecía en las iglesias cristianas, de la edad media, la infiltración alquímica no solo abarcó al cristianismo. Antes de la existencia de éste, las religiones latinas, griegas, persas, egipcias y caldeas, presentaban en su mitología y tradiciones la señal del espíritu alquímico, siempre velado bajo el lenguaje de la metáfora.



Si bien puede acusarse a la alquimia de expandir sus enseñanzas a la sombra de otras religiones o filosofías, no debe olvidarse que su espíritu alegórico e imaginativo enriqueció las creaciones artísticas de las instituciones con las cuales convivió, dándoles así presencia histórica y permanencia en el tiempo. Por tanto su deuda con aquellas está sobradamente saldada.



Y así como utilizó a las instituciones religiosas para la expresión de sus enseñanzas, la Alquimia hizo exactamente lo mismo con algunos oficios y artes. Como ya lo habíamos mencionado la metalurgia, la espagiria (química primitiva), el vidriado, la orfebrería, la alfarería y, muy especialmente, los canteros y constructores de catedrales, contaron con verdaderos alquimistas entre sus filas. Ellos, aprovechando el lenguaje técnico de sus oficios, escribieron textos dedicados a la Gran Obra, su materia y procesos.



Fue tal vez la espagiria, como química naciente, llena de asombro y descubrimientos ante la incógnita del mundo material y sus leyes (y por su influencia en la medicina y otras ciencias), la que sirvió mejor de vehículo para la exposición del arte alquímico.



En una época en que la materia empezaba a revelar sus misterios el descubrimiento de nuevos compuestos y elementos brindaron esa amplitud de espíritu tan necesaria para la expresión y práctica de la Gran Obra. Todo era posible y hasta la sustancia más sencilla y el proceso más simple podía encerrar dentro de sí el secreto de la creación.



No es de extrañar, pues, que la alquimia, siempre a través de su lenguaje metafórico, haya utilizado el vocabulario espagírico y la imagen de sus manipulaciones para expresar sus enseñanzas.



¡Escila y Caribdis para el estudioso! Pues pasó a confundirse lo real con lo metafórico o, como indica el budismo zen, se confundió la luna con el dedo que la señala.



En semejante embrollo nos arroja también Fulcanelli. Temeroso de haber sido demasiado claro en algunas partes y, así, haber violentado la promesa del secreto, nos envuelve con una cortina de humo a través de la palabrería técnica y las expresiones químicas:



“Los que están instruidos acerca de las cualidades del sujeto saben que el disolvente universal es un verdadero mineral, de aspecto seco y fibroso, de consistencia sólida y dura y de textura cristalina. Es, pues, una sal y no un líquido ni un mercurio fluyente, sino una piedra o sal pétrea, de donde sus calificativos herméticos de salitre, de sal de sabiduría o sal alembroth.” (20).



Pobre de aquel que no comprenda que el insigne adepto habla metafóricamente, utilizando un lenguaje químico y refiriéndose al "disolvente universal" como un cuerpo mineral, por su origen y naturaleza interna. Sin embargo, dejándose vencer por la compasión, nos pone en alerta al destacar en una grafía diferente las palabras: sujeto, disolvente universal, verdadero mineral, sal, piedra, sal pétrea, salitre, sal de sabiduría y sal alembroth. Con ello nos indica la ambivalencia de aquellos términos. Le estaremos siempre agradecidos.



Estando claros y habiendo aceptado que los escritos alquímicos están en lenguaje simbólico, nuestra próxima tarea será intentar descifrar su código, más cerca de la poesía que de la terminología técnica de nuestras ciencias.

El Hilo de Ariadne.

"Aquel que sepa con exactitud lo que desea obtener, hallará más fácilmente lo que necesita” (21).

Consejo nada despreciable, pues teniendo clara la meta sabremos hacía donde dirigir nuestros esfuerzos.

Para la interpretación del símbolo, evitaremos analizarlo aislado de su contexto, es decir, de los otros símbolos que lo acompañan y que afirman su significado:



"Si se precisa el símbolo, limitado a su función positiva, normal y definida, y si se individualiza hasta el punto de excluir toda idea conexa o relativa, se lo despoja de este doble sentido, de la expresión secundaria que constituye precisamente su valor didáctico y le da su alcance esencial” (22).



Todo símbolo es una señal polivalente, con varios modos de interpretación y aplicación.



Para simplificar nuestro trabajo (y no olvidar que la simplicidad es una de las virtudes del alquimista) haremos nuestra aproximación al símbolo según su significado etimológico, morfológico (por su forma) y funcional.



Rara vez encontraremos los tres significados en un solo símbolo. Por regla general para que dos de ellos se complementen se sacrificará al tercero. Pero vayamos por partes.



El significado etimológico atañe a la palabra o nombre con que es designado el símbolo. Es este nombre quien nos indica la esencia del mismo. Esta forma simbólica de expresión está muy extendida en los escritos alquímicos. Su gran ventaja estriba en el manejo de las palabras en diferentes idiomas, con lo cual se pueden crear nombres, hechos y descripciones imaginarios que muestran veladamente el proceso alquímico. La mitología griega es un buen ejemplo de ella.



Su desventaja radica en que el lector no posea el conocimiento idiomático necesario para dar con las claves requeridas con lo cual todo el mensaje quedaría perdido u olvidado, hasta que alguien más capacitado recuperase el sendero. Veamos un ejemplo que nos da el propio Fulcanelli:



"Se dice Cristóbal en vez de Crisofo: que lleva el oro (en griego, Crisóforos). Partiendo de esto, comprendemos mejor la gran importancia del símbolo tan elocuente de san Cristóbal. Es el jeroglífico del azufre solar (Jesús) o del oro naciente...” (23).



Algo similar ocurre con los nombres de algunos Adeptos, los cuales demuestran su conocimiento en la lengua sagrada y nos indican la orientación de la obra que tenemos ante nosotros. Así, podemos nombrar a un "Khalid", maestro árabe cuyo nombre del latín, calidus, ardiente, nos indica la presencia del fuego sacro. "Basilio Valentín", del griego, basileos, rey, y del latín, valeus, poderoso. "Ireneo Filaleteo" cuyo nombre compuesto de tres palabras griegas significa: Pacífico Amigo de la Verdad (24). Y sin ir más lejos tenemos a "Fulcanelli”, de Fulcan-Elli, Vulcan-Eli, Vulcano-Elías, es decir, Hefestos y Helios, las divinidades griegas del Fuego Interior y del Sol.



La Salamandra, que en la magia es el nombre que se le aplica a las entidades o espíritus elementales del fuego, en alquimia significa: sal de roca o sal solitaria, del latín sal y mandra, palabra esta última que quiere decir cavidad de roca, eremitorio o soledad. Para el alquimista es el jeroglífico del Fuego Secreto de los sabios (25).



La Serpiente que devora su cola, el Ouroboros de los filósofos griegos, con el cual han traducido la unión del fijo y del volátil, del cuerpo y del espíritu, viene de oura, cola y boros, devorador (26).



Dentro del uso de las palabras, los adeptos han utilizado una variante, la cual consiste en asignar a cada letra de un nombre un sustantivo o adjetivo, con lo cual vendrían a constituirse frases o mensajes ocultos dentro del mismo término. Algunas de las más conocidas son INRI, Igne Natura Renovatur Integra, el fuego de la naturaleza lo renueva todo (27); y VITRIOL, Visita Interiora Terram Rectificando Invenies Occultum Lapidem, visita el interior de la tierra rectificando hallarás la piedra oculta (28).



Es necesario aclarar que los alquimistas no eran blasfemos. No intentaban alterar el mito dentro del cual infiltraban su enseñanza, sino que usaban la imagen religiosa, popularmente extendida, para plasmar sus conocimientos. Para ellos Cristo no era el Hijo de Dios, sino la Piedra Filosofal; la Virgen María no era la madre de Jesús, sino la Materia Prima sobre la cual hacían sus manipulaciones y de la cual nacía la Piedra Solar, o sea Cristo.



Ya hemos mencionado que esta costumbre no solo fue utilizada con el cristianismo, sino prácticamente con todas las religiones, filosofías, ciencias, oficios y artes que estuvieron al alcance de los imaginativos hijos de la Gran Obra. Un caso similar veremos al final de este trabajo, en donde bajo un anexo expondremos la obra del alquimista contemporáneo Ambrosius Graal, que utiliza el mito ofita de Lucifer para mostrar el proceso de la obra alquímica.



Finalmente, para acabar con esta explicación del significado etimológico, nos gustaría dar un ejemplo de las implicaciones y variantes que esta técnica encierra.



Cuando los alquimistas usan el término "metal", o "metálico", ¿a qué se refieren? ¿Dé qué están hablando? Alguno pensará que señalan los cuerpos minerales que se definen bajo este término y cuyas propiedades características son comúnmente conocidas. Sin embargo, desde el más estricto sentido etimológico "metálico" es todo aquel cuerpo o substancia capaz de alterarse, transformarse, convertirse o cambiarse a un estado líquido o diluido. Es similar al término "metamorfosis", que indica cambio o alteración de la forma.



Bajo este aspecto el término "metal" ve ampliado su significado. Pero aun no ha sido dicho todo. El prefijo "meta", constitutivo de la palabra metal o metálico, puede ser relacionado con la divinidad andrógina Meté, de los ofitas, quien figuraba como la Natura Naturante o Natura Germinans según nos indica el maestro Fulcanelli en sus Moradas Filosófales (29) y que se emparentaba con la diosa griega Metis, la Prudencia.



Se sabe que estos Adoradores de la Serpiente realizaban un rito llamado "bautismo de Meté", el cual se llevaba a cabo por intermedio del espíritu o el fuego. Entonces, "metálico", podría venir a significar desde esta nueva perspectiva, algo así como "fuego líquido de 1a Naturaleza" o “espíritu fluídico de la Naturaleza”. Finalmente, podríamos asociar el término “líquido” con el griego “liké”, luz, con lo cual “metálico” significaría: transformable en luz o más allá de la luz.



Todas estas conjeturas vienen a ampliar el sentido de los términos y nos ayudan a ver con otros ojos el uso de las palabras y su significación en los textos.



Analizaremos ahora la interpretación morfológica del símbolo, es decir, según su forma aparente o conceptual. Vamos a dar algunos ejemplos tomados de El Misterio De Las Catedrales y, luego, los estudiaremos:



“Pero, antes de ser tallada para servir de base a la obra de arte gótica, y también a la obra de arte filosófica, dábase a menudo a la piedra bruta, impura, material y grosera, la imagen del diablo (…) Ahora bien, esta figura, destinada a representar la materia inicial de la Obra, humanizada bajo el aspecto de Lucifer (portador de la luz, la estrella de la mañana), era el símbolo de nuestra piedra angular, la piedra del rincón, la piedra maestra del rinconcito” (30).



Vemos aquí que la materia prima de la Obra recibe la imagen del diablo y de la piedra angular. La piedra angular era la piedra base sobre la cual se sustentaba y proyectaba todo el edificio gótico, por tanto, nuestra materia prima se identifica con ella por ser la base sobre la cual se realiza toda la manipulación alquímica. Sin embargo, también es el diablo, primero de los ángeles caídos, espíritu sumergido en la caótica materialidad que ha perdido su aspecto divino, pero que a pesar de ello conserva dentro de si la chispa necesaria para purgar su pobre situación. Es Lucifer, el portador de la luz y del fuego, Prometeo encadenado a la espera del Hércules alquímico que lo libere de su prisión.



Pero si estas representaciones de la materia prima nos parecen algo demoniacas, podemos elegir otras más piadosas: 



"(...) La catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica, investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de la Materia elemental (latín materea; raíz, mater, madre). Pues la Virgen-Madre, despojada de su velo simbólico, no es más que la personificación de la sustancia primitiva que empleó, para realizar sus designios, el Principio creador de todo lo que existe (...) María, Virgen y Madre, representa, pues, la forma; Elías, el sol, Dios Padre, es emblema del espíritu vital. De la unión de estos dos principios resulta la materia viva, sometida a las vicisitudes de las leyes de mutación y de continuidad. Y surge entonces Jesús, el espíritu encarnado, el fuego que toma cuerpo en las cosas...” (31).



Asombroso realmente el simbolismo alquímico. Atreverse a comparar a la Virgen Madre, la materia elemental, con nuestra materia prima, la cual a su vez tiene por símbolo a Satán. Y decir que Jesús es la materia viva, "el espíritu encarnado, el fuego que toma cuerpo en las cosas", con lo que se indica que los cuerpos de las cosas son los portadores del fuego y de la luz, como lo es Lucifer (“luci-ferre”, el portador de la luz), la estrella resplandeciente de la mañana, el serafín rey que se rebeló contra Yhavhé.



En realidad al alquimista no le importa hacer sinónimos a Cristo y Lucifer. Para él el mito, la teología y la propia naturaleza son sustancias maleables, idóneas para la expresión de sus conocimientos. Así vemos que a las anteriores descripciones de la materia prima se suman otras no tan religiosas. Se le llama "nuestra piedra negra, cubierta de andrajos e impurezas" (32), por sus características oscuras y caóticas; o le comparan a un libro, tanto abierto como cerrado (33), por estar formada de diferentes capas, planos o niveles similares a las hojas de un libro.



Otro ejemplo del simbolismo gráfico lo tenemos en el uso específico de ciertas letras como la S, la G, la H o la X:



“Así está el gran símbolo de la luz manifestada que se indica por la letra griega X...

... La cruz de San Andrés, que tiene la forma de nuestra X, es el jeroglífico, reducido a su más simple expresión, de las radiaciones luminosas y divergentes emanadas de un hogar único...

... La X griega y nuestra X representan la escritura de la luz por 1a luz misma, la señal de su paso, la manifestación de su movimiento y la afirmación de su realidad” (34).



Caso similar tenemos con los números o sus formas gráficas. El número "8" se convierte en jeroglífico del infinito o de la eternidad, del ciclo solar con sus solsticios y equinoccios, o de la rueda lunar con sus crecientes y menguantes. E1 número "9" es el grafismo del espíritu solar, "O", sobre el alma lunar, ")", y su inversión, el número "6", el predominio del alma lunar sobre el espíritu solar. La relación armónica de ambos, el número "69", tiene la misma significación que el Ouróboros griego o el círculo Yinn-Yang del taoísmo chino.



Lo mismo sucede con los signos astrológicos, en donde vemos que el sol es el jeroglífico del fuego secreto o semilla encerrada en la materia (mercurial), la luna, la imagen de la materia nutricia receptiva y el mercurio, tanto planeta como metal, es el símbolo del espíritu solar que comparte las características del alma lunar y del cuerpo elemental. Y así pasará con el resto de los signos planetarios y zodiacales, pues cuando un alquimista habla de Aries, Tauro o Piscis, no hace referencia a su significado astrológico, sino a su simbolismo dentro del proceso de la Gran Obra. No se debe olvidar, jamás, que la alquimia hace uso metafórico de las imágenes de otras disciplinas filosóficas dándole un significado muy propio, lo que ha traído no pocas confusiones.



Finalmente, estudiaremos el significado del símbolo según su función. Es este, tal vez, el sistema más natural de uso del simbolismo y también el más universal, pues permite deducir su significado a través de la observación y su consecuente relación. Los ejemplos más patentes serían el gallo y el cinocéfalo, simio parecido al mandril y muy común en el antiguo Egipto, quien, junto con el gallo, representan al mercurio alquímico por la simple razón de anunciar la salida del sol con sus gritos y cantos al amanecer. Así como Mercurio, en la mitología griega, era el mensajero encargado de avisar a Aurora, la de los dedos rosados, que abriera las puertas del Cielo para dejar pasar el carruaje del sol; así, el mercurio filosófico, es el intermediario o mensajero a través del cual se realiza toda la Obra Solar alquímica. Por ello, por simple extensión y asociación de ideas, tanto el gallo como el cinocéfalo pasaron a ser emblemas de Hermes.



Fenómeno parecido acontece con el Espíritu Universal de los alquimistas, el cual recibe el nombre de Rocío de Mayo, pues así como el rocío primaveral nutre e hidrata a la vegetación naciente, así el espíritu alimenta y anima el cuerpo fijo del Oro (35).



El búho, la lechuza, el murciélago y el chacal, por sus hábitos nocturnos, pasaron, a su vez, a ser jeroglíficos de la vigilancia y de la atención, pues se pensaba que no dormían y que estaban siempre alertas. 



Por regla general todas las aves o criaturas aladas representaron el principio volátil del rebis y los cuadrúpedos terrestres, león, toro, zorra, etc., el principio fijo o coagulado:



" El dragón celeste, al que representan alado, caracteriza el cuerpo volátil, mientras que el dragón terrestre, áptero, designa el cuerpo fijo” (36).



Como ya lo habíamos advertido, la mayoría de los símbolos poseen o se les puede dar un significado plurivalente, según su nombre, forma o función natural. Lo realmente importante es acercarse a él libre de prejuicios o conocimientos preconcebidos, con la mente abierta, para poder así recibir su mensaje, el cual no es siempre el que creemos conocer. El maestro Fulcanelli nos da un buen ejemplo:



“Al reino de Mercurio (Hermes, base, fundamento), primer estadio de la Obra, sucede el de Saturno (Kronos, el anciano, el loco). A continuación, gobierna Júpiter (Zeus, unión, matrimonio) y, luego, Diana (Artemis, entero, completo) o la Luna, cuya vestidura brillante tan pronto está tejida con cabellos blancos como hecha de cristales de nieve. Venus (Afrodita, belleza, gracia), inclinada al verde, hereda entonces el trono, pero pronto la arroja Marte (Ares, adaptado, fijo), y este príncipe belicoso de atavío teñido en sangre coagulada es, a su vez, derrotado por Apolo (Apollon, el triunfador), el Sol del Magisterio, emperador vestido de brillante escarlata, que establece definitivamente su soberanía y su poder sobre las ruinas de sus predecesores” (37).



En esta descripción de los reinos o etapas de la Obra, que comúnmente se describen alegóricamente por los colores de la misma, Fulcanelli nos ha dado una mano al poner entre paréntesis el nombre griego y su etimología, con lo cual el texto ha ganado en claridad y comprensión. Así vemos que la Obra se desplaza en un sentido lineal ascendente: Hermes, Kronos, Zeus, Artemisa, Afrodita, Ares y Apolo. Los nombres planetarios serían: Mercurio, Saturno, Júpiter, Luna, Venus, Marte y el Sol; los cuales, transformados en sus correspondientes metales nos daría: azogue, plomo, estaño, plata, cobre, hierro y oro. Finalmente, si quisiéramos relacionar lo anterior con los colores, deberíamos asignar a Saturno la obra en negro, a Diana la obra en Blanco y a Apolo la obra al Rojo.



Sin embargo, con sus observaciones etimológicas, Fulcanelli nos señala los pasos y situaciones que el alquimista irá viviendo a medida que el Magisterio se realiza, más que los cambios físicos en la coloración de la materia.



Hermes, simboliza la base o fundamento, es decir, el inicio de la Gran Obra, la cual parte con la identificación de la Materia Prima y la mezcla de los principios fijo y volátil. Kronos, simboliza al anciano y al loco, esto es, la Disolución, la corrupción, la oscuridad, la muerte y el caos, proceso de transformación de las materias involucradas y primera señal de que todo va por buen camino; es el cuervo de los adeptos. Zeus, es la unión y el matrimonio, es decir, la armonía, 1a existencia pacífica de los dos Principios (fijo y volátil) que ahora son capaces de convivir entre sí en perfecto equilibrio. Artemisa, simboliza lo entero y completo, la unidad del azufre y el mercurio formando ahora un solo cuerpo y una sola sustancia, que se manifiesta al alquimista a través del color Blanco o estrella de los sabios. Afrodita, símbolo de la belleza y la gracia, es todo lo bueno, agradable y bendito, pues después de la aparición del Blanco lo único que le resta al adepto es mantener el fuego para llevar la Obra a buen fin. Ares, simbolizando lo adaptado y fijo, es la sustancia coagulada e incapaz de sufrir cambio o alteración. Finalmente, Apolo, jeroglífico del triunfador y del triunfo, es el Magisterio acabado, la substancia completamente madura y plenamente llena de todo su poder: la Piedra Filosofal. Más adelante volveremos sobre estos símbolos paganos, verdaderamente claros en el significado que encierran, pues los siete dioses, los siete planetas y los siete metales, más que elementos materiales debemos considerarlos como etapas o peldaños en la consecución de la Gran Obra.



" La paciencia es la escala de los Filósofos y la humildad es la puerta de su jardín” (38).



Paciencia y humildad necesarias para desentrañar los misterios de la alquimia y de su enseñanza encubierta bajo el espeso velo de los símbolos, los cuales adoptan los más variados significados según la particular individualidad del adepto que los utiliza. Por ello a veces vemos una operación, materia o cuerpo que es designada con diversos nombres y, en otras, vemos un mismo nombre o símbolo para referirse a sustancias o procesos diferentes entre sí.



Entonces, ¿cuál es el hilo de Ariadne que nos sacará con éxito del laberinto de la simbología? El pensamiento sencillo y natural, según nos indica el propio Fulcanelli:



" Debe buscarse la verdad con simplicidad, se la encontrará en la Naturaleza” (39).



Y nos plantea, además, el camino a seguir:





"(...) El principio del método analógico, único medio y solo recurso de que dispone el hermetista para la resolución de los secretos naturales” (40).



Como es arriba es abajo, como es afuera es adentro, como es en el macrocosmos así es en el microcosmos. Máxima primordial del hermetismo y llave maestra para descifrar los enigmas naturales:



“Nosotros no inventamos nada, no creamos nada. Todo está en todo. Nuestro microcosmos no es más que una partícula ínfima, animada, pensante, más o menos imperfecta, del macrocosmos” (41)





"Reflexionad, apelad a la analogía y, sobre todo, no os aparteís jamás de la sencillez natural (…) Seguid, pues, el orden de la Naturaleza y obedecedla con la mayor fidelidad que os sea posible” (42).



Pues fue a través de este Camino Natural que los alquimistas del pasado descifraron los símbolos de los viejos textos, y así fue como descubrieron, también, el símbolo más antiguo y grande de todos: la Vida misma.



Pero si el Secreto de la Vida se nos pasa desapercibido, es principalmente, por nuestra pérdida de contacto con lo natural:



" Mas he aquí que la primera y verdadera causa por la que la Naturaleza ha escondido este palacio abierto y real a tantos filósofos, incluso a los provistos de un espíritu muy sutil, es porque, apartándose desde su juventud del camino simple de la Naturaleza por conclusiones de lógica y de metafísica, y engañados por las ilusiones de los mejores libros, se imaginan y juran que este arte es más profundo, más difícil de conocer que ninguna metafísica, aunque la Naturaleza ingenua, en este camino como en todos los otros, camina con paso recto y muy simple”(43).



La Naturaleza ingenua camina con paso recto y muy simple. Palabras pletóricas de significado para el alquimista despierto, pues le enseñan que aunque no conozca el significado etimológico de los nombres, o el simbolismo arcaico de los mitos y teologías, siempre la observación de la Naturaleza, tal como esta es, le revelará el secreto.



Nos asombra la insistencia que Fulcanelli pone en sus textos acerca de la simplicidad natural y su importancia en la Gran Obra. No nos atreveríamos a pasar al siguiente capítulo sin repasar algunas de sus valiosas observaciones. Sabemos que los Amantes del Arte lo apreciarán en su justa medida:



“Y es con el fin de apartar al aprendiz del camino del error por lo que los autores antiguos le enseñan a seguir siempre la Naturaleza. Porque la Naturaleza no actúa más que en la especie que le es propia, no se desarrolla ni se perfecciona sino en sí misma y por ella misma, sin que ninguna cosa heterogénea venga a estorbar su marcha o a contrariar el efecto de su poder generador”(44).



"Guardémonos de llevar demasiado lejos la lógica humana, tan a menudo contraria a la simplicidad natural (…) No os fiéis, pues, de hacer intervenir en vuestras observaciones aquello que creéis conocer, pues os veríais llevados a comprobar que más hubiera valido no haber aprendido nada antes que tener que desaprenderlo todo”(45).



“Sobre todo, que desconfíen de los procedimientos, sofísticos, fórmulas caprichosas para uso de los ignorantes o los ávidos. Que interroguen la Naturaleza, observen la forma en que opera, sepan discernir cuáles son sus medios y se ingenien para imitarla de cerca. Si no se dejan desanimar y no ceden lo más mínimo a los errores, extendidos profusamente incluso en los mejores libros, sin duda acabarán por ver el éxito coronar sus esfuerzos” (46).





La Naturaleza no abre indistintamente a todos la puerta del santuario, nos dice Fulcanelli, nadie puede aspirar a la posesión del gran secreto, si no armoniza su existencia al diapasón de las investigaciones emprendidas. No basta con ser estudioso, activo y perseverante, si se carece de un principio sólido y de base concreta, si el entusiasmo inmoderado ciega la razón, si e1 orgullo tiraniza el buen criterio, si la avidez se desarrolla bajo el brillo intenso del oro, el secreto huirá de nuestra presencia y todos nuestros afanes serán infructuosos.



La ciencia hermética requiere mucha precisión, exactitud y perspicacia en la observación de los hechos; un espíritu sano, lógico y ponderado; una imaginación viva sin exaltación; un corazón ardiente y puro. Exige, además, una gran sencillez y una indiferencia absoluta frente a teorías, sistemas e hipótesis que, fiando en los libros o en la reputación de sus autores, suelen aceptarse sin comprobación.



Quiere que sus aspirantes aprendan a pensar más con el propio cerebro y menos con el ajeno. Les pide, en fin, que busquen la verdad de sus principios, el conocimiento de su doctrina y la práctica de sus trabajos en la Naturaleza, nuestra madre común (47).

¿Qué es la Alquimia?

Pregunta vital para el estudiante, pues teniendo cabal conocimiento de qué cosa es la Gran Obra podrá dirigir sus esfuerzos por la senda correcta.

Mas, antes de contestar directamente esta pregunta, creemos que también sería valioso señalar qué cosa NO ES alquimia. Así, separando la cáscara del grano, se apreciaría mejor la ciencia verdadera de la falsa. Veamos lo que nuestro alquimista y otros adeptos nos dicen:

" Si Hermes, el padre de los filósofos, resucitara hoy con el sutil Jabir y el profundo Raimundo Lulio no serían hoy considerados como filósofos por nuestros químicos vulgares, que casi no se dignarían incluirlos entre sus discípulos porque ignorarían la manera de proceder a todas esas destilaciones, circulaciones, calcinaciones y todas esas operaciones innumerables que nuestros químicos vulgares han inventado por haber comprendido mal los escritos alegóricos de los filósofos” (48). 

"Transmutar los metales unos en otros; producir oro y plata partiendo de minerales vulgares o de compuestos metálicos salinos; obligar al oro contenido potencialmente en la plata y a la plata en el estaño a transformarse en actuales y susceptibles de extracción, tales eran las metas que se proponía el alquimista. Era en definitiva, un espagirista acantonado en el reino mineral y que prescindía voluntariamente de las quinta escencias animales y de los alcaloides vegetales” (48).

"La alquimia es una ciencia verdadera susceptible, como la química, de extensión y progreso, y no la adquisición empírica de un secreto de fabricación de los metales preciosos” (49).



" Id, marchaos, vosotros que buscáis con extremada aplicación vuestros diversos colores en las redomas de vidrio (...) Id, os digo, y alejaos de mí, si buscáis la piedra filosofal en una cosa fija; pues esta no penetrará los cuerpos metálicos más de lo que podría penetrar el cuerpo humano las más sólidas murallas...” (50).



“Si la alquimia se limitara a la adquisición de una técnica especial, de algún artificio de laboratorio, se reduciría a muy poca cosa y no excedería el valor de una simple fórmula. Pero la ciencia sobrepasa con mucho la fabricación sintética de los metales preciosos, y la piedra filosofal misma no es más que el primer peldaño positivo que permite al adepto elevarse hasta los mas sublimes conocimientos” (51).



Observemos que en los cinco ejemplos anteriores se nos indica que la alquimia no es el arte de transmutar los metales, que dicho arte recibía el nombre de "arquimia" y que era una espagiria (química primitiva) especializada en el reino mineral. Es más, se nos dice que grandes alquimistas como Hermes Trismegisto, Jabir (Kabir) y Raimundo Lulio no serían capaces, por ignorancia de la técnica, de realizar una simple destilación u otra operación química cualquiera. Entonces, ¿qué es la Alquimia? Leamos a Fulcanelli:



“De todas las ciencias cultivadas en la Edad Media, ninguna conoció más favor ni más honor que la alquimia. Tal es el nombre bajo el que se disimulaba entre los árabes el arte Sagrado o Sacerdotal que habían heredado de los egipcios...” (52).



“Y es que el alquimista, en su paciente trabajo, debe ser el escrupuloso imitador de la Naturaleza, el mono de la creación, según la expresión genuina de muchos maestros. Guiado por la analogía, realiza en pequeño, con sus débiles medios y en un ámbito restringido lo que Dios hizo en grande en el universo cósmico (...) El Hombre toma una parte de ese todo y la multiplica: prolonga y continúa. Así el microcosmos amplía el macrocosmos (...) La Gran Obra es un resumen, reducido a las proporciones y posibilidades humanas, de la Obra Divina” (53).



"(...) La alquimia, comparada a nuestra ciencia positiva, la única admitida y enseñada hoy, es una QUIMICA ESPIRITUALISTA porque nos permite entrever a Dios a través de las tinieblas de la sustancia”(54).



"Así, la alquimia, remontándose de lo concreto a 1o abstracto, del positivismo material al espiritualismo puro, ensancha el campo de los conocimientos humanos, de las posibilidades de acción, y realiza la unión de Dios y la Naturaleza, de la Creación y del Creador, de la Ciencia y de la Religión”(54).



"E1 filósofo o alquimista y el soplador o espagirista utilizan un fuego muy diferente; éste elemental y producido por los combustibles ordinarios, y aquél, filosófico y nacido de la inagotable fuente celeste. Es ese fuego de la madre Naturaleza el principal artesano de la Gran Obra; es el que Cristo ha venido a poner en las cosas y que desea obstinadamente que arda en el atanor. Allí donde puede ser tallada la piedra del ángulo, que el Todopoderoso conserva a disposición de los hombres de buena voluntad” (55).



"¿Qué es la alquimia para el hombre, sino la busca y el DESPERTAR DE LA VIDA secretamente adormecida bajo la gruesa envoltura del ser y la ruda corteza de las cosas? En los dos planos universales, donde se asientan juntos la materia y el espíritu, existe un progreso absoluto que consiste en una purificación permanente, hasta la perfección última. Con este fin, nada expresa mejor el modo de operar que el antiguo apotegma, tan preciso en su imperativa brevedad: Solve et coagula; disuelve y coagula” (56).



Es claro, entonces, que la alquimia no trabaja manipulando los elementos químicos de una forma mecánica y externa. Es más, la materia primordial sobre la cual trabaja el alquimista tampoco tiene nada que ver con las sustancias químicas tradicionales:



"Diría, pues, que la materia de que se hace la piedra de los filósofos fue hecha a la vez que el hombre, y se llama tierra filosofal (...) Pero nadie la conoce aparte los verdaderos filósofos...” (57).



"Hay una piedra de gran virtud, dice a su vez Nicolás Valois, y es llamada piedra y no es piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos los lugares y en todos los tiempos, y en T0DAS LAS PERSONAS” (58). .

"Vosotros que deseáis conocer la piedra, conoceos bien y 1a conoceréis” (59).



Que no quepa duda, entonces, que la piedra cúbica, la piedra fundamental con la cual labora el alquimista es él mismo y no otra. A la luz de esta revelación se hacen comprensibles las palabras del maestro Fulcanelli cuando nos habla de "las metamorfosis psíquicas operadas por el espíritu", pues es imposible que un trozo de metal o de cualquier otro mineral sufra una "metamorfosis psíquica", por mucho esfuerzo que pongamos de nuestra parte en ver un sentido oculto en esta expresión. Seamos simples, apeguémonos a la Naturaleza y entendamos, sin mente laberíntica, a lo que el insigne adepto se refiere:



"Se sabe que la alquimia se funda en las METAMORFOSIS PSIQUICAS OPERADAS POR EL ESPIRITU, denominación otorgada al dinamismo universal emanado de la divinidad, el cual mantiene la vida y el movimiento, provoca su detención o su muerte, hace evolucionar la sustancia y se afirma como el único animador de cuanto es (...) El espíritu, agente universal, constituye, en la realización de la Obra, la principal incógnita, cuya determinación asegura el éxito pleno. Pero aquélla, por sobrepasar los límites del entendimiento humano, no puede despejarse más que por revelación divina (...) Por eso la ciencia se considera un Don de Dios otrora reservado a sus ministros, de donde el nombre de Arte Sacerdotal que llevaba en su origen” (60).



Pero si todavía quedara alguna duda al respecto, recurriremos al conocido alquimista Grillot De Givry, quien en su libro, La Gran Obra, nos dice:



“Existe una alquimia trascendental: la alquimia de uno mismo. Es previamente necesaria para llevar a cabo la alquimia de los elementos. La nobleza de la obra exige la nobleza del operario” (61).



Y en otra parte del texto, haciendo referencia a una imagen del gigante Atlas grabado en él, nos da una clave de inapreciable valor:



"Este es el férreo Atlas con el mundo sobre sus espaldas: también tú llevas el Cielo y la Tierra en tu MENTE; en los cuales está, para ti el fundamento de todas las cosas, y así te será conocida la piedra surgida de la tierra” (62).



No podemos dejar de recalcar la frase "... llevas el Cielo y la Tierra en tu mente; en los cuales está para ti el fundamento de todas las cosas...". Si en nuestra mente está el fundamento de todas las cosas, ¿no será nuestra mente la piedra fundamental y angular en la cual se basa todo el Arte Hermético? Aquí nos será oportuno recordar las enseñanzas expuestas en los conocidos Siete Principios Herméticos:

1. E1 principio de mentalismo:

“El Todo es Mente; el universo es mental”.

2. El principio de correspondencia:

"Como es arriba es abajo; como es abajo, es arriba".

3. El principio de vibración:

"Nada descansa; todo se mueve, todo vibra".

4. El principio de polaridad:

"Todo es dual, todo tiene dos polos, todo tiene su par de opuestos; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado o vibración".

5. El principio de ritmo:

"Todo fluye, fuera y dentro; todo tiene sus mareas; todas las cosas suben y bajan".

6. El principio de causa y efecto:

"Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo con las leyes de la Naturaleza

7. El principio de género:

"El género está en todo; todo tiene sus principios masculino y femenino; el género se manifiesta en todos los planos y niveles".

El primer principio, el de mentalismo, es la base sobre la cual descansan los otros seis, los cuales son diferentes manifestaciones del mismo. “Todo es Mente, el universo es mental”, significa que el Todo (que es la realidad sustancial que subyace a todas las manifestaciones y apariencias externas que conocemos bajo los términos de Universo Material, Fenómeno de la Vida, Materia, Energía, y en breve, todo lo que es evidente a nuestros sentidos materiales) es Espíritu. Este principio explica la verdadera naturaleza de la energía, el poder y la materia, y por qué y cómo están todos éstos subordinados a la maestría de la mente” (63):



"La mente puede ser transmutada, de estado a estado, de grado a grado, de condición a condición, de vibración a vibración. La verdadera transmutación hermética es un arte mental” (64).



Esto es posible ya que desde el Todo, que es espíritu puro, bajando hasta la forma más grosera de materia, todo está en vibración. Cuanto más alta la vibración, más alta la posición en la escala creativa. Cuando el hermetismo usa el término "espíritu", hace referencia a la concepción más elevada de la mente viviente, tanto individual (microcósmica) como infinita (macrocósmica). El principio de mentalismo, “Todo es Mente”, nos recuerda que aquello que llamamos "material" es sustancia espiritual de un alto grado de densidad, mientras lo llamado "espiritual" es sustancia material de alto grado de sutilidad. Es decir, son los dos extremos de una misma cuerda.



Los Siete Principios Herméticos son condensaciones de la Tabla Esmeralda, de la cual Fulcanelli nos hace el siguiente comentario:



"Esta se componía de dos columnas de mármol verde, según algunos, o de una placa de esmeralda artificial, según otros. Allí estaba grabada la Obra Solar en términos cabalísticos. La tradición la atribuye al padre de los filósofos, Hermes Trismegisto (...) Se nos dice que es verde (como el rocío de primavera, llamado por esta razón esmeralda de los filósofos), primera analogía con la materia salina de los sabios; que fue redactada por Hermes, segunda analogía, puesto que esta materia lleva el nombre de Mercurio, divinidad romana correspondiente al Hermes de los griegos. Finalmente, tercera analogía, este mercurio verde que sirve para las tres Obras es calificado de triple, de donde el calificativo de Trismegisto (tres veces grande o sublime) añadido al nombre de Hermes. La Tabla Esmeralda toma así el carácter de un discurso pronunciado por el mercurio de los sabios acerca de la manera como se elabora la Obra filosofal. No es Hermes, el Tot egipcio, el que habla, sino la esmeralda de los filósofos o la Tabla Isíaca misma” (65).



Transcribiremos tres versiones de la Tabla Esmeralda, a riesgo de parecer repetitivos, pero confiados en que los estudiantes serios y comprometidos sabrán agradecernos el apego al detalle. Tal vez, las diferencias sutiles entre las traducciones, les ayuden a encontrar un resquicio entre las palabras, trascenderlas y alcanzar así el espíritu de la enseñanza. La versión utilizada por Fulcanelli puede ser encontrada en su obra Las Moradas Filosofales y es, prácticamente, similar a la que exponemos a continuación y que corresponde a la primera edición impresa aparecida en Nuremberg en el año de 1541:

Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto sobre la química.

Palabras de los secretos de Hermes escritas sobre una tabla de esmeralda que sostenía en sus manos cuando, en una cueva obscura, fue encontrado su cuerpo embalsamado.

Verdad sin mentira, cierto y muy verdadero:

Lo que es inferior es como lo que es superior; y lo que es superior es como lo que es inferior, para el cumplimiento de los milagros de una sola cosa. Y como todas las cosas fueron desde uno, por la meditación de uno solo, igualmente las cosas fueron nacidas por ello de una cosa, por adaptación.

Su padre es el Sol, su madre la Luna. E1 Viento la ha llevado en su vientre. La Tierra es su nodriza.

En ella está el padre de todos los talismanes del mundo. Si es hecha Tierra, su fuerza está entera. Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso, con gran inteligencia.

El subió de la Tierra al Cielo, de nuevo descendió a la Tierra, y recibió la fuerza superior e inferior. Así tendrás la gloria del mundo entero.

Por ello toda oscuridad se aleja de ti.

Aquí está la fuerte fuerza de toda fuerza, que vence toda cosa sutil y penetra toda cosa sólida.

Así es creado el mundo. Tales son las admirables adaptaciones cuya manera está aquí.

Por eso soy llamado Hermes Trismegisto, poseyendo las tres partes de la filosofía del mundo entero.

Completo es lo que he dicho de la operación del Sol (66).



La palabra "talismán" proviene del árabe tilism, el cual a su vez deriva del griego thelesma, y que podría traducirse aproximadamente por "maravilla". La versión árabe, pertenece a Osman Yehia y Munir Hafez, y reza así:



Aquí se encuentra la formación de la Naturaleza.

Es verdad, fuera de duda, cierto, auténtico, que lo superior viene de lo inferior y lo inferior de lo superior.

El hizo maravillas a partir de Uno; como todas las cosas proceden de Uno por un procedimiento común, como todas las cosas son producidas de esta sustancia por un procedimiento común.

¡Cuán maravillosa es su ciencia!

E1 es la cabeza del mundo, en el que su padre es el Sol y su madre la Luna. 

El Viento lo ha llevado en su seno y la Tierra lo ha alimentado.

El es el padre de los talismanes, el poseedor de maravillas.

Sus facultades son perfectas.

El es el restaurador de las luces. La tierra se ha vuelto un fuego.

Separa la tierra del fuego y él te iluminará. Lo sutil es más noble que lo grosero.

Lentamente, suavemente, sube hacia el cielo, coge la luz, y después vuelve a bajar sobre la tierra.

En El está la facultad de lo superior y de lo inferior, pues en E1 hay la luz de 1as luces, y es por lo que las tinieblas le huyen.

La fuerza del poderoso vence todas las cosas.

Toda cosa sutil penetra toda cosa grosera.

El microcosmos está formado como el macrocosmos.

Esto es mi gloria, y es por lo que soy llamado Hermes, tres veces grande por la sabiduría (66).



Finalmente, entregaremos la adaptación del alquimista contemporáneo Ambrosius Graal:



He aquí el Misterio de la Creación grabado en un trozo de la esmeralda caída de la frente de Lucifer:

Lo sutil da origen a lo denso y lo denso a lo sutil. Lo que está abajo proviene de arriba y lo de arriba de abajo. La Materia toma su forma de la Mente y la Mente de la Materia.

Así se ha formado el Universo, de una sola sustancia, y este es el secreto de su origen.

El Espíritu, Sol - Luz - Fuego, es el padre. La Materia, Luna - Oscuridad - Agua, la madre. La sutilidad del Viento lo ha llevado en su vientre, la solidez de la Tierra es su nodriza y receptáculo. Su poder permanece íntegro al coagularse.

Separando la Tierra y el Fuego, lo sutil y lo denso, suave y naturalmente, el espíritu subirá al Cielo y descenderá a la Tierra y obtendrá su fuerza de las cosas superiores e inferiores.

De este modo alcanzarás la Iluminación y toda ignorancia huirá de ti.

Entonces será la Fuerza de las fuerzas, capaz de vencer todo lo sutil y de penetrar todo lo sólido. Será el Mercurio tres veces sublimado, la Mente tres veces poderosa, creadora del mundo y sus cosas.

La Obra Solar está completa.



Siendo cada una de las tres versiones citadas, valiosas individualmente, nos gustaría, sin embargo, destacar la de Ambrosius Graal por su clara relación con el primero de los Principios Herméticos, el de mentalismo. En ella se dice: “Será el Mercurio tres veces sublimado, la Mente tres veces poderosa, creadora del mundo y sus cosas”. Y en un párrafo anterior destaca: “De este modo alcanzarás la Iluminación y toda ignorancia huirá de ti”.



¿Podríamos decir, entonces, que la Piedra Filosofal es la Iluminación? Nuestra respuesta sería afirmativa y las palabras del adepto Grillot De Givry, en la décima meditación o capítulo de su libro La Gran Obra, parecerían darnos la razón:



"(...) Has de saber que todo lo que nos enseña la ciencia puedes adquirirlo en solo unos segundos mediante la ILUMINACION mística: tu espíritu penetra la clave de la armonía universal al encontrarse frente a frente con el Absoluto”.





E. Canaseliet, discípulo de Fulcanelli, nos dice:



"Cuando escribió E1 Misterio De Las Catedrales, en 1922, Fulcanelli no había recibido el don de Dios, pero estaba tan cerca de la ILUMINACION suprema que juzgó necesario esperar y conservar el anonimato” (67).



Y luego agrega:



" El que sabe hacer la Obra con solo el Mercurio ha encontrado lo que hay de más perfecto; es decir, ha RECIBIDO LA LUZ y realizado el Magisterio” (67).



El propio Fulcanelli en su obra, Las Moradas Filosofales, nos da ciertas indicaciones al respecto:



"(...) El Bafomet era la expresión pagana de Pan. Pues, al igual que los templarios, los ofitas practicaban dos bautismos: uno, el del agua o exotérico; el otro, esotérico, el del espíritu o del fuego. Este último se llamaba el bautismo de Meté. San Justino y san Ireneo lo llamaban la ILUMINACION” (68).



“Este es el consejo que nos permitimos dar a los investigadores sinceros, a los hijos de la ciencia en favor de los cuales escribimos. Tan solo la ILUMINACION divina les proporcionará la solución del oscuro problema” (69).



Y haciendo una descripción del símbolo que encierra el Hombre de los Bosques, agrega:



" Este hombre simple, de cabellos abundantes y mal peinados, con barba inculta, este hombre de la naturaleza al que sus conocimientos tradicionales empujan a menospreciar la vanidosa frivolidad de los pobres locos que se creen sabios, domina, desde lo alto a los otros hombres como domina el montón de piedras que pisotea. El es el ILUMINADO porque ha recibido la luz, la ILUMINACION ESPIRITUAL” (70).



Aquí no podemos más que detenernos y considerar que, la imagen de este hombre de los bosques o de la naturaleza, nos evoca la figura de aquellos yoguis o ascetas tan propios de la tradición asiática y cuyo objetivo era, justamente, la búsqueda y logro de la Iluminación. No olvidemos que Sidharta Gautama, el Buda, el Iluminado, hizo vida de ermitaño en los bosques de la India antes de convertirse en un "Despierto". Pero sigamos leyendo a Fulcanelli:



"(...) El trabajo del arte hace manifiesto y exterior lo que antes se encontraba difuso en la masa tenebrosa, grosera y vil del sujeto primario. Del caos oscuro hace surgir la luz tras haberla reunido, y esta luz brilla desde ahora en las tinieblas como una estrella en el cielo nocturno” (71).



" De manera que estudiando con paciencia esta única y primitiva sustancia, parcela caótica y reflejo del gran mundo, el artista puede adquirir las nociones elementales de una ciencia desconocida, penetrar en un ámbito inexplorado, fértil de descubrimiento, abundante en revelaciones y pródigo de maravillas, y recibir al fin el inestimable don que Dios reserva a las almas de elite: la luz de la sabiduría” (72).



La imagen de la Iluminación es recurrente en los libros alquímicos; en la explicación de un texto cabalístico atribuido a Naxágoras, Fulcanelli denomina a la Piedra Filosofal como: el Templo Sagrado de la Luz (73). Sin embargo, no debemos entender el fenómeno de la Iluminación como algo exclusivamente psicológico o abstracto. La Iluminación, como la alquimia, es un proceso material y, simultáneamente, espiritual. Los actuales avances en medicina psicosomática, han llegado a revelar que los estados de conciencia producen determinadas sustancias químicas a nivel del cerebro y del sistema nervioso general. El descubrimiento de la existencia de neurotransmisores, endorfinas y drogas endógenas, han ampliado significativamente el concepto de la Conciencia y su relación con el organismo humano.



Hoy se sabe que a través de ciertos fármacos podemos evitar las enfermedades depresivas, estar más alerta o acceder a estados alterados (o alternos, dirán unos) de conciencia, similares a los que se experimentan durante el sueño, la meditación o un éxtasis religioso. La medicina actual reconoce que estados de angustia, temor, preocupación o depresión, que son de origen mental, pueden provocar enfermedades concretas en nuestros órganos corporales. Lo que tal vez, la medicina ignore, es que así como un estado de conciencia nos puede enfermar, otro puede mantenernos saludables, vitales y longevos. El cuerpo y la mente humana aún son un misterio, a pesar de lo mucho que hemos avanzado hasta ahora en su conocimiento.



Podemos afirmar, con plena razón de causa, que el fenómeno mental al cual la tradición denomina “Iluminación”, va acompañado de una transformación corporal, además de la psicológica comúnmente reconocida. Esta relación mente-cuerpo también ha sido aceptada por el budismo:



"(...) La mente y la materia están rigurosamente inter-relacionadas: cualquier cosa que suceda en la una se refleja en la otra. Este fue el descubrimiento clave del Buda, el punto crucial de su enseñanza. El lo expresó así: Cualquier cosa que suceda en la mente va acompañada por una sensación” (74)



En el Dhammapada, Buda nos dice:



"La mente precede a todos los fenómenos, la mente es lo que más importa. La mente lo produce todo” (75).



No dejaremos pasar la ocasión sin llamar la atención sobre algunos conceptos budistas que, curiosamente, guardan mucha similitud con el hermetismo. Según el Dharma, la Ley de la Naturaleza o Doctrina de Buda, lo más importante es la acción mental (76); esto la relaciona con el Principio Hermético de “Mentalismo”. La ley budista del Karma nos recuerda el Principio de Causa y Efecto, es decir, que toda acción tiene su reacción y nos enseña que:



"Todos los seres son dueños de sus actos, heredan sus actos, emanan de sus actos, están ligados a sus actos, sus actos son su refugio. Según que sus actos sean viles o nobles, así serán sus vidas” (76).



Del mismo modo, el concepto budista de “impermanencia” (anicca, en lengua pali), nos indica que nada es permanente o estable, que todo cambia y que nada es estático, que todo fluye. Es la forma oriental del Principio Hermético de Vibración, que nos enseña que nada descansa, que todo se mueve y vibra. Profundizando en la doctrina de Buda descubriremos que hay mucho hermetismo en ella, pues hasta su enseñanza, que nos indica que apegándonos al placer damos origen al dolor, nos recuerda el Principio Hermético de Polaridad: “Todo es dual, todo tiene dos polos”.



Todas estas similitudes nos trae a la memoria el dogma hermético de la Unidad, resumido en la frase "Omnia ab unum et in unum omnia" (Todo en uno y uno en todo), la cual contrasta por su semejanza con una de las estrofas del poema de Tao Hsin, cuarto patriarca del budismo zen, que reza así:



Uno en todos, todos en uno…

Si solo se comprende esto,

¡No te preocupes más por no ser perfecto! (77).



No es nuestra intención escarbar en las sutilezas budistas y sus conexiones profundas con la filosofía hermética; ello alargaría en demasía nuestro trabajo, aunque le haría ganar en profundidad y comprensión. Dejaremos pasar esta oportunidad, no sin antes señalar una sabrosa coincidencia (?). Tanto en el mito griego, como en la tradición budista, el nombre de las madres de Hermes y Buda es el mismo: Maya.

El Mercurio: Dragón, Serpiente y Materia Única de la Obra.


"El que sabe hacer la Obra con solo el mercurio ha encontrado lo que hay de más perfecto, es decir, ha recibido la luz y realizado el Magisterio” (78).



Palabras que indican la importancia de esta materia que ha sido tildada con infinidad de nombres (dragón, serpiente, loco, peregrino, anciano, Kronos o Saturno, piedra, Isis, Eva, Virgen, madre, espejo, alkaest, vitriolo, gallo, águila, rémora, agua, fuente, espíritu, etc.),según los gustos e imaginación del alquimista que se refiere a ella. Si bien no hay consenso en el modo de llamarla, si lo hay al momento de señalar su importante y único papel en el desarrollo del proceso alquímico:



"(...) El mercurio contiene en si todo lo necesario para el trabajo. ¡Bendito sea el altísimo, exclamó Geber, que creó este mercurio y le dio una naturaleza a la cual nada puede resistirse! Pues sin él, por mucho que hiciesen los alquimistas, su labor sería inútil. Es la única materia que nos hace falta” (79).



" En nuestra Obra, afirman los Filósofos, basta con el Mercurio” (80).



" In Mercurio est quicquid quaerunt Sapientes: todo cuanto buscan los sabios está en el mercurio” (81).





La Filosofía Hermética está fundada en el conocimiento perfecto del Mercurio, en griego Hermes, de ahí el origen de su adjetivo “hermética”. La razón de esta importancia nos la aclara Fulcanelli:



" Los sabios, pues, tienen razón al enseñar que la piedra de los filósofos o nuestro mercurio y la piedra filosofal son una sola y misma cosa, de una sola y misma especie, aunque una sea más madura y excelente que la otra”(82).



Con lo anterior se nos señala que tanto mercurio como piedra filosofal son sinónimos y que su relación es la misma que existe entre un fruto verde y otro maduro. Sus apelativos indican sus virtudes o cualidades que, por supuesto, son muchas. Se le llama "espejo" por su capacidad de reflejar la naturaleza y la realidad:



“Alquímicamente, la materia prima, la que el artista debe elegir para empezar la Obra, se denomina Espejo del Arte” (83).



“Su espejo, que es el de la Verdad, fue siempre considerado por los autores clásicos como el jeroglífico de la materia universal, y particularmente reconocido entre ellos por el signo de la sustancia propia de la Gran Obra (...) En este espejo, dicen los maestros, el hombre ve la Naturaleza al descubierto. Gracias a él, puede conocer la antigua verdad en su realismo tradicional, pues la Naturaleza no se muestra jamás por sí misma al investigador, excepto por intermedio de este espejo que conserva su imagen reflejada” (84).



Un dato curioso. En la antigüedad los espejos se hacían de superficies metálicas cuidadosamente pulidas y no fue, hasta la Edad Media, que tomaron el aspecto que le conocemos hoy día: una lámina de vidrio sobre la cual se extiende una capa delgada de azogue o mercurio en una de sus caras, para que reflecte la imagen. Debido a ello, tanto por su virtud reflectiva como por su confección, el espejo se convirtió para los filósofos en sinónimo del mercurio filosófico.



Nuestro mercurio, es decir, nuestra mente, tiene la propiedad de reflejar el mundo que nos rodea y nuestro propio mundo interior. De su pureza, de su limpieza, depende que la imagen reflejada corresponda lo más fielmente a la realidad. Y es a este mercurio o mente purificada a la que los alquimistas llaman "su mercurio" o "mercurio filosofal", para así diferenciarlo de la mente mundana u ordinaria, e1 mercurio común o de los filósofos, pues es en él sobre el cual los adeptos o filósofos realizan sus labores. En el budismo zen, esta idea también ha sido expresada a través de la imagen del espejo:



“Este cuerpo es el árbol de la iluminación, ten cuidado de mantenerlo siempre limpio; la mente es como un brillante espejo, no dejes que en ella se amontone el polvo” (85).



Se le llama "anciano" porque es la materia primera o más antigua de la creación. Kronos, porque como el mito de Saturno devora a sus hijos, es decir, disuelve en sí a los otros cuerpos minerales ("minerales", porque crecen en la mina, en la profundidad de la tierra hermética: la mente), que son producidos o engendrados por él:



“La máscara de anciano es el emblema de la sustancia mercurial primaria, a la cual, según dicen los filósofos, todos los metales deben su origen” (86).



Le dicen Proteo, loco, viajero o peregrino, por su cualidad siempre cambiante, inestable y mudable:



"(...) El loco, emblema humanizado de los hijos de Hermes, evoca aún el mercurio mismo, única y propia materia de los sabios (...) Es él, pues, el dueño absoluto de la Obra, el trabajador oscuro y jamás ocioso, el agente secreto y el fiel o leal servidor del filósofo (...) El mercurio, llamado loco de la Gran Obra a causa de su inconstancia y volatilidad” (87).



Sin embargo, cuando más perplejidad causa entre los estudiosos es cuando recibe el epíteto de Serpiente o Cisne, pues se hace difícil entender que una sustancia sea al mismo tiempo volátil (celeste) y reptante (terrestre), es decir, que tenga dos tipos de movimientos contradictorios entre sí: uno ascendente y otro descendente. Más no debemos olvidar que en la naturaleza existen muchas sustancias con propiedades similares. Por ejemplo, pensemos en el agua, como vapor asciende al cielo y da formación a las nubes; en su estado líquido, o sólido, se precipita del cielo a la tierra en forma de lluvia, nieve o granizo, para continuar, siempre descendentemente, en forma de arroyos y ríos hasta el mar:



" La serpiente indica la naturaleza incisiva y disolvente del mercurio...” (88).



" Y nuestro mercurio filosófico es el pájaro de Hermes, a1 cual se da también el nombre de Oca o de Cisne y a veces el de Faisán” (89).



La oca o ganso salvaje se caracteriza por volar, durante los inviernos, hacia lugares más cálidos, lo cual hacía decir y creer, en la antigüedad, que volaba siguiendo al sol: símbolo de vida, luz y calor. El cisne, por su parte, posee un plumaje impermeable al agua, el cual lo mantiene inmaculado aún en las marismas, pantanos y estanques lodosos en los que nada; su blancura perfecta lo hace símbolo de la pureza. El mismo significado, por las mismas particularidades, se encierra en la imagen de la Flor de Loto, tan utilizada y querida en el antiguo Egipto y extremo oriente. Por su parte, el faisán siempre ha sido asimilado al Fénix, especialmente el faisán dorado, por su plumaje vistoso en el cual abunda el rojo y amarillo, colores ígneos y solares, símbolos de la Piedra Filosofal.



Sin embargo, es la serpiente el jeroglífico más cargado de significación esotérica a través de la historia y culturas de todo el mundo. Tanto en su aspecto natural de una simple víbora o culebra, como en su imagen mítica de dragón, la serpiente se nos revela en su doble aspecto como mensajero del bien o del mal. Para los Gnósticos Ofitas era símbolo de la Luz y de la Sabiduría. Para el cristianismo, era el animal más astuto de la creación, a través del cual Satanás tentó a Adán y Eva.



Es la serpiente el mercurio en su aspecto denso, fluídico, que por su pesadez tiende a permanecer en lo bajo. En la India recibió el nombre de Kundalini. La alquimia generada en el yoga tántrico nos enseña:





“(...) La columna vertebral se divide en cinco regiones, que, comenzando desde la más baja, son la coccígea, consistente en cuatro vértebras imperfectas, a menudo unidas en un solo hueso llamado cóccix; la región sacra, consistente en cinco vértebras unidas que forman un solo hueso, el sacro; la región lumbar o región de los ijares, consistente en cinco vértebras; la región dorsal, o región de la espalda, consistente en doce vértebras; y la región cervical o región del cuello, consistente en siete vértebras (...) A grandes rasgos, éstas corresponden a las regiones asignadas al control gobernante de los centros Muladhara, Svadhistana, Manipura, Anahata y Visuddha, los Chakras o Lotos” (90).



En la cabeza se ubicarían dos centros más, a saber: Ajña y Sahasrara. Algunos han querido relacionar estos centros con órganos o plexos nerviosos susceptibles de ser localizados anatómicamente, sin embargo la tradición tántrica ha sido enfática:



"(...) Los Lotos están en la columna vertebral, en el Susumná (canal energético central), y no en los plexos nerviosos que lo rodean. En la columna vertebral existen como centros vitales extremadamente sutiles de Pranasakti (espíritu o aliento vital) y centros de conciencia” (90).





Sir John Woodroffe, en su excelente obra, El Poder Serpentino, nos declara:



" Según la doctrina hindú, estos chakras son diferentes centros de la CONCIENCIA, vitalidad y energía” (91).



No debemos olvidar estas palabras, pues ellas nos permitirán comprender que los Chakras están relacionados a determinados estados de conciencia de nuestra mente o espíritu. Kundalini es la "Divina Energía Cósmica" de los cuerpos (91). Su nombre deriva del sánscrito "kundala", que significa enroscado, pues se dice que su forma es la de una serpiente enroscada y dormida en el centro más bajo del cuerpo (Muladhara) en la base de la columna vertebral. El centro Muladhara está asociado a la conciencia o vitalidad de las funciones excretoras y sexuales, consideradas las más elementales en toda forma de vida orgánica. Por tanto Kundalini, dormida en el Muladhara, representa a la conciencia en su forma más burda o material. Cuando se la estimula, o despierta, tiende a ascender a través de la columna y llegar hasta el cerebro, donde se encuentra el centro Sahasrara, sede de la conciencia en su estado más puro o espiritual. Fulcanelli lo expresa así:



“Abajo, el Mercurio; arriba, el Absoluto. Procedimiento sencillo y completo que no permite más que un camino, no exige más que una materia, no requiere más que una operación. Aquel que sabe hacer la Obra con solo el mercurio ha encontrado todo lo que hay de más perfecto” (92).



El camino único, al que se refiere el insigne alquimista, es el canal energético Susumná de los tántricos, que recorre el interior de la columna desde Muladhara hasta Sahasrara. La materia única es el mercurio, mente o conciencia, que debe transformarse por sublimación, o aumento de sus vibraciones, de una forma burda (Kundalini) a otra más pura o sutil (Espíritu). Y la operación única, necesaria para realizar toda la Obra, es la disolución (solve).



Veamos que más nos enseña Fulcanelli, al referirse al símbolo de la serpiente mordiendo su propia cola:



"(...) La serpiente, jeroglífico del principio alquímico primordial, puede justificar el aserto de los sabios, que aseguran que todo cuanto buscan se encuentra contenido en el mercurio. Ella es, en verdad, el motor y la animadora de la Gran Obra, pues la comienza, la mantiene, la perfecciona y la acaba. Es el círculo místico del que el azufre, embrión del mercurio, marca el punto central a cuyo alrededor efectúa su rotación, trazando así el signo gráfico del Sol, padre de la luz, del espíritu y del oro, dispensador de todos los bienes terrestres” (93).



Curiosamente el tantrismo, al referirse a Kundalini, se expresa en términos parecidos:



“Así como Ananta, el Señor de las Serpientes, sostiene todo el universo, de igual modo ocurre con Kundalini, por la que es sostenido el cuerpo, que es el sostén de toda la práctica yóguica, y que así como se abre una puerta con una llave, de igual modo el Yogui ha de abrir la puerta de la liberación con el auxilio de la Kundalini (...) Ella, la sutilísima de lo sutil, tiene dentro de sí misma el misterio de la creación y la corriente de Ambrosía que fluye desde el Brahman sin atributos. El universo es iluminado por su resplandor y por éste despierta la conciencia eterna” (94).



En estos párrafos, Kundalini, recibe el título de “la sutilísima de lo sutil” porque, a pesar de reposar en el centro de mayor materialidad de todos, es al fin y al cabo una forma de Conciencia y en el tantrismo, como en el hermetismo, todo está compuesto de mente o espíritu:



“La realidad última o irreductible es Espíritu en el sentido de Conciencia Pura de la que proceden la mente y la materia. El Espíritu es uno solo (...) La Conciencia, que nunca está ausente en nada, con todo se manifiesta en diversos modos y grados. El grado de esta manifestación es determinado por la naturaleza y desarrollo de la mente y el cuerpo en el que está albergada. El Espíritu sigue siendo el mismo; la mente y el cuerpo cambian” (95).



“Cuanto existe de Mente o Materia en el universo, existe en alguna forma o manera en el cuerpo humano (...) Lo que está aquí está allí. Lo que no está aquí, no está en parte alguna” (96).



Lo cual nos hace recordar el Principio Hermético de Correspondencia: “como es arriba es abajo, como es adentro es afuera”. Es necesario que tengamos claro que, tanto en la filosofía tántrica como en la hermética, los términos: consciencia, espíritu, mente, alma e, incluso, materia hacen referencia a diferentes grados o estados de la sustancia primordial. La aparente desigualdad en las designaciones, nos facilita identificarlos y el poder hablar de ellos sin caer en confusión.



Kundalini, en el Muladhara, es la energía primordial y total en germen o latencia. La Kundalini que asciende es, también, la energía primordial, pero en una forma dinámica. El poder despertado es, en sí mismo, la Conciencia y, al ser despertado y llevado hasta el centro cerebral superior, es el dador del conocimiento verdadero, que es la Conciencia Suprema. Por ello para el tantrismo:



“La mente es una de las formas de la Kundalini, pues se trata de lo que se llama materia” (97).



El despertar de estas fuerzas se realiza mediante el poder de la voluntad y de la mente, acompañado de la apropiada acción física. Al estar el universo formado de una sola sustancia, sea que se considere a ésta “Mente materializada” o “Materia mentalizada”, según su grado o vibración, el ser humano se convierte en una individualidad en la cual:



"(...) Mente (manas), vitalidad (prana) y semen (virya) son uno solo. Por tanto la sujeción de la mente causa la sujeción de la vitalidad y del semen. De modo parecido, mediante el control del prana (vitalidad, aliento, respiración), son controlados automáticamente manas y virya. Además, si es controlado el semen, y si la sustancia que bajo la influencia del deseo sexual se desarrolla en semilla burda, es inducida a fluir hacia arriba, se obtiene el control de la mente y la vitalidad” (97).



Debido a ello, la disciplina mental, a través del control de los pensamientos se torna tan importante. Este es otro punto de comunión entre hermetismo y tantrismo. El alquimista Grillot De Givry lo expresa así:



“Posees, discípulo mío, un inmenso tesoro de fuerzas ocultas que desconoces, fuerzas considerables e invencibles plegadas en tu interior y que superan todas las fuerzas corporales. Aprende a servirte de ellas, a hacerlas obedecer a tu voluntad y a dominarlas completamente. Para ello, en primer lugar debes expulsar de tu intelecto todo lo que es superfluo y obsoleto. Poda con vigor la fronda de tus pensamientos vulgares (...) Expurga todo lo que no represente vigor y fuerza: es vegetación malsana que solo da desperdicio de energía espiritual. EL PENSAMIENTO ES UNA SUSTANCIA DE NATURALEZA CASI FLUIDICA. Una vez emitido, existe” (98).



"Entonces, ejercítate en recoger tus fuerzas anímicas y psíquicas. Coagúlalas. Da cuerpo a cada uno de tus pensamientos. Dales firmeza precisándolos cuidadosamente y concretizándolos en tu espíritu (…) Guárdate de perder ninguno; no dejes fluir este precioso poder, no lo desparrames sobre nociones inútiles y vanas. Por el contrario, determina con exactitud cuáles son aquellas sobre las que quieres concentrar tu atención (...) Después, reúne en un haz tus pensamientos emitidos voluntariamente y conságralos enunciándolos verbalmente con energía y voluntad. Así realizarás grandes cosas” (99).

·

Sir John Woodroffe nos expone el pensamiento tántrico con

respecto a este tema:





“Desde el punto de vista creador, la mente llega primero y de ella evoluciona el mundo físico (...) Cuando la mente percibe un objeto, ésta se transforma en la forma de ese objeto (...) El pensamiento, como la mente, de la cual es la operación, es un Poder o Energía. Por tanto, es tan real como los objetos materiales externos” (100).



Este hecho conlleva a que el alquimista se procure una disciplina mental muy similar, por no decir idéntica, a las técnicas meditativas de oriente:



“Abandonado a ti mismo te has caracterizado por el desorden de las ideas y de los actos. Medicina para tal desorden es volver a entrar en ti mismo. Esta vuelta a ti mismo exige un esfuerzo de voluntad continuo y duradero (...) Deshazte de cualquier amor a la materia (...) Sé el solitario, el verdadero monje; constrúyete una morada aislada en tu propio corazón (…) Tú eres la materia misma de la Gran Obra: albifícate, espiritualízate, purifica tu astralidad” (101).



“La transmutación debe operarse en tu alma. La piedra en su estado definitivo es el Absoluto mismo” (102).



Las palabras de Grillot De Givry, "sé el solitario, el verdadero monje; constrúyete una morada aislada en tu propio corazón", son de un parecido asombroso con las de Buda:



“Sed cada uno de vosotros vuestra propia isla. Sed vuestro propio refugio; no hay ningún otro refugio. Haced que la verdad sea vuestra isla, haced que la verdad sea vuestro refugio; no hay ningún otro refugio” (103-A).



¿Y alcanzar el Absoluto, de De Givry, no es acaso la Iluminación o el Nirvana, de Gautama?



Al respecto Fulcanelli establece la siguiente relación:



"(...) La gema hermética, piedra filosofal de la Gran Obra o Medicina de los antiguos sabios es llamada también ABSOLUTO (...) o carbunclo precioso, el sol brillante de nuestro microcosmos y el astro de la eterna sapiencia” (103-B).



Que no se nos escape la asociación de ideas, las palabras “sol brillante”, del anterior pasaje, evoca la imagen de luminosidad, es decir, de iluminación, de donde la relación del término alquímico Absoluto con el concepto búdico de Iluminación. Creemos que la asociación es bastante clara dentro de la metáfora utilizada.



La filosofía tántrica caracteriza a Kundalini como una "diosa” y, como tal, la personifica en su aspecto femenino. Ella duerme, reposa enroscada o reside, en el centro Muladhara, “chakra raíz”, el cual es representado en la simbología hindú como un loto de cuatro pétalos con un cuadrado o cubo en su centro. A propósito de esto, Fulcanelli nos hace una sorprendente revelación al hacer referencia a la imagen de la Isis sagrada, sentada en un bloque cúbico (104), que se encontraba en los templos egipcios donde se impartían los secretos alquímicos. Con total certeza podemos afirmar que Isis sentada o reposando en una piedra cúbica, a modo de trono, es el jeroglífico egipcio de Kundalini enroscada en el Muladhara. Ante esta nueva perspectiva la imagen de la diosa o de la Virgen adopta un significado más claro:



“Antaño, las cámaras subterráneas de los templos servían de morada a las estatuas de Isis, las cuales se transformaron cuando la introducción del cristianismo en Galia, en esas Vírgenes negras a las que, en nuestros días, venera el pueblo de manera muy particular. Su simbolismo es, por lo demás, idéntico; unas y otras muestran, en su pedestal, la famosa inscripción: Virgini pariturae; a la Virgen que debe ser Madre” (105).





Isis, Ceres, Cibeles, Deméter, Hécate y la Kali hindú, como Kundalini, son vírgenes negras, oscuras, subterráneas, que representan en el simbolismo hermético la tierra primitiva, la que el artista debe elegir como sujeto de su Obra. La alquimia investiga las transformaciones de la sustancia original, de la Materia Elemental (del latín mater, madre), de la Virgen-Madre, personificación de la sustancia primitiva que utiliza el Principio Creador para realizar sus manifestaciones. Por ello Fulcanelli declara:



“(…) En el Ave Regina la Virgen es adecuadamente llamada Raíz (Salve, radix), para señalar que es principio y comienzo del Todo. Salve, raíz por la cual la luz ha brillado sobre el mundo” (106).



De la imagen de la Virgen-Madre a la de Madre Original o terrenal, de toda la humanidad, solo queda un paso. Debido a ello el Mercurio recibió el epíteto de Eva, por muchos alquimistas y como Madre se le consideró, al igual que a la Virgen, como vaso y recipiente: otra forma jeroglífica para designar al Mercurio. El mito cristiano representa a Eva como la incitadora, junto a la serpiente, de la desobediencia de Adán y como la primera en probar el fruto prohibido. Curiosamente, en algunas pinturas alegóricas a este mito, la serpiente tentadora aparece representada con torso y rostro de mujer. Este detalle tampoco pasó desapercibido al Maestro Fulcanelli:



“En el coro de Saint-Bertrand-de-Comminges (Alto Garona), el reptil descubre un busto provisto de mamas, con brazos y una cabeza de mujer. También una cabeza femenina presenta la serpiente de Vitrí, esculpida en el ajimez de una hermosa puerta del siglo XV en la rue Notre-Dame” (107).



Tal vez, la representación más famosa de esta imagen, la tenemos estampada en la decoración interior de la Capilla Sixtina, en el Vaticano. Que nos perdone Miguel Angel, pero no podemos ver en su representación pictórica de la tentación otra cosa que una alegoría a la Kundalini perfectamente resumida, pues la forma reptilesca y animal, en su mitad inferior, se transforma en humana en la superior. El pecho y rostro femenino señalan su carácter nutricio, dador de vida (pues es la mujer la que pare) y su poder erótico. No debemos olvidar que es el sexo, en el plano material, quien cumple con las funciones creativas propias del espíritu, en lo superior. Entre los Gnósticos Ofitas, Lucifer, el Portador de la Luz, era considerado el Padre del Conocimiento (como Kundalini en la tradición tántrica es considerada la "dadora del conocimiento") y tanto la serpiente, como la mujer, lejos de ser símbolos del mal y del pecado, eran consideradas como representantes de la eterna Sabiduría. Nos dice Fulcanelli:





“En Grecia, a todas las bacantes se les llamaba Eva, palabra que procedía de Evius, sobrenombre de Baco (...)

Eva y Baco son los símbolos de esta sustancia filosofal y natural comúnmente llamada con el nombre de Hermes o Mercurio. Pues se sabe que el mensajero alado de los dioses servía de intermediario entre las potencias del Olimpo y desempeñaba en la mitología un papel análogo al del mercurio en la labor hermética” (107).



Baco era el dios del vino y de la embriaguez divina. Llevaba en su mano siempre una copa o graal, rebosante de vino sagrado, fuego vivo y creador, del cual el ritual cristiano posteriormente se apoderaría, convirtiéndolo en la sangre de Cristo: licor del fuego divino. Y este fuego escondido en la forma líquida del mercurio, no es otro que nuestro azufre:



"(...) La Salamandra sulfurosa, que se complace en medio de las llamas, simboliza el aire y el fuego del cual el azufre posee la sequedad y el ardor ígneo” (108-A).



" Y a esta alma los sabios la han llamado fuego o azufre porque es, en verdad, el agente de todas las mutaciones (...) En griego, azufre se dice “delon”, palabra que procede de “delos”, que significa divino, maravilloso, sobrenatural (...) El azufre filosófico, considerado como el dios y el animador de la Gran Obra, revela por sus acciones una energía formadora comparable a la del Espíritu divino” (108-B).



Ahora bien, sigamos leyendo con atención a Fulcanelli, pues él nos explicará cómo y de qué forma obtener este azufre:



"(...) Cada fruto lleva en sí su semilla, y todo cuerpo, cualquiera que sea, posee la suya (...) Habiendo obtenido las cenizas del cuerpo, éstas serán sometidas a la calcinación, que quemará las partes heterogéneas, adustibles, y dejará la sal central, semilla incombustible y pura que la llama no puede vencer. Los sabios le han aplicado los nombres de azufre, primer agente u oro filosófico (...) Todo el arte se resume en descubrir la semilla, azufre o núcleo metálico, arrojarla en una tierra específica o mercurio, y, luego, en someter estos elementos al fuego” (109).







¿Y de dónde extraeremos este azufre?

"(...) El mercurio de los filósofos, de naturaleza y cualidad doble, en parte fijo y material y en parte volátil y espiritual, el cual basta para comenzar, acabar y multiplicar la obra (...) Él es la mina y la raíz del oro (...) Nuestro mercurio, apenas mineral, es menos aún metálico porque no encierra más que el espíritu o la semilla metálica” (110).

"(...) Los filósofos certifican que su piedra no es otra cosa que una coagulación completa del agua mercurial (...) Nuestro mercurio lleva en si el principio sulfuroso solubilizado, al que debe su coagulación ulterior” (111).



"(...) Nuestro mercurio debe elevarse progresivamente al supremo grado de pureza requerida, por una serie de sublimaciones que necesitan la ayuda de una sustancia especial, antes de ser parcialmente coagulado en azufre vivo” (112).



"(...) La cocción del mercurio filosófico, llamado de otro modo astro o estrella de los sabios, lo transforma en azufre fijo” (113).



Azufre y Mercurio son la misma materia. Su diferencia estriba en que el azufre representa las partes más puras e ígneas que existen en el cuerpo o sustancia del mercurio. El azufre es la semilla, el mercurio el fruto. El fruto contiene en sí a la semilla. El agente de cocción del mercurio es el Fuego de Rueda, elemento de la Gran Obra del cual hablaremos más adelante.



Para mayor claridad deberíamos considerar la producción de la piedra filosofal bajo la analogía del polluelo y el huevo. El huevo es el Mercurio, el embrión en él, es el Azufre. El polluelo, ya nacido, es la Piedra Filosofal. En cierto sentido, huevo, embrión y polluelo son la misma cosa. Desde otro punto de vista, son elementos diferentes. Esto explica las aparentes contradicciones, entre los alquimistas, al momento de describir la materia (o materias) y proceso (o procesos) de la Gran Obra. El estudioso de la alquimia jamás debe olvidar el principio básico o fundamental de toda la cosmogonía hermética: la unidad sustancial del universo. Este principio será el faro guía que lo ayudará a sobrevivir en el confuso mar de los símbolos, las palabras y la vida.



Si la imagen de la serpiente nos llevó a relacionar el simbolismo alquímico occidental con la alquimia tántrica hindú, pues el jeroglífico del dragón nos pondrá en contacto con la tradición alquímica taoísta surgida en China. Veamos lo que Fulcanelli nos enseña:



“En cuanto al dragón, se conoce mejor su doble expresión: desde el punto de vista moral y religioso, es la traducción del espíritu del mal, demonio, diablo o Satán. Para el filósofo y el alquimista, ha servido siempre para representar la materia prima, volátil y disolvente, llamada por otro nombre mercurio común” (114).



"(...) El dragón mítico, el cual se desdobla en mercurio común o primer disolvente (...) Ese mercurio primitivo, junto con cualquier cuerpo fijo, lo hace volátil, vivo, vegetativo y fructificante. Cambia entonces de nombre cambiando de cualidad y se convierte en el mercurio de los sabios, el húmedo radical metálico, la sal celeste o sal florecida (...) Los filósofos la han pintado con la imagen del dragón negro cubierto de escamas al que los chinos llaman Lung” (115).



En la antigua China el dragón (en castellano se pronuncia "long") era un espíritu de las aguas, principalmente de las lluvias, y por ello tenía una connotación celestial. Debido a esto, al emperador o a cualquier hombre eminente se le daba el titulo de "dragón". Sin embargo, fonéticamente, la palabra está asociada a una variedad de otras ideas: sobresaliente, grandioso, generoso, próspero, abundante, cesta, canasta, contenedor, cavidad y caverna (116).



En la alquimia taoísta la cavidad del dragón es el centro inferior tan t'ien, mejor conocido como campo del elixir o campo de la píldora de la inmortalidad. En realidad existen tres tan t'ien: uno inferior, bajo el ombligo; uno medio, a la altura del plexo solar; y otro superior, entre y por detrás de los ojos. El tan t'ien inferior recibe también el nombre de océano de la vitalidad y mar del norte. La tradición taoísta afirma que es ahí donde se forma la píldora o perla de la inmortalidad, de la unión de los alientos masculino y femenino, de las energías yinn y yang del organismo humano.



El arte tradicional chino, ha representado este proceso, a través de la imagen de dos dragones disputándose o luchando alrededor de una perla flamígera. Generalmente uno de ellos es rojo, simbolizando el elemento fuego, y el otro es verde o azul, significando el elemento acuático. Cuando ambos son del mismo color, uno de ellos se para sobre su cola, indicando ascensión, y el otro dirige su cabeza hacia abajo, señalando descenso. En otras representaciones, uno de los dragones se encuentra en la parte superior de la composición artística y el otro en la inferior. La idea es indicar, con claridad, las diferentes naturalezas de los contendientes. Durante la dinastía Tang el dragón ígneo fue reemplazado por el faisán o fénix. Y entre las castas guerreras el dragón tuvo, como digno adversario, al tigre. Ambos símbolos resumían en forma magistral el principio alquímico “disuelve y coagula”. El tigre, como el león en occidente, representa al oeste, la fijeza, mientras el dragón al sector oriental, la volatilidad o disolución. Ocaso y nacimiento del sol, respectivamente. Este símbolo fue tan venerado en el tao-budismo del templo Shaolín, que sus monjes se tatuaban a fuego ambos antebrazos con la imagen del tigre, en el derecho, y la del dragón en el izquierdo. Con el paso del tiempo el Dragón se convirtió en símbolo predilecto para representar al Espíritu y a las fuerzas de la Naturaleza. El emperador se apropió de su imagen, pasando a llamarse "dragón" o "hijo del dragón" y adornando con su efigie las vestimentas y estandartes imperiales.



Dentro de la alquimia occidental y a pesar de la connotación diabólica que le imprimió la influencia judeo-cristiana, el dragón también desempeñó un papel positivo y trascendente como símbolo. Veamos lo que nos indica Fulcanelli:



" Es, pues, en el dragón, imagen del mercurio, donde deberíamos buscar el símbolo representativo de la nutrición y de la progresión del Azufre o Elixir” (117).



“Contempla bien esos dos dragones, nos dice Flamel, pues son los verdaderos principios de la sabiduría que los sabios no han osado mostrar a sus propios hijos. El que está debajo, sin alas, es el fijo o macho, y el de encima, es el volátil o bien la hembra negra y oscura que dominará durante muchos meses. El primero, es llamado azufre o bien calidez y sequedad, y el último, azogue o frigidez y humedad. Son el Sol y la Luna, de fuente mercurial y origen sulfuroso que, por el fuego continuo, se ornan con adornos reales para vencer, estando unidos, y luego cambiados en quintaescencia, toda cosa metálica, sólida, dura y fuerte. Son esas serpientes y dragones que los antiguos egipcios pintaron formando un círculo, mordiéndose la cola para señalar que habían salido de una misma cosa y que se bastaba a si misma, y que se completaba en su contorno y circulación (...) Son las dos serpientes enroscadas en torno al Caduceo y Vara de Mercurio, con los que ejerce su gran poder y se transfigura como quiere (...) Tales son esas dos esperma, masculina y femenina (...) que SON ENGENDRADAS EN LOS RIÑONES y en las entrañas, y por operaciones de los cuatro elementos”(118).



De la anterior exposición quisiéramos destacar dos ideas: una, la del caduceo o vara de mercurio, la otra, la de las dos espermas engendradas en los riñones y entrañas. El cetro de Mercurio, emblema característico de la ciencia médica hoy en día, posee una estrecha relación con el yoga tántrico. La vara central es asimilada al canal energético Susumná, que recorre el interior de la columna vertebral. Las serpientes que se enroscan alrededor de ella representan los conductos energéticos Idá y Pingalá, de polaridades femenina y masculina, lunar y solar, respectivamente. La esfera alada, que remata el extremo superior de la vara, es el jeroglífico de la apertura del centro o loto Ajña, sede de la mente, conocido tradicionalmente como tercer ojo. En fin, el caduceo mercurial es un resumen de la ascensión, desarrollo y despertar de la Kundalini.



La creencia y concepción de que éstas energías (solar y lunar, macho y hembra) se generan, a nivel orgánico en los riñones y otros órganos, es típica de la medicina tradicional china. Creemos que esta es una de las pruebas más claras entregadas por Fulcanelli (y por Nicolás Flamel, a quien se le atribuye el comentario), sobre las relaciones directas e idénticas entre los alquimistas de oriente y occidente. La medicina tradicional china considera a los riñones como la sede de la esencia vital. Dentro de las funciones de la actividad renal se encuentra la producción de los fluidos sexuales, la estructura esquelética, médula ósea, médula espinal y cerebro. El riñón, al cual se le da el título de Señor del Agua (con lo cual se asocia al mercurio de los filósofos), ve afectada su vitalidad y buen funcionamiento cuando se produce una emisión excesiva de fluidos generativos por la actividad sexual. Estos fluidos reciben el nombre de ching y constituyen uno de los Tres Tesoros del ser humano, junto con el ch'i (vitalidad, respiración) y el shen (espíritu, mente). Dentro de la alquimia taoísta el ching, bajo los efectos del calor y cuidado apropiado, transmuta en ch'i, el cual, bajo el mismo procedimiento se sublima en espíritu, mente o shen. En el concepto energético taoísta shen, ch'i y ching son mutuamente transformables en un sentido y en otro, es decir, que así como ching por sublimación se convierte en ch'i y luego en shen, así shen, por coagulación, se transforma en ch'i y luego en ching. Ch'i, la vitalidad y respiración, cumple así un papel intermedio y es la principal energía corporal en la conservación de la salud orgánica y mental.



No solo las actividades superiores del intelecto y la salud corporal, en general, dependen de una buena provisión de ching. Para el alquimista chino es la materia primordial, que una vez transmutada, le permitirá la obtención de la tan preciada perla o píldora de la inmortalidad. Y de esta perla surgirá, primero, el embrión inmortal, y luego, el Yang Shen o cuerpo de proyección de la conciencia, concepto taoísta similar al Phowa de los tibetanos, al Dharmakaya de los budistas tántricos, al Vajrarupa de los hindúes o Cuerpo Astral de los teósofos. No creemos equivocarnos al afirmar que este vehículo de la conciencia es el que recibe el nombre de Absoluto o Piedra Filosofal entre los alquimistas occidentales.



Las técnicas alquímicas taoístas se basan, principalmente, en la meditación, proceso que generalmente se denomina cocción, encender el fuego, hacer girar la rueda ígnea o circular el fuego. Los budistas lo llaman hacer girar la rueda del Dharma, la rueda de la Ley Natural.



Éstos mecanismos introspectivos no eran desconocidos a los alquimistas occidentales. Grillot De Givry nos dice en La Gran Obra:



" Acuérdate que Lao-Tsé ha dicho: actuar consiste también en no actuar” (119).



Axioma que hace referencia al principio taoísta de wu-wei (no acción, no intervención, naturalidad) y demuestra que De Givry poseía nociones sobre la filosofía del Tao. A propósito, Lao-Tsé es traducido habitualmente por “anciano maestro” pero el término “lao” en chino posee otras significaciones, a saber: antiguo, experto, viejo, duro, pétreo. Esta última acepción, viejo-duro-pétreo, nos recuerda las cualidades de las rocas y piedras; con lo cual Lao-Tsé podría pasar a interpretarse como "piedra maestra": la piedra angular (fundamental) de nuestros alquimistas góticos. Idea nada absurda si recordamos que en los templos y jardines taoístas es común la existencia de monolitos en piedra bruta, sin tallar, como símbolos del Tao y de la naturalidad espontánea.



Volviendo a Grillot De Givry, es él quien nos pone en contacto nuevamente con el simbolismo oriental, al hacer comentarios acerca de la Obra Solar:



"¡La Gran Obra! ¡Pero si está escrita por todos sitios! (...) La puedes leer en el pórtico derecho de Notre-Dame de París y en la torre de Saint-Jacques-la-Boucherie (...) En Benarés te la enseñarán con la fórmula: OM MANI PADME HUM” (120).



¡Imposible seguir ocultando el sol con una mano! El alquimista europeo trabaja con la misma materia que su contraparte asiático. El secreto ha sido develado. Om Mani Padme Hum, es un mantram tántrico de tan vasto contenido que al intentar exponerlo Lama Govinda escribió un libro de nada menos trescientas páginas. Om, es en realidad el bija-mantra (mantra-raíz) de la Creación que simboliza el sonido primordial y la totalidad de la existencia. En un principio se escribió Aum. La “A” representa la conciencia del mundo externo, y la “U”, la conciencia de los procesos interiores de la mente, en tanto que la “M” expresa el conocimiento de la unidad incondicionada y no dual del espíritu o vacío (121). Fulcanelli en su obra, Las Moradas Filosofales, hace referencia a este mantra-raíz y su relación con la Virgen-Madre:



"(...) La materia prima o virgen filosófica, que tiene el mismo signo que la Virgen celeste, el monograma AUM” (122).



La palabra, Mani, significa joya o piedra preciosa (¿nuestra piedra filosofal?) y simboliza al Vajra, sustancia diamantina pura e indestructible que resiste a los más duros corrosivos químicos y espirituales. Es la Conciencia, Mente o Conocimiento en su condición suprema. Padme, significa loto o chakra. Expresa la floración y eclosión espiritual. Representa al Dharma (ley natural) y al mundo de la forma. Hum, es otro bija-mantra intraducible. Es lo infinito dentro de lo finito, el espíritu en la materia, Kundalini enroscada en el Muladhara.



Om Mani Padme Hum es la “Joya del Espíritu en la Flor de la Materia”, es el Ouróboros, el Mercurio, la serpiente devorando su propia cola, el Universo autogenerado y autosuficiente.


La Disolución, Secreto de la Gran Obra.

"(...) el secreto principal de la obra reside en el artificio de la disolución” (123).



Esto nos enseña Fulcanelli, y luego agrega:



“Todo el arte se reduce, pues, a la disolución; todo depende de ella y de la manera de efectuarla. Tal es el secretum secretorum, la clave del Magisterio escondida bajo el axioma enigmático Solve et Coagula: disuelve el cuerpo y coagula el espíritu” (123).



Más, para disolver, es necesario un disolvente y la tarea de todo alquimista consiste en desentrañar este enigmático misterio. Disolución significa separación, desintegración, deshacer; todos términos que inmediatamente se asocian a otros: descomposición, putrefacción, dislocación, corrupción y muerte. El negro es su color emblemático. El disolvente ha sido simbolizado con gran variedad de imágenes, desde una muela o piedra de molino hasta las aguas del diluvio universal, pasando por el león, el lobo y el bélico jeroglífico de la espada, la cual por su capacidad o virtud de cortar, es decir, de separar, se dice que disuelve. El fuego y el sol han sido sus más exactas representaciones. Veamos que nos dice Fulcanelli:



" Este diablo, imagen de la tosquedad material opuesta a la espiritualidad, es el jeroglífico de la primera sustancia mineral (...) Se la veía en otro tiempo representada, bajo la figura de Satán, en Notre-Dame de París (...) Para el pueblo era maistre Pierre du Coignet, la maitresse Pierre du coin (la piedra maestra del rincón), es decir, nuestra piedra angular y el bloque primitivo sobre el que está edificada toda la Obra (...) Se trata de esa primitiva materia de los sabios, vil y despreciada por los ignorantes, que es la única dispensadora del agua celeste, NUESTRO PRIMER MERCURIO Y EL GRAN ALKAEST

(...) También se ha llamado disolvente universal, no porque sea capaz de resolver todos los cuerpos de la Naturaleza, lo cual han creído algunos equivocadamente, sino porque lo puede todo en ese pequeño universo que es la Gran Obra” (124).



¿Y cómo es producido este disolvente?



“En general el león es el signo del oro, tanto alquímico como natural; expresa, pues, las propiedades fisicoquímicas de estos cuerpos. Pero los textos dan el mismo nombre a la materia receptiva del Espíritu Universal, del fuego secreto en la elaboración del disolvente (...) El primer agente magnético empleado para preparar el disolvente, que algunos han llamado ALKAEST, recibe el nombre de León verde (...) Algunos adeptos, entre ellos Basilio Valentín, lo llamaron Vitriolo verde” (125).



“Este fuego activo es lo que importa comunicar al sujeto pasivo. El solo tiene poder para modificar su complexión fría y estéril, volviéndola ardiente y prolífica. Los sabios le llaman LEON VERDE, león salvaje y feroz” (126).



“Ese SPIRITUS MUNDI disuelto en el cristal de los filósofos, produce aquella misma ESMERALDA que se desprendió de la frente de Lucifer en el momento de su caída, y en la cual fue tallado el Graal." (127-A).



" Según los autores que han hablado de ello, el MERCURIO vulgar, limpiado de toda impureza y perfectamente exaltado, adquiriría una calidad ígnea que no posee y podría convertirse a su vez en DISOLVENTE” (127-B).



Este disolvente es, pues, “nuestro mercurio”, ese espíritu o fuego dentro de la materia, ese diablo o Lucifer (Portador de la Luz) que habita encadenado en las profundidades del averno. Es curioso que el cristianismo haya representado al infierno como un lugar en llamas, muy parecido al cavernoso taller del mítico Vulcano, dios griego que representa al transformador fuego interno. La insistencia de los adeptos, en atribuir a este disolvente una coloración verde, podemos interpretarla de varias formas. Primero, el verde es el color de la vegetación, de la jungla, de la selva; es pues, símbolo de crecimiento y fructificación, de la fuerza vegetativa de la vida. Segundo, el verde es señal de inmadurez, de juventud, del fruto aún no completado, de fuerza potencial, inacabada, aún en desarrollo. Tercero, es el color de las chispas que la electricidad estática desprende de los cuerpos, según hemos podido comprobar al acariciar a nuestro gato o al quitarnos en la oscuridad alguna prenda de lana.



Verde es el color de la Tabla de Hermes Trismegisto, en la cual se hallan inscritas las leyes de la naturaleza. Verde es la piedra preciosa o diadema (nuestra piedra filosofal) en la frente de Lucifer, el tercer ojo u ojo mental del serafín rebelde, en la cual fue tallado el Graal, receptáculo de la divina y crística sangre solar, tan caro a Arturo y sus caballeros:



" Este fuego secreto, o esta agua ardiente, es la chispa vital comunicada por el Creador a la materia inerte; es el espíritu encerrado en las cosas, el rayo ígneo, imperecedero, encerrado en el fondo de la sustancia oscura, informe y frígida (…) Es el agua a la que tantos nombres han dado los Filósofos, y es el disolvente universal, la vida y la salud de todas las cosas ( ...) Este fuego no es en realidad caliente, sino que es un espíritu ígneo introducido en un sujeto de la misma naturaleza de la piedra; y al ser medianamente excitado por el fuego exterior, la calcina, la disuelve, la sublima y la resuelve en agua seca” (128).



La “piedra” a la que hace mención el anterior pasaje es, como ya se supondrá, la piedra angular o cúbica, fundamento de la obra alquímica y jeroglífico occidental del chakra o centro raíz Muladhara, sede del poder ígneo serpentino en la cosmogonía tántrica. Como se recordará, la figura geométrica asociada a este chakra es el cuadrado o cubo. El sujeto de “la misma naturaleza de la piedra” es, pues, el poseedor y dueño de la misma. El "fuego exterior" que excita a este fuego interno y serpentino es, nada menos, que la respiración:



"(...) Dicen de Kundalini: Ella es quien mantiene a todos 1os seres del mundo por medio de la aspiración y la espiración” (129).



La importancia de la respiración también es tenida en cuenta en la meditación budista. A este respecto podemos leer en el libro de William Hart, La Vipassana, lo siguiente:



“La técnica más apta para explorar la realidad interior, la técnica que el Buda mismo practicó es la "anapana-sati”, atención a la respiración” (130).



El yoga taoísta nos enseña:



“El cuerpo humano es comparable a un árbol desarraigado y, para él, la respiración constituye su raíz y sus ramas” (131).



La expresión “su raíz y sus ramas” significa que es principio y fin, origen y meta, es decir, lo abarca todo. Expresión interesante, pues, en El Misterio De Las Catedrales, Fulcanelli escribe:



" La raíz de nuestros cuerpos está en el aire, dicen los sabios, y su cabeza, en tierra” (132).



Tal similitud de ideas no puede ser coincidencia, eso lo sabemos, por ello nos gustaría profundizar, algo más, en la alquimia china:



“Al practicar la alquimia, el practicante debe cerrar la boca y arquear la lengua hacia arriba. Cuando inhala el aire fresco (postnatal) ha de introducirse por las ventanas nasales y la garganta gradualmente hasta llegar a la cavidad inferior tan t'ien (bajo e1 ombligo) y, simultáneamente, hará ascender el punto de su concentración desde la cavidad mortal (en la raíz del pene) por la espina dorsal hasta alcanzar el ápice de la cabeza. Cuando exhala, el aire postnatal debe salir por la garganta y las fosas nasales; al mismo tiempo, se hará descender el punto de concentración desde lo alto de la cabeza a la parte media de las cejas (frente a la cavidad del espíritu), detrás de la lengua y por la garganta a la cavidad chiang kung (en el plexo solar) y al centro de vitalidad (bajo el ombligo) hasta llegar a la puerta de la mortalidad (en la raíz del pene), donde se detendrá. Esta circulación proseguirá indefinidamente hasta que las dos cavidades de la naturaleza esencial (en el corazón) y de la vida eterna (bajo el ombligo) vibren, anunciando la producción de la verdadera vitalidad (...) Si la rueda de la ley se detiene por sí misma y a esto sigue un estado de serenidad, se dejarán las cosas así, sin forzarla a girar” (133).



La rueda de la ley es la circulación del fuego interior u órbita microcósmica, según se conoce en la meditación taoísta. A este fuego circular o de rueda es al que hace referencia el poema alquímico que Fulcanelli nos presenta:



“Ve por este camino, no por otro, te advierto; observa solamente las huellas de mi rueda.

Y para dar a todo un calor igual, no subas ni desciendas al cielo y a la tierra.

Si demasiado subes, el cielo quemarás; si bajas demasiado, destruirás la tierra.

En cambio, si mantienes en medio tu carrera el avance es seguido y la ruta más segura” (134).



Este fuego circular es mantenido en movimiento por la concentración y voluntad del meditador. Cuando el ejercicio introspectivo es realizado a conciencia, se produce en forma totalmente espontánea su detención, sumiendo al practicante en un estado de profunda serenidad y abstracción. Este fenómeno es el que recibe el nombre de disolución. El tantrismo lo define así:



“El proceso yóguico es un movimiento de retorno a la Fuente, que es el reverso del movimiento creador allí existente (...) Como la sede de la Fuente es, en el cuerpo humano, el cerebro, en el que existe la máxima manifestación de la Conciencia, la sede de la Mente está entre las cejas y las sedes de la Materia en los cinco centros (chakras) desde la laringe hasta la base de la columna vertebral. Aquí se realiza el comienzo del movimiento de retorno y las diversas clases de Materia se DISUELVEN una en otra, y luego en la Mente, y la Mente en la Consciencia” (135).



Dentro de la cosmogonía tántrica la creación del universo procede desde el Espíritu (Conciencia o Energía Pura) hacia la Materia burda, es decir, el proceso creativo va desde lo más sutil a lo más denso. En el cuerpo humano el espíritu crea, primero, el centro o chakra Sahasrara, en la cúspide de la cabeza. Allí es donde reside la Conciencia en el ser humano. A medida que la vibración espiritual se va densificando, enlenteciendo, se formarán los chakras Ajña, sede de la Mente; Visuddha, sede de la función del elemento etérico; Anahata, sede de la función del elemento aire; Manipura, del elemento fuego; Svadhisthana, del elemento agua y Muladhara, de la tierra. Una vez que la Energía entra en el último y más burdo elemento, es decir, la materia sólida, no le queda nada más por hacer:



“Entonces cesa su actividad creadora y Ella reposa. Reposa en su postrera emanación, el principio “tierra”, se enrosca nuevamente y duerme. Ahora es Kundalí-Sakti, cuya morada en el cuerpo humano es el centro Tierra o Muladhara-Chakra” (136).



Muladhara chakra, la piedra fundamental, nuestro cubo hermético sobre el cual descansa la divina y virginal Isis:



" El centro estático del cuerpo humano es el Poder Serpentino central en el Muladhara (...) Este centro del poder es una forma burda de Conciencia, y al aparecer es un poder, que como la forma suprema de la fuerza, es una manifestación de ella (...) En el cuerpo humano el polo potencial de la energía (Muladhara), que es el poder supremo, es estimulado para que entre en acción, y con ello las fuerzas móviles sostenidas por aquella son conducidas hasta allí, y todo el dinamismo así engendrado se desplaza ascendentemente para unirse con la Conciencia quiescente en el Loto Supremo”(137).



Cuando Kundalini es despertada y se desplaza hacia arriba, recoge consigo y dentro de sí a todas las energías corporales y las une en el centro supremo. El proceso ascendente o evolutivo es la inversión del proceso creativo (del Espíritu hacia la Materia) y, por tanto, implica la disolución o destrucción de lo anteriormente creado. El principio consistirá, entonces, en que lo más burdo, o denso, se fundirá en lo más sutil: la tierra se disolverá en el agua, ambos se disolverán en el fuego, el fuego en el aire, éste, en el éter, el éter en la Mente y ésta, finalmente, en la Conciencia Pura:



“Kundalí es la representante corporal individual del Gran Poder Cósmico (Sakti) que crea y sostiene el universo. Cuando esta Sakti individual que se manifiesta como la conciencia individual (Jiva) se funde en la conciencia del Siva Supremo (espíritu puro), el mundo se disuelve para ese Jiva y se obtiene la Liberación” (138).



La tradición tántrica detalla que cuando Kundalini ha alcanzado el cerebro superior, o Conciencia Suprema (loto Sahasrara), todo el cuerpo queda frío y cadavérico, salvo la parte superior del cráneo, donde se siente algún calor, señal de que este es el lugar donde se unen los aspectos estático y dinámico de la Conciencia:



“A medida que Kundalini asciende, los miembros inferiores se tornan tan inertes y fríos como los de un cadáver; lo mismo ocurre con cada parte del cuerpo cuando ella la atravesó dejándola atrás. Esto se debe al hecho de que Ella, como el Poder que sostiene al cuerpo como una totalidad orgánica, está abandonando su centro. Por el contrario, la parte superior de la cabeza se torna "brillante", con lo cual no se significa ningún brillo externo, sino agudeza, calor y animación (...) El cuerpo parece muerto, indicando que su poder sustentador le abandonó (aunque no enteramente). El retorno descendente de la Sakti (kundalini) que así se mueve, queda en evidencia, por el otro lado, por la reaparición del calor, de la vitalidad y de la conciencia normal (...) La liberación solo se gana cuando la Kundalini asume su morada permanente en el Sahasrara, de modo que solo retorna por voluntad del Sadhaka (o meditador)” (138).



Este subir y descender de la Kundalini nos recuerda la Orbita Microcósmica, o Fuego Circular, de los alquimistas taoístas y las palabras de la Tabla Esmeralda, con las cuales se alude al mercurio tres veces sublime: “Él sube de la tierra al cielo y de nuevo desciende a la tierra y recibe la fuerza superior e inferior”. Fulcanelli lo expresa, a través del siguiente axioma:



“Si lo fijo sabes disolver,

lo disuelto volatilizar,

y lo volátil fijar luego en polvo,

tienes motivo de consolación” (139).



La meditación budista, desde su propia perspectiva, también nos explica la importancia de esta disolución:



" Para experimentar la verdad última de la liberación, es necesario trasponer previamente la realidad aparente y experimentar la disolución del cuerpo y la mente (...) Para alcanzar este estado de disolución (bhanga), lo único que el meditador necesita hacer es desarrollar conciencia y ecuanimidad” (140).



Conciencia y ecuanimidad ante el enjambre de sensaciones corporales y mentales que continuamente nos aguijonean y nos convierten en esclavos de aversiones y deseos irracionales, opacando así nuestra auténtica naturaleza espiritual. Quisiéramos hacer aquí un pequeño esbozo sobre el pensamiento budista primitivo, por hallarlo en muchos aspectos idéntico, en sus principios y concepciones, a las ideas herméticas sobre la mente y la materia. Leamos con atención algunas de las doctrinas provenientes de la tradición budista theravada, que el señor William Hart nos enseña en un lenguaje actualizado y más accesible a nuestras mentes occidentales:



“El cambio, las reacciones electromagnéticas y bioquímicas, se producen a cada instante en cada parte del cuerpo. Los procesos mentales cambian y se manifiestan, como cambios físicos a cada momento, con rapidez aun mayor. Esta es la realidad de la mente y de la materia: cambio e impermanencia (anicca). Las partículas subatómicas que componen el cuerpo surgen y desaparecen a cada instante. Tanto dentro de uno mismo, la estructura física y la mental, como en el mundo exterior, todo cambia a cada instante (...) Cada partícula del cuerpo, cada proceso de la mente está en un estado de constante flujo. No hay nada que dure más de un solo instante, ningún núcleo sólido al que aferrarse, nada que podamos llamar “yo” o “mío”. Este “yo” no es más que una concatenación de procesos que cambian sin cesar” (141).



Como ya lo habíamos señalado en páginas anteriores, este es un enfoque muy particular y acertado del principio hermético de vibración, el cual está siempre presente o insinuado dentro del pensamiento budista. Sin embargo, continuemos leyendo:



“(...) El cuerpo está compuesto de partículas subatómicas, kalapas, que surgen y desaparecen a cada instante con enorme rapidez. Al hacerlo, ponen de manifiesto en una variedad infinita de combinaciones las cualidades básicas de la materia, masa, cohesión, temperatura y movimiento, produciendo en nosotros toda la gama de sensaciones (...) Cualquier cosa que ocurra en la mente, tiene un efecto sobre el cuerpo y puede ser responsable del surgimiento de kalapas. De aquí que las partículas también puedan surgir a causa de una reacción mental que sucede en este preciso momento, o a causa de una reacción pasada que influye en el estado mental presente” (142).



"(...) Las sensaciones físicas están íntimamente relacionadas con la mente y ofrecen, como la respiración, un reflejo del estado mental actual. Cuando los objetos mentales, pensamientos, ideas, imaginaciones, emociones, recuerdos, esperanzas, temores, entran en contacto con la mente, surge una sensación. Cada pensamiento, cada emoción, cada acto mental va acompañado de la correspondiente sensación en el cuerpo. Por tanto, al observar las sensaciones físicas, también observamos la mente” (143).



Estos párrafos dejan absoluta constancia del concepto budista de unidad mente-cuerpo, tan caro a los hermetistas también, ya que le dieron el primer lugar dentro de sus Siete Principios: Todo es Mente, el universo es mental.



Como ya ha sido expuesto, 1os estados de conciencia generan, en la estructura somática de nuestro organismo, sustancias moleculares encargadas de producir reacciones químicas determinadas, cuyas funciones, aunque no son totalmente conocidas por la ciencia actual, influyen en el comportamiento general de nuestra individualidad. Valga esta observación para apoyar la tesis búdico-hermética sobre la unidad cuerpo-mente, mente-materia. Mas ya nos hemos alejado lo suficiente de nuestro tema principal: la disolución.



Si el yoga tántrico la define como el recogimiento de las energías corporales en el centro superior del cerebro, cuya manifestación es una pérdida gradual de la conciencia exterior habitual y un aumento de la Conciencia de lo Absoluto, entonces, ¿cómo la percibe el meditador budista que observa la realidad concreta de sus sensaciones corporales y mentales? Veamos:



“Cualquiera que sea el punto en el que fijemos la atención dentro de la estructura física, solo somos conscientes de un surgir y desaparecer. Cuando quiera que aparezca un pensamiento en la mente, somos conscientes de las sensaciones físicas que lo acompañan, surgiendo y desapareciendo. Se DISUELVE la solidez aparente del cuerpo y de la mente, y experimentamos la realidad última de la materia, la mente y las formaciones mentales: solo hay vibraciones, oscilaciones, que surgen y desaparecen con gran rapidez” (144).



El estado de conciencia habitual se pierde y se penetra en uno en el cual la solidez corporal se desvanece. Por ello el tantrismo explica:



“Cuando Kundalini duerme, el hombre está despierto para este mundo. Cuando ella despierta, el hombre está dormido, es decir, pierde toda consciencia del mundo y entra en su CUERPO CAUSAL” (145).



Dentro del kundalini-yoga se otorga al ser humano tres cuerpos de manifestación, a saber: el cuerpo causal (karanasaríra o parasaríra), el cuerpo sutil (suksmasaríra) y el cuerpo burdo o físico (sthulasaríra). Estos tres cuerpos son templos del Espíritu y permiten su manifestación en diferentes planos o niveles. Estos tres vehículos corporales deben ser relacionados a los conceptos taoístas de shen, ch'i y ching, y, en la alquimia occidental, a los tres colores de la Obra: rojo, blanco y negro. El cuerpo causal permite la manifestación del espíritu en el plano mental; el cuerpo sutil, en el nivel de la energía y la vitalidad y, el burdo, en el mundo de la materia grosera.



La apariencia cadavérica del cuerpo, durante el proceso de disolución, también es descripta por la alquimia china:



“La cesación de la respiración denota aquella condición de serenidad en que el practicante queda inconsciente, su respiración casi cesa y su pulso apenas late. Esto se llama congelar el espíritu” (146).



Disolver el cuerpo y congelar el espíritu: solve et coagula. Lo que el alquimista y monje, Roger Bacon, llamó la solución de la obra:



" Es necesario que el cuerpo se haga espíritu y que el espíritu se haga cuerpo” (147).



En alquimia, la Obra entera no implica sino una serie de diversas soluciones y es solo a través de la disolución filosófica que se realiza la purificación absoluta del cuerpo:



" (...) El objeto de la disolución filosófica es la obtención del azufre que, en el Magisterio, desempeña el papel de formador al coagular el mercurio que le está unido, propiedad que posee por su naturaleza ardiente, ígnea y desecante (...) El azufre, conservando las cualidades específicas del cuerpo disuelto, no es, en realidad, más que la porción más pura y más sutil de ese mismo cuerpo” (148).



A cada disolución, el cuerpo se fragmenta, se disgrega poco a poco, abandonando gran cantidad de impurezas. Cuanto más numerosas son la reiteraciones, más se disocia el cuerpo y más pura es la quintaesencia que proviene de él, aumentada en fuerza y actividad:



" Desde el momento en que el investigador está en posesión del disolvente, único factor susceptible de actuar sobre los cuerpos, de destruirlos y de extraer su semilla, no tendrá más que buscar el sujeto metálico que le parezca más apropiado para cumplir su designio. Así el metal, triturado y "hecho pedazos” le entregará ese grano fijo y puro, espíritu que lleva en sí, gema brillante de magnífico color, primera manifestación de la piedra de los sabios, Febo naciente y padre efectivo del gran elixir” (149).



E1 simbolismo del párrafo anterior no debe prestar ya lugar a equívocos. Las explicaciones que hemos ofrecido son lo suficientemente claras para permitir al lector interpretar las metáforas de los textos alquímicos. A partir de ahora, también, nos será más fácil develar las imágenes que, los antiguos adeptos medievales de occidente, utilizaron para mantener su ciencia secreta.



Se comprenderá, entonces, el significado de la "muerte" dentro del proceso alquímico y su insistencia en los dichos e imágenes de los filósofos. Los cráneos descarnados, las tumbas, las tibias cruzadas, el degollamiento de inocentes, Saturno engullendo a sus hijos, Cristo crucificado, el león devorando al águila o la macabra imagen de una enorme serpiente tragando a una mujer en su lecho; todas ellas son metáforas de la Muerte o Disolución, primer y último secreto de la Obra:



“(...) La disolución, llamada muerte por los viejos autores, se afirma como la primera y más importante de las operaciones de la Obra, la que el artista debe esforzarse en realizar antes que cualquier otra. Quien descubra el artificio de la verdadera disolución y vea consumarse la putrefacción consecutiva tendrá en su poder el mayor secreto del mundo” (150).



Debido a la Disolución nuestro mercurio (o disolvente) es reconocido, entre todos los filósofos, como peregrino o viajero del gran arte:



" (...) Basilio Valentín da a éste el sobrenombre de peregrino o viajero, porque debe, nos dice, atravesar seis ciudades celestes antes de fijar su residencia en la séptima” (151).



Estas seis ciudades que el mercurio debe atravesar, son los chakras o centros de conciencia a lo largo de la columna. Este es el Camino de Santiago, peregrinaje que todos los alquimistas están obligados a emprender. Al mismo proceso se hace referencia cuando se habla de la apertura del Libro de Siete Sellos:



" Este libro, aunque sea muy corriente, aunque todo el mundo puede adquirirlo con facilidad, no puede, sin embargo, ser abierto, es decir, comprendido, sin revelación previa (...) Es el libro del Apocalipsis, de páginas cerradas con siete sellos, el libro iniciático que nos presentan los personajes encargados de exponer las elevadas verdades de la ciencia” (152).



“En ocasiones, cuando este libro se representa cerrado, lo cual indica la sustancia mineral en bruto, no es extraño verle cerrado con siete cintas; son las marcas de las SIETE OPERACIONES sucesivas que permiten abrirlo, al romper cada una de ellas uno de los sellos que lo mantienen cerrado. Tal es el Gran Libro de la Naturaleza, que encierra en sus páginas la revelación de las ciencias profanas y la de los misterios sagrados” (153).



" (...) Los filósofos dieron el nombre de León Verde a la vasija utilizada para la cocción (...) En la Obra, solo hay este León Verde que cierra y abre los SIETE SELLOS indisolubles de los siete espíritus metálicos, y que atormenta a los cuerpos hasta perfeccionarlos enteramente, por medio de la prolongada y firme paciencia del artista” (153).



El mercurio es la Mente en su aspecto burdo, como Kundalini, y está asociado a los fluidos esenciales orgánicos, especialmente al semen, la sangre y el líquido cerebro-espinal. Por ello su ascenso es considerado como una sublimación de estos elementos vitales:



" Hacer volar el águila significa, según la expresión hermética, hacer salir la luz de la tumba y llevarla a la superficie, que es lo propio de toda sublimación verdadera (...) Mas, para perfeccionar nuestra Obra, se necesitan al menos siete águilas, e incluso deberían emplearse hasta nueve” (154).



“(...) La cualidad del espíritu, siendo aérea y volátil, le obliga siempre a elevarse, y que su naturaleza lo hace brillar a partir del momento en que se encuentra separado de la opacidad grosera y corporal que lo arropa (...) Igualmente, vemos en la Obra la necesidad de hacer manifiesto ese FUEGO INTERNO, esa LUZ o esa alma, invisible bajo la dura corteza de la materia grave. La operación que sirvió a los viejos filósofos para realizar este designio fue llamada por ellos sublimación (...) Esta SEPARACION o SUBLIMACION del cuerpo y manifestación del espíritu debe hacerse progresivamente y es preciso reiterarla tantas veces como se juzgue oportuno. Cada una de esas reiteraciones toma el nombre de águila, y Filaleteo nos afirma que la quinta águila resuelve la Luna, pero que es necesario trabajar de siete a nueve para alcanzar el esplendor característico del Sol” (155).



La quinta águila correspondería al ascenso de la Kundalini hasta el chakra Visuddha, quinto centro de conciencia y sede de la mente-materia en su estado etérico, en donde se manifiesta, a la visión interna del practicante, la energía vital como una chispa de luz blanca radiante. Esta sería la estrella de los alquimistas o la manifestación de la albificación en el proceso de la Gran Obra. Se mencionan siete o nueve águilas, o sublimaciones, porque dentro del esquema tántrico existen dos chakras adicionales, o auxiliares, entre Ajña y Sahasrara. Estos son el Manas-chakra, de seis pétalos, cuya función principal es el manejo de la atención, y el Soma-chakra, de dieciséis lóbulos, sede de los sentimientos altruistas y del control volitivo. Con ellos se eleva el número de centros de conciencia a nueve, en lugar de los siete tradicionalmente conocidos. Esa sería la razón para la representación artística de la ciencia alquímica como una mujer sosteniendo una escalera de nueve peldaños, que aparece en el pilar central de la iglesia de Notre-Dame de París:



“(...) La alquimia representada por una mujer cuya frente toca las nubes. Sentada en un trono, lleva un cetro, símbolo de soberanía, en la mano izquierda, mientras sostiene dos libros con la derecha, uno cerrado y el otro abierto. Entre sus rodillas y apoyada sobre el pecho, yérguese la escala de nueve peldaños, scala philosophorum, jeroglífico de la PACIENCIA que deben tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de la labor hermética” (156).



La paciencia (pax scientia = paz ciencia) o ciencia de la paz, espíritu que debe animar toda la Obra, pues el proceso alquímico como todo proceso natural no avanza a saltos, bruscamente, sino que tiene que ser acabado suave y paulatinamente, pacíficamente, paso a paso y sin omitir ninguna de las etapas requeridas. El paso de la Kundalini, a través de los siete chakras, también es el tema que encierra el tallado de la piedra cúbica:



" (...) Esta piedra cúbica que la industriosa Naturaleza engendra solo del agua, materia universal del peripatetismo, y de la que el arte debe tallar las seis caras según las reglas de la geometría oculta” (157).



El Agua, sería nuestro mercurio, y cada una de las seis caras del cubo equivaldría a uno de los chakras. El cubo mismo representaría al chakra raíz, Muladhara, del cual es su jeroglífico. Simbolismo similar guarda la imagen del dado, utensilio lúdico del cual se sirvieron los soldados romanos para sortearse las prendas del Cristo, y del cual poseemos su esotérico significado claramente expuesto en Las Moradas Filosofales:



“Su figura, la del cubo, designa la piedra cúbica o tallada, nuestra piedra filosofal y la piedra angular de la Iglesia. Pero, para estar regularmente erigida, esta piedra requiere tres repeticiones sucesivas de una misma serie de siete operaciones, lo que totaliza veintiuna. Este número corresponde con exactitud a la suma de los puntos marcados en las seis caras del dado, pues adicionando los seis primeros números se obtiene veintiuno (...) Basta, pues, analógicamente, con lanzar tres veces el dado sobre la mesa, lo que equivale en la práctica a REDISOLVER TRES VECES LA PIEDRA, para obtenerla con todas sus cualidades” (158).



La suma de las caras opuestas de un dado, también suman siete: 1+6, 2+5, 3+4; y por formar tres grupos claramente definidos, reafirman la idea ya expuesta de tres repeticiones de una operación de siete etapas o niveles. Estas tres repeticiones equivalen a tres ascensos y descensos de la Kundalini a través del tronco vertebral, o bien, a tres disoluciones de la unidad mente-cuerpo y que son percibidas como un flujo interminable de sensaciones vibratorias siempre cambiantes y en movimiento, carentes de solidez. La alquimia taoísta identifica éstas tres repeticiones, sublimaciones o disoluciones, con tres fases de serenidad que se manifiestan en el siguiente orden: primera disolución, vacío o ausencia de pensamientos (nien chu); segunda disolución, cese de la respiración (hsi chu); y tercera disolución, desaparición del pulso y latidos cardíacos (mo chu):



“El gran Tao consiste en SUBLIMAR la fuerza generativa (ching) en vitalidad (ch'i), cuya plenitud nutrirá y desarrollará la semilla inmortal, y la luz de ésta revela la verdadera fuerza generativa positiva. Esto es el cultivo de la naturaleza esencial y la vida eterna, cuyo objeto es realizar el desarrollo completo de la vitalidad positiva” (159).



" La fuerza generativa pasa a vitalidad si el cuerpo está inmóvil; la vitalidad se transmuta en espíritu si el corazón está apaciguado; y el espíritu retorna a la nada si el pensamiento es inmutable (...) Si cuerpo, corazón y pensamiento están inmóviles las tres familias (es decir, cuerpo, corazón y pensamiento) contribuyen a crear el feto inmortal” (160-A).



La expresión el espíritu retorna a la nada, hace referencia a un estado de conciencia de Unidad Indiferenciada, estado el cual, por ser excepcional, resulta imposible de describir satisfactoriamente en nuestro lenguaje habitual, por basarse éste en un estado de conciencia incapaz de trascender la norma. No existen términos o conceptos para describir lo desconocido, especialmente si es experimentado por primera vez. Por ello los filósofos y adeptos recurrían y recurren a la alegoría, la paradoja y la metáfora. En occidente, los alquimistas encubrieron el proceso de la sublimación utilizando el simbolismo de los Siete Días de la Creación, los Siete Metales o Planetas, los Siete Dioses del Olimpo o los Siete Colores de la Obra, de los cuales destacaron tres: negro, blanco y rojo. Estos tres colores no solo señalan tres grados de cocción y sublimación (disolución), sino que indican la apertura de tres grandes "nudos" o puertas a través del cordón espinal: el Rudra-Granthi, entre el chakra Svadisthana y el Manipura; el Visnu-Granthi, entre Anahata y Visuddha; y el Brahma-Granthi, entre Ajña y Sahasrara. Estos nudos son pasos de difícil acceso en el flujo ascendente de la Kundalini. En la apertura del primero el cuerpo pierde su aparente solidez y se detiene el flujo del pensamiento discursivo. Al abrirse el segundo, la conciencia experimenta la aparición de una "luz lunar" o blanca y la respiración parece detenerse. La apertura del tercer nudo es acompañado del cese aparente de todas las funciones vitales, no hay latidos cardíacos, el cuerpo permanece frío y rígido como un cadáver y, ante el ojo de la conciencia, la luz blanca se torna rojiza.



Sin embargo, la disolución debe ser acompañada de una nueva coagulación o vuelta de la Kundalini al Muladhara, para luego, repetir el ciclo, al menos, dos veces más. Proceso que es conocido como multiplicación por los alquimistas y cuyo objetivo es madurar el fruto filosófico, dándole así mayor poder y energía. Fulcanelli lo explica así:



"Cada vez que la piedra, fija y perfecta, es afectada por el mercurio a fin de disolverse en él, de nutrirse con él de nuevo y de aumentar en él no solo en peso y volumen, sino también en energía, vuelve a su estado, a su color y a su aspecto primitivos mediante la cocción” (160-B).


Los alquimistas taoístas.

Los alquimistas taoístas teorizan así el proceso:



“Cuando la fuerza generativa se eleva para unirse con la naturaleza esencial, la blanca luz de la vitalidad se manifiesta; es como la luz lunar, y su plenitud equivale a la mitad de un todo. Cuando la vitalidad desciende para unirse con la vida eterna, la luz dorada se manifiesta; es amarillenta rojiza, y su plenitud equivale a la otra mitad. La unión de ambas luces formará, el todo que es la semilla inmortal. Una vez que la “joya espiritual” ha regresado a su origen (en el abdomen inferior), una concentración intensa sobre él hará que, al cabo de algún tiempo, aparezca una luz dorada en la luz blanca situada entre los ojos. Este es el embrión de la semilla inmortal, producido por la fusión de fuerza generativa (ching), vitalidad (ch'i) y espíritu (shen) en un todo” (161).



Debido a que estos fenómenos mentales, que afectan a la unidad psicosomática, se desarrollan bajo estados de conciencia alterados (o alternos), los experimentadores intelectualizan su vivencia según las circunstancias particulares de cultura, raza, civilización, historia, tecnología, etc. Ello explica las diferencias superficiales existentes en sus interpretaciones y mantiene intactas las ideas centrales o arquetípicas de la Gran Obra. Esta observación es válida para aquellos amantes de la exactitud momificante, de 1a letra muerta y no de su espíritu vivo, que se dedican a criticar la alquimia por sus inexactitudes o lógica inconsistente y de apariencia contradictoria.



Con respecto a los colores de la Obra, Fulcanelli nos explica:



“Estos colores, en número de tres, siguen un orden invariable que va del negro al rojo pasando por el blanco. Pero, como la Naturaleza, según el adagio, Natura non facit saltus, no actúa nunca brutalmente, existen muchos otros colores intermedios que aparecen entre los tres principales (...) El color negro fue atribuido a Saturno, el cual se convirtió en espagiria, en jeroglífico del plomo (...) Es el color simbólico de las Tinieblas y de las Sombras cimerias, el de Satán, a quien se ofrecían rosas negras, y también el del Caos primitivo, donde las semillas de todas las cosas se mezclan y confunden; es el sable de la ciencia heráldica y el emblema del elemento tierra, de la noche y de la muerte” (162).



La imagen del cuervo es la efigie zoomorfa del color negro. Según Le Breton:



“Hay cuatro putrefacciones en la Obra filosófica. La primera, en la primera separación; la segunda, en la primera conjunción; la tercera, en la segunda conjunción, que se produce entre el agua pesada y su sal; por último, la cuarta, en la fijación del azufre. En cada una de estas putrefacciones se produce negrura” (162).



Quien no ve esa negrura al comienzo de sus operaciones, aunque vea otro color cualquiera, falta por entero al Magisterio. El mercurio filosófico empieza con el negro, signo de su mortificación. Tal es su primera tintura y la indicación favorable de la técnica, la señal precursora del éxito que consagra la maestría del artesano. No trabaja bien quien no produce la putrefacción (disolución) pues:



“(...) Si no hay putrefacción, no se corrompe, ni se engendra y, por consecuencia, la piedra no puede alcanzar vida vegetativa para crecer y multiplicarse” (163).



El color negro, de la disolución, dará paso al blanco, jeroglífico lunar y señal de la coagulación del espíritu:



“La luz tiene por signo el color blanco. Al llegar a este grado, aseguran los sabios que su materia se ha desprendido de toda impureza y ha quedado perfectamente lavada y exactamente purificada (...) El color blanco es el de los Iniciados, porque el hombre que abandona las tinieblas para seguir la luz pasa del estado profano al de Iniciado, al de puro. Queda espiritualmente renovado” (164-A).



Dentro del esoterismo oriental este grado o color representa al Iluminado, al Buda, al “conquistador de sí mismo”, aquel que “ha cruzado a la otra orilla”, títulos que señalan su trascendencia de la vida mundana. A este régimen o color corresponden las palabras del alquimista:



" En el firmamento nocturno, silencioso y profundo, brilla una sola estrella, astro inmenso y resplandeciente compuesto por todas las estrellas celestes, vuestra guía luminosa y la antorcha de la universal Sabiduría” (164-A).



Con respecto al rojo, color del fruto maduro, de la sangre y del astro solar, Fulcanelli declara:



" En cuanto al rojo, símbolo del fuego, señala la exaltación, el predominio del espíritu sobre la materia, la soberanía, el poder y el apostolado” (164-B).



El rojo representa entonces el apostolado, es decir, al Iluminado actuando en el mundo. Expresado, en el lenguaje metafórico del budismo, simboliza el momento en que Gautama puso en movimiento la rueda del Dharma.



Si bien negro, blanco y rojo, denotan fases del proceso alquímico en las cuales el espíritu muestra un definido grado de coagulación, las etapas del Camino Solar generalmente se dividen en siete:



“Estas fases, diversamente coloreadas, llevan el nombre de regímenes o reinos. De ordinario se cuentan siete. A cada régimen, los filósofos han atribuido una de las divinidades superiores del Olimpo y también uno de los planetas celestes cuya influencia se ejerce de manera paralela a la suya, en el tiempo mismo de su dominio (...) Al reino de Mercurio (Hermes, base, fundamento), primer estadio de la Obra, sucede el de Saturno (Kronos, el anciano, el loco). A continuación gobierna Júpiter (Zeus, unión, matrimonio) y, luego, Diana (Artemisa, entero, completo) o la Luna, cuya vestidura brillante tan pronto está tejida con cabellos blancos como hecha de cristales de nieve. Venus (Afrodita,
belleza, gracia), inclinada al verde, hereda el trono, pero pronto la arroja Marte (Ares, adaptado, fijo), y este príncipe belicoso de atavío teñido en sangre coagulada es a su vez, derrotado por Apolo (Apollon, el triunfador), el Sol del Magisterio, emperador vestido de brillante escarlata, que establece definitivamente su soberanía y su poder sobre las ruinas de sus predecesores” (165).

La disolución también nos permite el análisis desde un enfoque totalmente diferente, esta vez como resultado de la acción del Fuego Secreto, otro nombre aplicado al disolvente universal. Escuchemos a Fulcanelli:

“Mientras dure el fuego la vida irradiará en el universo. Los cuerpos, sometidos a las leyes de evolución de las que aquél es agente esencial, cumplirán los diferentes ciclos de sus metamorfosis, hasta su transformación final en espíritu, luz o fuego. Mientras dure el fuego, la materia no cesará de proseguir su penoso ascenso hacia la pureza integral, pasando de la forma compacta y sólida (tierra) a la forma líquida (agua), y, luego, del estado gaseoso (aire) al radiante (fuego)... El fuego nos envuelve y nos baña por todas partes. Viene a nosotros por el aire, por el agua y por la misma tierra, que son sus conservadores y sus diversos vehículos. Lo encontramos en todo cuanto nos es próximo y lo sentimos actuar en nosotros a lo largo de la entera duración de nuestra existencia terrestre. Nuestro nacimiento es el resultado de su encarnación; nuestra vida, el efecto de su dinamismo; y nuestra muerte, la consecuencia de su desaparición” (166).



Esta vital importancia que el alquimista atribuye al ígneo elemento, también fue reconocida en la India antigua en la imagen de Agni, dios védico del fuego, cuyo símbolo, la esvástica o cruz gamada, era el signo de la vida, del espíritu divino, inmortal y puro. Es este fuego secreto escondido tras el jeroglífico de la Salamandra, reptil fabuloso que vive y se nutre de las llamas, al que los adeptos aluden cuando hablan de sus lavados y purificaciones:



" Aprended, vosotros que ya sabéis, que todos nuestros lavados son ígneos, que todas nuestras purificaciones se hacen en el fuego, por el fuego y con el fuego” (167).



Este es el fuego que el yogui hace ascender a lo largo de su columna vertebral; este es el fuego que el meditador taoísta hace circular en la órbita microcósmica de su cuerpo y que el atento practicante budista siente arder en cada una de las sensaciones que vibran en su mente y cuerpo. Este es el fuego de rueda, utilizado por nuestros alquimistas medievales y al que se refieren cuando dicen:



“Nuestra cocción es lineal, es decir, igual, constante, regular y uniforme de un extremo al otro de la Obra. Casi todos los filósofos han tomado como ejemplo del fuego de cocción o maduración la incubación del huevo de gallina, no con vistas a la temperatura que se debe adoptar, sino a la uniformidad y a la permanencia” (168).



Esta cocción lineal o fuego circular (pues el círculo está formado por una sola línea) es un estado de CONCIENCIA ALERTA: atento a sí mismo, cuya principal clave radica en el flujo respiratorio. Por ello es que Fulcanelli exclama:



“Si la técnica reclama cierto tiempo y demanda algún esfuerzo, como contrapartida es de una extremada simplicidad. Cualquier profano que sepa MANTENER EL FUEGO la ejecutará tan bien como un alquimista experto. No requiere pericia especial ni habilidad profesional, sino solo el conocimiento de un curioso artificio que constituye ese secretum secretorum que no ha sido revelado y, probablemente, no lo será jamás” (169).



Pues el secreto ha sido revelado, y confiamos con ello ahorrar tiempo y aumentar las posibilidades de éxito de los verdaderos discípulos de Hermes. Mantener la CONCIENCIA DEL FLUJO RESPIRATORIO (anapanasati) es, según la expresión de Fulcanelli, mantener el fuego, pues eleva nuestro nivel de concentración y enfoca nuestro espíritu, en nosotros mismos, como el lente de una lupa lo hace con la luz solar. Sin embargo, aquellos que piensen que sabiendo este secreto han alcanzado el logro final, que no sueñen. Es cierto, han abierto la puerta, pero aún, ni siquiera, han cruzado el umbral. Éste se cruza al momento de realizar, en la práctica, la primera disolución, la más difícil de todas. Mas esta disolución no podrá hacerse factible hasta que el alquimista coagule su espíritu en su cuerpo y, esta coagulación, se consigue a través del uso de la respiración en forma continua e interrumpida como vehículo de la autoconciencia.



El aire que entra y sale de nuestros pulmones, a semejanza de un fuelle, despierta el fuego secreto, el fuego interno, el fuego oculto en la materia del cuerpo, el cual es el artesano ígneo o Vulcano, dios transformador del Olimpo, y al cual se refiere Hermes en su Tabla Esmeralda cuando dice "el viento lo ha llevado en su vientre, la tierra es su nodriza y receptáculo". El viento o aire son epítetos aplicados al agua viva, nos asegura Fulcanelli, es el mercurio en su aspecto aéreo y volátil. A él alude el himno de San Ambrosio, en una de sus partes:



" No de la semilla de un hombre, sino de un SOPLO MISTERIOSO el Verbo de Dios se ha hecho carne, y fruto de las entrañas ha florecido” (170).



La doctrina taoísta ve en el aire el vehículo del ch'i, vitalidad básica del organismo humano y agente primordial del buen funcionamiento corporal y psíquico. Toda la medicina tradicional china se basa en la armonía, o equilibrio, de esta energía y en su acumulación a través de ejercicios físicos, mentales y respiratorios. La meditación alquímica nos explica:



“El viento y el fuego se utilizan para impulsar la vitalidad por los canales psíquicos de control (tu mo, en la espina dorsal) y de función (jen mo, en la cara frontal del cuerpo). Al iniciar el ejercicio, se suceden inhalaciones y exhalaciones para atajar las perturbaciones externas, de manera que espíritu y vitalidad puedan unirse” (171).



“Mientras se camina, se está quieto, levantado o sentado, realizando las tareas cotidianas de nuestro trabajo, es perfectamente factible hacer girar la rueda de la ley, cuyo propósito consiste en la sublimación de la vitalidad prenatal para promover la vida eterna. Esta vitalidad prenatal debe actuar al unísono con el soplo vital postnatal (respiración), en un proceso ininterrumpido; esto es la rueda automática de la ley” (172).



Esta concentración en el flujo respiratorio, o fuego circular, mientras uno realiza sus actividades diarias ha recibido el nombre de meditación en la acción, como contrapartida a la meditación sedente que se realiza sentado en total quietud. Algunos pensarán que la práctica meditativa está totalmente alejada de la labor del alquimista occidental, sin embargo:



" La meditación, el estudio y, sobre todo, una fe viva, inquebrantable, atraerán por fin la bendición del cielo sobre sus trabajos” (173-A).



Así enseña Fulcanelli, refiriéndose a los esfuerzos del estudioso, y no creemos que el insigne adepto desconociera las raíces etimológicas de la palabra “meditar” que, proveniente del latín (medi estare), significa “estar en el medio”, “estar o permanecer en el centro”, y no cavilar o reflexionar, como al vulgo gusta usar este término. Meditar, pues, significa estar centrado, en perfecto equilibrio, en un estado de conciencia unificado, ecuánime y sereno, lejos de todo extremismo emocional:



“La PERMANENCIA EN EL CENTRO para realizar la unidad de cielo y tierra se consigue solo uniendo el sol y la luna. El sol representa el corazón (la casa del fuego) y la luna la cavidad tan t'ien inferior bajo el ombligo (la casa del agua), respectivamente simbolizados por el tigre y el dragón” (173-B).



Y ello explica la insistencia del alquimista francés para un aislamiento voluntario:



" La reclusión voluntaria y la renuncia al mundo son indispensables si se desea obtener, con los conocimientos prácticos, las nociones de esta ciencia simbólica, más secreta aún, que los recubre y los oculta al vulgo” (174).



Un ambiente tranquilo y alejado del bullicio mundano favorece la introspección, el silencio interior y nos abre a estados de conciencia sutil y natural, en los cuales estamos más expuestos a recibir las influencias espirituales:



“Para los alquimistas, los espíritus son influencias reales, aunque físicamente casi inmateriales o imponderables. Actúan de una manera misteriosa, inexplicable, incognocible, pero eficaz, sobre las sustancias sometidas a su acción y preparadas para recibirlos” (175).



Imponderable, inasible y siempre en movimiento, el fuego posee todas las cualidades que reconocemos en los espíritus. Sin embargo, también es material, pues experimentamos su brillo y calor. Es el agente ígneo, principio espiritual y base de la energética, bajo cuya influencia se operan todas las transformaciones materiales. Por ello el axioma filosófico:



" Los cuerpos no tienen acción sobre los cuerpos, tan solo los espíritus son activos y actuantes” (176).



Pero la verdadera importancia, o secreto, que esconde el fuego del espíritu, es su acción purificadora cuando es concentrado y despertado en el cuerpo del alquimista:



“Pero lo que sobre todo debemos tener en cuenta, otorgándole la prioridad en la ciencia que nos interesa, es la elevada virtud purificadora que posee el fuego. Principio puro por excelencia y manifestación física de la pureza misma, señala así su origen espiritual y descubre su filiación divina” (177).



Despertado este espíritu ígneo que vive en la materia, se nutre de la materia y purifica a la materia, el alquimista, suavemente y con gran cuidado y paciencia irá dando forma o conciencia a un cuerpo más sutil, más etéreo, a través del cual podrá proyectar esta conciencia más allá del tiempo y el espacio, sin enfermedad, vejez, ni muerte. Este sería la Piedra Filosofal de los alquimistas, el Absoluto de los filósofos, el Santo Graal de los guerreros, el rojizo Vajrarupa de los tántricos, el Dharmakaya de los budistas, el Shen Hsien o cuerpo inmortal de los taoístas. Para aquellos que encuentran osadas estas afirmaciones, expondremos algunos oscuros comentarios de Las Moradas Filosofales, en donde se insinúa la creación de un doble corporal:



" En el centro del compuesto, el espíritu encerrado, vivo, inmortal y siempre presto a manifestar su acción, no aguarda más que la descomposición del cuerpo y la dislocación de sus partes para trabajar en la depuración y, después, en la refección de la sustancia modificada y clarificada con la ayuda del fuego (...) No solo la muerte le asegura el beneficio físico de una ENVOLTURA CORPORAL mucho más noble que la primera, sino que, por añadidura, le procura una energía vital que no poseía, y la facultad generadora de la que una mala constitución la había privado hasta entonces” (178).



Recordemos que muerte y descomposición son sinónimos de disolución, o sublimación, en nuestro arte y que el concepto, envoltura corporal, se refiere a toda forma que sirve de vehículo a la conciencia; concepto similar al de los cristianos gnósticos, quienes afirmaban que la resurrección de Cristo se había realizado en un cuerpo glorioso. Y es bajo esta asociación de ideas que Fulcanelli se refiere a la Obra alquímica:



“Jesús, Redentor de los hombres, tuvo que sufrir la Pasión en su carne antes de transfigurarse en espíritu. Pues bien, nuestros dos principios, uno de los cuales lleva la cruz y el otro la lanza que le atravesará el costado, son una imagen, un reflejo de la Pasión de Cristo. Al igual que él, si deben resucitar en un CUERPO NUEVO, CLARO, GLORIOSO Y ESPIRITUALIZADO, les es preciso ascender juntos su calvario, soportar los tormentos del fuego y morir de lenta agonía al final de un duro combate” (179).



Y en otra parte de su libro agrega con mayor claridad:



" (...) El espíritu, pronto a desprenderse en cuanto se le suministran los medios para ello, no puede, sin embargo, abandonar por completo el cuerpo, pero SE HACE UNA VESTIDURA MAS PROXIMA A SU NATURALEZA y más flexible a su voluntad con las partículas limpias y mondas que puede recoger a su alrededor, a fin de servirse de ellos como VEHICULO NUEVO” (180).



Este vehículo nuevo, de partículas más sutiles que el cuerpo burdo, era al que los antiguos egipcios denominaban Ka o Doble y al que hace referencia la siguiente metáfora alquímica del mito griego de Narciso:



“(...) Narciso, metal transformado en flor o azufre (pues el azufre, según dicen los filósofos, es la flor de todos los metales) espera volver a hallar la existencia gracias a la virtud particular de las aguas que han provocado su muerte. Si no puede extraer su imagen de la onda que la aprisiona, al menos aquella le permitirá materializarla en un DOBLE en el que hallará conservadas sus características esenciales” (181).



El Azufre (Conciencia), la parte más pura y sutil del Mercurio (Mente), se forja un cuerpo o vehículo que le permita manifestarse en forma más apropiada a su naturaleza. La alquimia china lo expresa así:



“El Tao auténtico implica solo espíritu y vitalidad. El cultivo de la vitalidad es negativo (yinn), y el del espíritu positivo (yang). Cuando lo negativo y lo positivo se funden en la unidad, esta última genera el espíritu positivo, que se puede manifestar en forma corporal, visible para los demás” (182).



"Creación del espíritu positivo quiere decir la apertura de la puerta celestial, miao men, en lo alto de la cabeza (...)



La disciplina debe continuar, sea cual sea su duración, hasta que los cuatro elementos que constituyen el cuerpo se DISPERSEN y el espacio se DESINTEGRE sin dejar rastro tras de sí; ésta es la áurea fase inmortal del diamante-cuerpo indestructible” (183).



Pensamos que esta concepción del cuerpo espiritual está implícita en toda obra alquímica, incluso en las más antiguas. Para que no quede lugar a dudas sobre ello expondremos a consideración de un trozo de la obra hermética La Llave, atribuida a Hermes Trismegisto y considerada un resumen de sus enseñanzas en la Grecia antigua. Leamos:



" El alma del hombre es llevada en un vehículo de la forma siguiente: El intelecto está en la razón discursiva, la razón en el alma, el alma en el soplo; el soplo, en fin, pasando a través de las venas, las arterias y la sangre, pone en movimiento al ser vivo, y se puede decir en alguna medida que lo lleva (...) Una vez el alma ha subido hacia su verdadero yo, el soplo se repliega o contrae en la sangre, el alma en el soplo, y el intelecto, después de haberse purificado de sus envolturas o vestiduras, ya que es divino por naturaleza y después de haber recibido un cuerpo de fuego, recorre todo el espacio (...) Así pues, cuando el intelecto se ha separado del cuerpo de tierra, se viste inmediatamente la túnica que le es propia, la túnica de fuego, que no podía conservar al venir a establecerse en el cuerpo de tierra... El intelecto, pues, al ser el más penetrante de los conceptos divinos, posee también como cuerpo el más penetrante de todos los elementos, el fuego” (184).



Ahora comparemos la anterior exposición con lo que Fulcanelli nos dice en Las Moradas Filosofales:



“Es evidente que el filósofo, habiendo alcanzado el resultado tangible de la labor hermética, no ignora ya cuál es el poder, la preponderancia del espíritu ni la acción en verdad prodigiosa que ejerce sobre la sustancia inerte. Fuerza, voluntad e incluso ciencia pertenecen al espíritu. La vida es la consecuencia de su actividad. El movimiento, la evolución y el progreso son sus resultados. Y puesto que todo procede de él y que todo se engendra y descubre por él, es razonable creer que, en definitiva, todo debe regresar a él necesariamente (...) Lo que está abajo es como lo que está arriba, ha dicho Hermes, y por el estudio perseverante de todo cuanto nos es accesible podemos elevar nuestra inteligencia hasta la comprensión de lo inaccesible. Tal es la idea naciente, en el ideal del filósofo, de la fusión del espíritu humano y del espíritu divino, del regreso de la criatura al Creador, al hogar ardiente, único y puro del que, por orden de Dios, debió escapar la chispa mártir, laboriosa e inmortal, para asociarse a la materia vil, hasta la completa consumación de su periplo terrestre” (185).





La Alquimia es un arte hermético. Como tal, sus principios, procesos y objetivos son los mismos que los propugnados por la Filosofía Hermética, nacida en Egipto o llegada allí, según algunas tradiciones, desde el continente polar de Hiperbórea.



Sin embargo, Asclepios, Poimandres y La Llave, obras atribuidas a Hermes (el Thot egipcio) y famosas ya desde los tiempos de la Grecia clásica, exponen con transparencia la tesis de la Unidad Universal y la división septenaria del hombre y del cosmos, coincidiendo en ello con las doctrinas de extremo oriente y creando, así, un puente filosófico entre las alquimias occidental y oriental. Si hemos sido ciegos, es porque no hemos querido ver.


Las Dos Vías.


Generalmente se habla de dos maneras de realizar la obra hermética. Una recibe el nombre de vía húmeda y, la otra, se llama vía seca. En resumidas cuentas, una simboliza un camino largo y pausado hacia el logro final y, la otra, uno corto o breve, Ars Brevis, con el cual ha sido conocida tradicionalmente la vía seca. Existirán distintos niveles de comprensión, o puntos de vista, al definir ambas vías y ello dependerá del tipo de tradición y búsqueda del alquimista.



La alquimia interna, o microcósmica, recibe el nombre de vía breve, por alusión contraria a la alquimia externa, o macrocósmica, la cual busca la piedra filosofal como un cuerpo material tangible y físico, a diferencia de la primera, que pretende producir el elixir dentro del organismo del propio alquimista. La alquimia macrocósmica recibe el epíteto de vía larga por la dificultad, tiempo y energía que conlleva su preparación y resultados.



Desde el punto de vista de la Iluminación Espiritual, de la filosofía, la vía breve es el camino de la fe, simple y directo, apto para los pobres de espíritu, quienes no necesitan argumentaciones para percibir la unidad espiritual del universo. La vía larga correspondería al camino del intelecto, de la comprensión filosófica, del científico que analiza paso a paso y, sin ideas preconcebidas, las leyes de la naturaleza, de la materia y el espíritu. Esta es la obra del rico, del rico de espíritu o intelecto, pues posee conocimiento.



En el yoga tántrico las dos vías corresponderían al Dakshinacara, o vía de la mano derecha, y a Vamacara, o vía de la mano izquierda. La primera, sería la vía seca, senda de gran autodisciplina física y mental, en la cual la abstinencia de toda actividad sexual es ley. La vía de la mano izquierda correspondería a la vía húmeda, es la vía de la alquimia dual, de la unión sexual sacra o amor sagrado; es la vía del sexo tántrico, tan buscada por los occidentales, pero también, tan mal comprendida y empleada.



Desde la perspectiva budista, la vía corta corresponde a la Iluminación Abrupta, tan querida y característica del budismo zen; mientras que la vía larga, vendría a simbolizar a la Iluminación Gradual, propia del budismo theravada, en la cual la accesis final se conseguiría después de haber desarrollado la moralidad, la concentración y la sabiduría (sila, samadhi y pañña).



Finalmente, según el taoísmo, la vía larga correspondería al camino de la órbita microcósmica, o circulación del fuego interior, por los canales energéticos dorsal y frontal del cuerpo, proceso que llevaría con el paso del tiempo a la purificación final de la vitalidad espiritual. La vía corta sería la concentración y maduración de esta vitalidad en el abdomen inferior y su proyección, por el canal energético central, a través de la apertura existente en la cúspide del cráneo. Dentro del taoísmo también existe una alquimia sexual, cuya finalidad es el intercambio de esencias y de energías con la pareja. Este cultivo dual podría compararse al Vamacara tántrico, en contrapartida al cultivo individual del meditador célibe. Deberíamos mencionar que esta relación entre sexo y alquimia, aparentemente tan común en extremo oriente, también era conocida por los adeptos occidentales. Bastaría, tal vez, con recordar las “Cortes de Amor” tan famosas durante la edad media europea o leer, en Las Moradas Filosofales, la descripción que nos hace Fulcanelli de uno de los bajorrelieves que adornan la Casa de la Salamandra:



“En la segunda ventana, no deja de suscitar curiosidad una cabeza rubicunda, redonda y lunar, coronada por un falo. Descubrimos en ello la indicación, muy expresiva, de los dos principios cuya conjunción engendra la materia filosofal. Este jeroglífico del agente y del paciente, del azufre y del mercurio, del Sol y de la Luna, padres filosóficos de la piedra, es lo bastante elocuente para suministrarnos la explicación” (186).



La cabeza y el falo son los dos extremos de la columna vertebral. Dentro de ella discurre la médula espinal, sede material de los centros de conciencia, chakras o lotos. La cabeza contiene a dos de ellos, Sahasrara y Ajña, los más espirituales o de conciencia más pura, mientras que la función y conciencia sexual están bajo el control de los lotos Muladhara y Svadhisthana, los de energía o materia más burda de todo el sistema. El hecho que en el bajorrelieve, descrito por Fulcanelli, el falo esté sobre la cabeza, simboliza la sublimación de las fuerzas sexuales o ascensión de la Kundalini hasta el Loto Supremo. Técnica similar se aplica en la alquimia china:



“La alquimia taoísta reniega del tipo mundano de vida al impedir que la fuerza generativa, productora del fluido generativo, siga su curso habitual de satisfacción del deseo sexual y generación de descendencia. No bien esa fuerza se pone en marcha para buscar su salida acostumbrada, se le obliga a dar la vuelta y, con la ayuda del fuego interior atizado por una respiración regulada, es impulsada a la órbita microcósmica para su sublimación” (187 ).



El fuego interior, fuego secreto, que pone en movimiento la órbita microcósmica, se genera en el horno o caldero, centro de conciencia creado en el área infraumbilical por la concentración y voluntad del alquimista. El caldero es la cavidad en la que el proceso alquímico transmuta la fuerza generativa en vitalidad y la vitalidad en espíritu. Cambia de sitio, ascendiendo del tan t'ien inferior, bajo el ombligo, al tan t'ien medio, en el plexo solar, para transmutar la fuerza generativa en vitalidad, y luego al tan t'ien superior, en el cerebro, para transmutar la vitalidad en espíritu:



“(...) Al tan t'ien inferior corresponde el papel de caldero primario que contiene la fuerza generativa al inicio del proceso alquímico. Cuando la fuerza generativa se limpia y purifica en la órbita microcósmica y se convierte en el agente alquímico, asciende al plexo solar, que actúa como caldero intermedio donde la fuerza generativa se transmuta en vitalidad. Ya purificada la vitalidad, asciende a su vez al ni wan o cerebro, que se convierte en el preciado caldero en que la vitalidad se transforma en espíritu. Así, sucesivamente, el tan t'ien inferior, medio y superior pasa a ser el caldero, es decir, la cavidad o centro psíquico donde la transmutación tiene lugar de hecho” (187).



Este es el Atanor, de la alquimia occidental, del cual Fulcanelli nos explica:



" Esta construcción piramidal, cuya forma recuerda la del jeroglífico adoptado para designar el fuego, no es otra cosa que el atanor, palabra con la que los alquimistas señalan el horno filosófico indispensable para la maduración de la Obra (...) Por este horno secreto, prisión de una invisible llama, nos parece más conforme al esoterismo hermético entender la sustancia preparada, amalgama o rebis, que sirve de envoltorio y matriz del núcleo central donde dormitan esas facultades latentes que el fuego común pronto va a hacer activas. La materia sola, siendo como es el vehículo del FUEGO NATURAL y SECRETO, inmortal agente de todas nuestras realizaciones, es para nosotros el único y verdadero atanor del griego "athanatos", que se renueva y no muere jamás” (188).



Este horno es el "envoltorio o matriz", nos aclara Fulcanelli, es decir, el vaso o recipiente donde se encierra nuestra materia:



" Pues bien, este mercurio inicial, sujeto del arte y nuestro verdadero disolvente, es precisamente la sustancia que los filósofos llaman la UNICA MATRIZ, la madre de la Obra” (189).



Si precisamos de un vaso, no es más que para contener en él la sustancia que nos interesa. Nuestro horno es nuestro vaso, nuestra tierra nodriza y receptáculo de la cual habla Hermes en su Tabla Esmeralda. Esta matriz, este envoltorio, este globo o matraz de vidrio dentro del cual reposa el azufre, semilla del mercurio, es el Círculo Perfecto cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna:



“He aquí, ahora, uno de los símbolos mayores de la Gran Obra: la figura del círculo gnóstico formado por el cuerpo de la serpiente que se devora la cola (...) La imagen circular es, en efecto, la expresión geométrica de la unidad, de la afinidad, del equilibrio y de la armonía” (190).



Y por si quedara alguna duda acerca de la identidad de nuestro Círculo Gnóstico, el alquimista nos confirma:



" (...) El circulo es el signo convencional de nuestro DISOLVENTE, así como, por otra parte, de todos los cuerpos susceptibles de evolucionar por rotación ígnea” (191).



Es curioso ver la universalidad de las ideas arquetípicas que preñan al espíritu humano. En el budismo zen, la figura predilecta para representar la Mente Búdica, mente oceánica o cósmica, es el círculo, vacío de todo contenido, símbolo del satori o despertar a la realidad única. Jeroglífico que nos hace recordar, con su sencillez, el axioma hermético: Uno en todo y todo en Uno.



No podríamos continuar con nuestro estudio, de la metáfora alquímica, si pasáramos por alto algunos símbolos que han causado confusión entre los investigadores del Arte Sagrado. Entre ellos el que mayores equívocos ha generado es el signo zodiacal de Aries. La imagen de dos alquimistas recogiendo el rocío de primavera, mientras la constelación del Carnero aparece en el cielo o sobre la pradera, ha sido interpretada literalmente por muchos buscadores entusiastas y poco prudentes, perdiendo con ello la senda correcta. Diversos autores y estudiosos han visto en él una alegoría a la época primaveral, en la cual el calor solar, despierta a la vida a toda la naturaleza. Sin embargo, quienes postulan esta posición ignoran, u olvidan, que los alquimistas gustaban de hablar en metáfora:



" Dicen los Adeptos que extraen su acero del vientre de Aries; y llaman también a este acero su imán” (192).



Nuestro disolvente recibe el nombre de acero por su capacidad penetrante y divisora, semejante a la que posee la hoja (de acero) de un cuchillo, daga o espada. Es un imán, pues extrae las partículas más puras o esenciales del cuerpo sobre el cual actúa a través de su poder atractivo o magnético. Mas, ¿qué cosa simboliza Aries? Leamos:



“En cuanto al sujeto grosero de la Obra, unos lo llaman Magnesia lunarii; otros, más sinceros, lo denominan Plomo de los sabios, Saturnia vegetable (...) Con estas denominaciones, refiérense, ora a su propiedad magnética y de atracción del azufre, ora a su calidad de fusible y a su fácil licuefacción. Para todos ellos, es la Tierra Santa y, en fin, este mineral tiene por jeroglífico celeste, el signo astronómico del Cordero, ARIES” (193).



Quede claro entonces que Aries es un mineral, es decir, una sustancia, y no una época determinada del año. Pero, ¿de qué mineral estamos hablando? Pues del aire atmosférico que, coincidentemente, en lengua española es un anagrama de Aries (aires):



“Es este espíritu, extendido en la superficie del globo, lo que el artista sutil e ingenioso debe captar a medida que se materializa (...) La raíz de nuestros cuerpos está en el AIRE, dicen los sabios, y su cabeza en tierra. Ahí está ese imán encerrado en el vientre de Aries, el cual hay que tomar en el instante de su nacimiento, con tanta destreza como habilidad” (194).



“Este fuego espiritual, informado y corporeizado en sal, es el azufre escondido, porque en el curso de su operación jamás se pone de manifiesto ni se hace sensible a nuestros ojos (...) Filaleteo nos asegura que se encuentra escondido en el vientre de Aries o el Carnero, constelación que recorre el Sol en el mes de abril (...) Ese Carnero que esconde en sí el acero mágico lleva ostensiblemente en su escudo la imagen del sello hermético, astro de seis rayos. En esta materia tan común, pues, que nos parece simplemente útil, es donde debemos buscar e1 MISTERIOSO FUEGO SOLAR, sal sutil y fuego espiritual, luz celeste difusa en las tinieblas del cuerpo, sin la cual nada puede hacerse y a la que nada podría sustituir” (195).



El astro de seis rayos es el Sello de Salomón, antigua figura geométrica de los magos y sacerdotes caldeos, que resulta de la conjunción de los triángulos del fuego y del agua, es decir, la unión del cielo y la tierra. La estrella (stella) corresponde a la fijación del Sol y Ares (de donde proviene Aries) significa, en griego antiguo, adaptado o fijo. De ahí su relación. Aries, el carnero, simboliza la sustancia de la cual se extrae la Luz. Dentro del dogma astrológico el signo de Aries representa la casa en la cual el Sol, padre de la luz, se halla “exaltado”. Incluido en el mito de los doce trabajos de Hércules, símbolo de la labor alquímica, la constelación del Carnero indica el inicio de los mismos y la puesta en marcha de la rueda de la ley u órbita microcósmica. En el simbolismo del cuerpo humano, Aries rige la cabeza, asociación nada despreciable si recordamos que nuestro mercurio (acero, imán, disolvente) ha sido señalado como el jeroglífico de la Mente. En sus Moradas Filosofales, Fulcanelli nos indica, en una nota a pie de página, lo siguiente:



“Amón Ra, la gran divinidad solar de los egipcios, era ordinariamente representado con cabeza de carnero (...) Este dios, al que se le consagraba el carnero, tenía un templo colosal en Tebas (Karnak), al que se accedía siguiendo una avenida bordeada de carneros agachados. Recordemos que este animal es la imagen del AGUA DE LOS SABIOS...” (196).



Por lo tanto, repetimos, Aries, nuestro carnero, corresponde al agua viva, al aguardiente, mercurio o agua de los sabios y no a un mes del año. De un modo metafórico este signo astrológico recuerda al practicante, por su asociación a la primavera, que existe una edad propicia para los trabajos herméticos. Grillot De Givry nos lo expone así:



“Dios quiera que no sea demasiado tarde y que no te encuentres ya con la vida demasiado avanzada para poder emprender su realización. Pues si la ascesis no comenzó al salir de la adolescencia, es dudoso que nunca puedas llegar a la perfección. En este sentido es en el que Nicolás Valois ha dicho: la primavera adelanta la obra. Y Santo Tomás de Aquino: en los primeros días, importa levantarse de madrugada y ver si la viña está en flor” (197).



Nosotros seríamos menos exigentes, al respecto, y declararíamos que la Gran Obra es factible mientras las fuerzas primaverales se manifiesten en el cuerpo del practicante. La expresión de Santo Tomás, de "levantarse de madrugada y ver si la viña está en flor", se refiere a uno de los grandes secretos de este arte: la concentración o acumulación del agente alquímico. Entre los alquimistas taoístas esta concentración se realiza en la hora tsu, aproximadamente entre las once de la noche y la una de la madrugada, cuando el pene entra en erección durante el sueño, pese a la ausencia de pensamientos e imágenes oníricas. Es el momento oportuno para acopiar la fuerza generativa y sublimarla, ya que hacerlo durante el día resultaría ineficaz. A este proceso o fenómeno se refieren los versos que Fulcanelli nos escribe:


“A medianoche una Virgen madre,
produce este astro luminoso;
en este momento milagroso
llamamos a Dios hermano nuestro” (198).


El adepto nos indica que nos igualamos a Dios por medio de este fenómeno creativo, surgido espontáneamente en nuestro cuerpo. De aquí nacerá el Sol de la Obra, pues la luz sale de las tinieblas, está difusa en la oscuridad, en la negrura, como el día lo está en la noche. Los alquimistas europeos usaron el jeroglífico del Nostoc (criptógama que crece, en primavera, sobre la hierba o el suelo, muy de mañana e hinchada del rocío nocturno) para referirse al acopio del agente alquímico:



“Esta palabra (nostoc) procede del griego "Noctos", equivale al latino nox, noctis, la noche. Es, pues, una cosa que nace por la noche, que tiene necesidad de la noche para desarrollarse y que solo de noche puede ser utilizada. De esta manera, nuestro sujeto queda admirablemente oculto a las miradas profanas, aunque pueda ser fácilmente distinguido y manipulado por aquellos que poseen un conocimiento exacto de las leyes naturales” (199).



Los maestros taoístas nos indican el proceso con mayor claridad:



" No se puede cultivar ni alcanzar la inmortalidad a no ser que la vitalidad sexual vibre (...) Los antiguos maestros aguardaban la aparición de la vibración y, en lugar de ponerse a reflexionar sobre ella, practicaban inmediatamente las dos fases de ascenso y descenso; inspirando y espirando hacían volver atrás a la vitalidad para producir y nutrir la semilla inmortal; en esto consiste el método para interrumpir la emisión nocturna y prolongar la vida” (200).



" (...) La erección del pene en ausencia de pensamientos perversos, se debe a la manifestación del principio positivo en la vital hora tsu, momento que debes aprovechar para practicar las dos fases de ascenso y descenso en la órbita microcósmica con el propósito de reunir el agente alquímico” (200).



" El momento del sueño nocturno en que hay erección del pene se denomina la hora tsu, y resulta entonces de la mayor importancia interrumpir el hilo de los pensamientos y concentrar la fuerza generativa para su sublimación” (201).



Este misterioso y maravilloso fenómeno natural era simbolizado, por los alquimistas árabes, con la flor mítica denominada Baraas. Según la tradición islámica esta planta mágica aparece durante los meses de primavera, apenas llegada la noche comienza a inflamarse y a despedir claridad como una pequeña antorcha. Sin embargo, en cuanto se hace de día, esta luminosidad desaparece y la planta se vuelve invisible. Le daban el nombre de hierba del oro, porque era capaz de transmutar los metales viles en nobles.



Con esta alegoría vemos, una vez más, como detrás del símbolo y la metáfora se esconden fenómenos naturales fácilmente identificables, si se poseen las claves para ello. Con “las llaves” precisas, los relatos de las Mil y Una Noches dejarían de ser simples cuentos infantiles y se convertirían en descripciones del proceso alquímico o en mapas de la Gran Obra. Un mundo nuevo y asombroso se abriría ante nuestros ojos.


Ars Brevis.


Hasta ahora nuestro trabajo ha consistido en exponer y comentar los principios alquímicos manifiestos en las dos grandes obras de Fulcanelli: El Misterio De Las Catedrales y Las Moradas Filosofales. Creemos haber dejado claro que las alquimias de oriente y occidente trabajaban con la misma materia y tras el mismo objetivo, y que sus diferencias principales radicaban en el uso de las metáforas, e1 lenguaje críptico y el excesivo secreto de las enseñanzas por parte de los adeptos occidentales. Lo expuesto, en capítulos precedentes, ha sido un intento para explicar la teoría alquímica desde diferentes criterios culturales. Tal vez esto haya hecho parecer nuestro trabajo algo complejo, sin embargo, en la naturaleza nada es complicado y, el alquimista, debe dedicarse a la Gran Obra solo con prudencia y simplicidad. La práctica solo nos exigirá constancia y continuidad, sin importar a cuál modelo teórico nuestras preferencias intelectuales se ajusten.



Los antiguos adeptos intentaron, con justificada razón, explicarse los fenómenos que iban experimentando, y ello lo hicieron según sus propios niveles sociales, educativos, raciales y religiosos. Para el alquimista practicante, cuando enfrenta en sí mismo el conflicto y la lucha de los principios fijo y volátil, que él intenta armonizar, poco importa si lo interpreta como la pelea entre el águila y el león, o la rémora y la salamandra, de nuestros maestros europeos, o si se refiere a este proceso como el surgimiento de sankharas o reacciones bioquímicas del cuerpo y la mente, según la tesis budista. Para él esta etapa será, simplemente, un proceso lleno de sensaciones y pensamientos poderosos y conflictivos, que de llevarse a feliz término, brindará una armoniosa paz al alquimista. Del mismo modo, al momento de experimentar la disolución, el practicante sentirá que pierde toda noción de su cuerpo y que un flujo indescriptible de vibraciones conforman su ser. Poco importará, entonces, si explica este fenómeno como el ascenso de la Kundalini a través de los diferentes Lotos o Centros de Conciencia, o si lo ve como la separación del espíritu y el cuerpo, en la cual el primero se eleva a estados superiores en un vehículo de mayor sutilidad, o si es, simplemente, la unión de los cinco soplos vitales en la cavidad tan t’ien que provoca el cese de la respiración mundana y el ingreso de la conciencia en la Gran Serenidad. Para el alquimista esta será una etapa de insensibilidad corporal y absoluta quietud de pensamientos, su experiencia será lo verdaderamente importante y no la teoría con la cual intentará explicarla racionalmente.



La práctica alquímica se basa principalmente en el axioma hermético Solve et Coagula, disuelve y coagula, disuelve el cuerpo a través de la coagulación del espíritu en él. Es decir que primero debe producirse la solidificación del espíritu en el cuerpo, para que éste, por acción de aquél, sea presa de la disolución o volatilización de sus partes. El primer proceso es producto del arte, depende de la voluntad, conciencia y concentración del alquimista. E1 segundo, depende de la Naturaleza y sus fuerzas, y escapa totalmente al control volitivo del artista.



La técnica meditativo-alquímica que develaremos, a continuación, pertenece al conjunto de enseñanzas de la SENDA DEL RAYO DE LA ESCUELA DEL DRAGON DORADO, escuela alquímica de puertas abiertas, es decir, que esgrime la creencia que:



" El secreto se protege a sí mismo y se basa en la práctica y el espíritu”.



Bajo este criterio expone abiertamente la enseñanza alquímica, pues sus maestros son conocedores de la dificultad que entraña el éxito de la Gran Obra y, que ésta, no necesita ser protegida por el secreto o la codicia filosófica.



Vivimos tiempos nuevos, pero de gran oscuridad e incertidumbre espiritual. Por ello se hace necesario exponer con claridad, en forma llana y simple, los secretos de la Materia y el Espíritu, con los cuales la humanidad pueda hacer brotar la Flor de la Conciencia en sus mentes e iluminar la sociedad que conforma.



En la práctica el alquimista debe desarrollar inmovilidad, relajación y conciencia durante la meditación. Su trabajo primordial es con el propio cuerpo:



" Sin el cuerpo, no se alcanza el Tao; con el cuerpo, no se vislumbra la Verdad” (202).



La tradición oriental adopta una postura sedente, preferentemente sentados sobre un cojín y con las piernas cruzadas. Sin embargo, por tratarse de una postura incómoda para los occidentales, la técnica puede realizarse sentados normalmente en una silla. Los únicos requisitos son: permanecer inmóviles, relajados y con la columna vertebral recta.



Cómodamente sentados debemos, antes que nada, cerciorarnos que nuestra postura sea la correcta. En la unidad cuerpo-mente una postura justa y equilibrada provoca un estado mental justo y equilibrado. Si vamos a sentarnos al estilo oriental, de piernas cruzadas, debemos procurar hacerlo sobre un cojín lo suficientemente alto y firme como para que las caderas queden más altas que las rodillas. De esta forma nuestra columna vertebral podrá mantenerse recta naturalmente y sin esfuerzo. Luego, nos preocuparemos de eliminar las tensiones musculares innecesarias, pero manteniendo el tronco erguido. La cabeza debe descansar relajadamente sobre el cuello, con el mentón suavemente recogido hacia la garganta, pero sin esfuerzo ni artificialidad. Naturalidad es la clave. Preferentemente mantendremos los ojos cerrados, para mayor introspección, salvo que nos invada el sueño o el sopor, situación en la cual abriremos suavemente los párpados para mantenernos despiertos y alerta. En este caso los ojos deberán permanecer sin enfocarse en nada en particular, como si atravesasen el piso con la mirada. Cumplidos estos requisitos, pasaremos a la conciencia respiratoria, es decir, tomaremos conciencia de nuestra respiración natural, observando su flujo y reflujo con la mayor atención, pero sin alterar su ritmo espontáneo. No debemos influir haciéndola más suave, profunda, rítmica o imperceptible. Solo debemos dejarnos ir con ella, haciéndonos uno con su movimiento.



Si nuestra atención se fija con propiedad en la respiración, pronto ésta se hará equilibrada y armónica por sí misma, sin esfuerzo ni premeditación de nuestra parte. Ello, por si solo, conllevará a un estado de tranquilidad mental característico que será señal para pasar a la siguiente etapa. La conciencia respiratoria es en el fondo una toma de conciencia de las sensaciones corporales, pues percibimos la respiración a través de las sensaciones orgánicas que ésta provoca en nuestro cuerpo. Por ello, la respiración constituye LA PUERTA y EL CAMINO de ingreso, de nuestra conciencia, a la percepción interna y al sutil mundo de las sensaciones profundas del cuerpo y la mente. Enraizada nuestra atención en el flujo respiratorio y las sensaciones que provoca, debemos proseguir con el resto del organismo, percibiendo al detalle cada sensación que se manifieste en nuestro cuerpo. En primer lugar nos concentraremos en el área infraumbilical de nuestro abdomen, más que en su superficie en el interior de ella. No debemos preocuparnos por elegir alguna zona u órgano anatómico específico, sino en percibir las sensaciones que se presentarán en forma totalmente espontánea en dicho foco de conciencia. Tampoco debemos esperar alguna sensación en particular, solo tenemos que preocuparnos por sentir.



De este centro y en forma regular barreremos todo nuestro cuerpo, tanto en su superficie como en sus profundidades, por partes o bien en forma simultánea, lo importante es que no quede ninguna zona sin observar y que en cada una se perciban las sensaciones que se manifiesten en ellas. Rápidamente descubriremos que nuestra atención es arrebatada de su propósito, de ser consciente de la respiración o sensaciones orgánicas, por imágenes, ideas y pensamientos totalmente ajenos a la meditación. Jamás deberemos intentar reprimir estas distracciones por la fuerza. Si se presentan, las observaremos, luego, reiniciaremos la conciencia respiratoria y de las sensaciones corporales. Esta es la manera de controlar nuestra atención durante la meditación.



La fijación de la conciencia en el flujo respiratorio y en el cuerpo, es la fase de coagulación o corporeización del espíritu, la cual, si es correctamente realizada, conllevará a la subsecuente disolución de las sensaciones y percepción del cuerpo. Esencialmente, en esto consiste el proceso alquímico.



La conciencia de la función respiratoria y de las sensaciones no debe limitarse, exclusivamente, a los momentos de meditación sentada, sino que debe aplicarse durante las actividades diarias y en nuestros quehaceres normales. A esto llamaban los alquimistas mantener el fuego constante o vigilar el fuego y por ello, advertían, que la única falta en la que podía incurrir el artesano era permitir que este fuego se apagara por falta de constancia y atención, pues se trataba de un "trabajo de mujeres y juego de niños". No debe olvidar, el alquimista, que cuando el mecanismo de la creación se pone en marcha, durante la noche, en la llamada hora tsu, debe juntar esta valiosa vitalidad sin dejar pasar este regalo de la Naturaleza. El maestro Chao Pi Ch'en nos enseña la técnica a seguir:



" (...) Para fijar e impulsar el espíritu en la cavidad de la vitalidad, un practicante serio debe sentarse a meditar en un aposento apacible y volver sus ojos para dirigirlos a esa cavidad, consciente de ella pero sin apego, es decir, sintiendo su presencia y olvidándola. Mientras fija su espíritu, su mente ha de estar vacía de datos sensibles, sin adherirse a formas o al vacío relativo, para preservar su radiante quietud y su clara inmaterialidad. En este estado solo se apercibe uno de la respiración” (203).



Se trata de una meditación cuyo énfasis se pone en la concentración sobre el tan t'ien inferior, campo del elixir u océano de la vitalidad, centro en el cual deben almacenarse las energías psicosomáticas para su posterior y espontánea sublimación. Los maestros recomiendan finalizar siempre, la sesión meditativa, concentrándose unos minutos en este centro de conciencia, pues con ello aseguramos que las energías se unifiquen y no permanezcan acumuladas en zonas superiores, donde podrían provocar congestiones y molestias.



Si hay quienes piensan que todo cuanto es la alquimia ha quedado expuesto, se equivocan. La alquimia es un arte eminentemente práctico y tiene que ser vivido y descubierto por el propio artista. La información intelectual es solo un dedo que señala el camino a seguir, pero no es el camino en sí. Por ello deseamos dar fin a nuestro trabajo repitiendo la advertencia de Fulcanelli al investigador teórico:



“La ciencia alquímica no se enseña. CADA CUAL DEBE APRENDERLA POR SÍ MISMO no de manera especulativa, sino con la ayuda de un trabajo perseverante, multiplicando los ensayos y las tentativas, de manera que se sometan siempre las producciones del pensamiento al control de la experiencia” (204).



Y tal ha sido, es y deberá ser siempre, el espíritu que anime al verdadero alquimista.


Anexo. Lucifer.


Es para nosotros motivo de profunda satisfacción entregar a la luz pública la obra, hasta ahora inédita, de un alquimista contemporáneo. Con ella queda demostrado que el Gran Arte no se ha olvidado y que su cultivo continúa siendo cuidadosamente atendido por artistas anónimos. Tal es el caso de Ambrosius Graal, seudónimo preñado de significado y a través del cual, el autor, señala sus conocimientos en la lengua de Pegaso. Cabalísticamente hablando, el nombre Ambrosius G. hace alusión a la Copa de Ambrosía o Cáliz del Elixir de Inmortalidad de los mitos arcaicos, tema del cual podríamos escribir (y ya se ha escrito mucho) un libro sobre su significación trascendente.



Lucifer, nuestra piedra angular, el Portador de la Luz, es el sujeto mismo de la Obra. Prometeo encadenado a la roca de la materia, por haber llevado el Fuego Sacro a los hombres, que espera la aparición del alquimista (Hércules) para ser liberado.



Esta obrita ha sido plasmada bajo el velo de la cosmogonía gnóstico ofita, secta greco-egipcia que consideraba a la serpiente como símbolo de la sabiduría y el bien. Agradeceremos, a los lectores cristianos, sepan apreciarla en su correcto significado y no ver en ella una corriente herética o de ideas blasfemas. Los alquimistas, de todas las épocas, han sido algo liberales en la utilización del símbolo y el caso de Ambrosius Graal no será la excepción. La selección del mito luciferino y su aplicación a la Gran Obra justifican, sobradamente, su osadía, liberalidad y atrevimiento teológicos. Esperamos la disfruten, como lo hemos hecho nosotros, para lo cual se las entregamos tal y como ha llegado a nuestras manos:

LUCIFER

“ES DEBER DE TODO PENSADOR TRASCENDER LAS FRONTERAS DEL PENSAMIENTO”

Lucifer: Nombre latino de la divinidad griega Fósforo o Heósforo (la antorcha de la aurora), nombre dado a la ESTRELLA MATUTINA, el astro que anuncia la aurora y trae la luz del día. Significa “el Portador de la Luz”. (Diccionario de Mitología Grecorromana de Pierre Grimal, Edit. Paidós).

Yo, Jesús, envié mi ángel a notificaros estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y la prosapia de David, EL LUCERO BRILLANTE DE LA MAÑANA. (Revelaciones cap. 22, ver.16).

La noche más oscura y tormentosa: tal fue el principio de la creación.


En el ojo del ciclón reinaba la quietud y el silencio, a su alrededor, la agitación de la terrible tempestad.



Entonces surgió el primer rayo en la negrura de aquel universo. Su voz fue el primer trueno que rodó inexorable a los confines del profundo abismo.



Aquel rayo tuvo un nombre, se llamó Lucifer: el Portador de la Luz.



Lucifer fue la primera luz que rompió la profunda oscuridad del tiempo.



Lucifer fue el primer sonido que bramó en el amorfo silencio de aquella sorda oscuridad.



Fue Lucifer el primer relámpago, el portador de la luz, la primera chispa de conciencia en aquel dormido universo.



Fue su propio destello, su propia luz, que le permitió percibirse a sí mismo. Esto lo convirtió en eterno e inmortal. Y así fue como Lucifer llegó a ser el único rayo que dura para siempre.



Y con su pensamiento de trueno, que fue la primera voz y sonido del universo, se dijo a sí mismo:



- Seré recordado como el eterno rebelde; como aquél que rompió la paz de la oscuridad y la ignorancia infinita. Soy el espíritu en acción, hambriento de conocerse a sí mismo a través de este profundo y negro universo.



Y diciendo esto se sumergió en el oscuro abismo, arrastrando su propia luz consigo. A su paso iba dejando una estela de chispas y centellas tras de sí. Centellas de luz, chispas de conciencia.



Y volviendo la mirada, Lucifer, contempló aquellos soles y estrellas alumbrando la noche eterna. Entonces exclamó:



- Seréis mi hueste, mis rebeldes, mis guerreros. Sois mis hijos, mis hermanos, mis compañeros. Sois parte de mi luz, sois mi voz, mi conciencia. Sois yo mismo.



Y siguiendo su camino volvió a sumergirse en la profundidad, dejando su senda, una estela de luz en el mar de la inmensa oscuridad.



Entonces fue su viaje tan lejano y distante que su ida se convirtió en retorno. Mundos nuevos se mostraron a su vista. Y descubrió en ellos la obra de sus huestes rebeldes, de sus hijos guerreros: descubrió su propia obra.



Así fue como comprendió su razón de ser, comprendió el por qué de su existencia: sacar consciencia de lo inconsciente, obtener sabiduría de la ignorancia, sacar luz de la oscuridad.



Como relámpago que fulgura en las tinieblas, como trueno que retumba en el silencio, tal debía ser su misión.



Y de esta manera fue como Lucifer cayó a la tierra, al infierno, la más profunda de las negruras.





Profundo dolor el del espíritu aprisionado en la materia:



Lo libre es limitado, lo luminoso es opacado, la voluntad se convierte en pasión, la conciencia en olvido.



Soberbio desafío: transformar las tinieblas en luz, hacer de las pasiones fuerza de voluntad, convertir la ignorancia en conocimiento, la mediocridad en excelencia, liberar lo aprisionado, conquistar la materia, elevarla y hacerla una con el espíritu.



Y así fue como Lucifer cayó en el hombre. Fue en el hombre donde conoció el campo de batalla del espíritu, la guerra más cruel.



Y como hombre se conquistó a sí mismo. Y como hombre decidió conquistar al mundo.



Y caído en el hombre y, hecho hombre, se mezcló entre los hombres para propagar la luz.



Así fue como llegó hasta una gran ciudad, en la cual sus habitantes se caracterizaban por ser muy piadosos. Y vio con sorpresa que había gran cantidad de templos, de dioses y de creencias de todo tipo. Y se adoraban a dioses invisibles y a otros representados en imágenes. Y los ídolos tenían formas humanas o animales o de ambas. Y aquellos que eran invisibles al ojo tenían atributos humanos o animales o de ambos.



Y el aire estaba impregnado del olor a incienso y del sonido de los cánticos y plegarias rogando, alabando, dirigiéndose a la multiplicidad de dioses.



Entonces Lucifer viendo aquella confusión quiso extender su luz a los hombres y les dijo:



- ¿Por qué buscáis fuera, lo que tenéis dentro? ¿Acaso no sabéis que sois el templo de la luz y que la luz vive en vosotros? ¿No os dais cuenta que sois el templo de la sabiduría y la sabiduría habita en vosotros? ¿Por qué tanta ceguera? ¿A que tanta ignorancia? ¡Despertad, hombres dormidos! Despertad de vuestro profundo sueño. Despertad que la muerte acecha y tal vez os de caza mientras aún estáis dormidos y entonces así vuestro sueño será eterno. Romped las ataduras de vuestra ilusión ¡Despertad! No busquéis afuera, en lo externo, lo que vive adentro, en lo interno. ¿A qué viene tanta adoración a ídolos o a abstractos conceptos? ¿Es acaso que la madre de todas las oscuridades ha caído sobre vosotros? ¿No os dais cuenta que el Espíritu de la Vida palpita en vuestro corazón se mueve en vuestra respiración, percibe a través de vuestra conciencia?



¡Despertad, hombres dormidos! Despertad y dejad de perder tiempo adorando a falsos dioses externos. Dirigid vuestra atención hacia vosotros mismos, sentid la Conciencia y la Vida que habita en vosotros, entonces la Verdad os abrirá las puertas y entenderéis la realidad del mundo y de este universo.



Así habló Lucifer con voz de trueno, sin embargo, los hombres no lo entendieron y comenzaron a murmurar entre sí y a planear como deshacerse de aquel extraño que blasfemaba de aquel modo. Entonces Lucifer pensó para sí:



- Estos hombres aún no están maduros para la gran cosecha. Sus oídos no escuchan y sus ojos son incapaces de ver. Prudente será que me aleje de ellos, pues sus corazones están llenos de violencia y oscuridad.



Así Lucifer se alejó de aquellos hombres y de aquella ciudad. Y caminó por sendas solitarias, sendas que ningún hombre antes había caminado.



Y caminando así llegó a otra ciudad y con sorpresa vio que en aquella ciudad los hombres eran más ciegos e ignorantes que en la otra, pues proclamaban la existencia de un dios proclive a sacrificios y castigos. Se llamaban a sí mismos "El Pueblo Elegido" y consideraban a las otras naciones como animales.



Y según ellos todo en el universo había sido creado para su uso y a ellos les correspondía, por mandato y promesa de Dios, el gobierno de todo el mundo. Y sólo ellos poseían la verdad. Y sólo ellos eran los puros entre las naciones. Y sólo ellos eran los elegidos, los piadosos, los más elevados y sabios.



Y la sorpresa de Lucifer crecía cada vez más al escuchar los pensamientos y creencias imperantes en aquella ciudad. Y su sorpresa fue tanta que finalmente el pensar de aquellos hombres lo hastió y su voz tronó sobre la muchedumbre:



- ¿Qué necia locura os invade? ¿Decís que vuestro dios os creó a su imagen y semejanza? Pues yo os declaro la verdad y ésta es que vosotros habéis hecho a dios a vuestra imagen y semejanza, pues no he visto a dios más humano que el vuestro, ni tan lleno de humanos apetitos ni humanos defectos que vuestro dios. ¿Qué os habéis imaginado? ¿Quiénes os creéis? ¿Pensáis acaso que el Gran Espíritu de Vida, que anima a este universo, puede tener preferencias por algún individuo, pueblo o nación en merma de otros individuos, otros pueblos y otras naciones? ¿Acaso el sol priva de su luz a los malvados? ¡Porqué sois egoístas os habéis creado un dios egoísta! ¡Porqué sois injustos habéis creado un dios injusto! Porque debéis de saber la verdad y ésta es que vuestro dios no existe en realidad, es solo un reflejo, una proyección de vuestras almas. Y como vuestras almas son impuras y enfermas, vuestro dios es impuro y enfermo. Solo a individuos ciegos e ignorantes de la Luz de la Sabiduría se les puede ocurrir la existencia de un "pueblo elegido". Pues la verdad es que ningún dios o dioses eligen a un individuo, raza o nación, sino que es cada individuo, raza o nación que se eligen a sí mismos por medio de su voluntad. Y esta autoelección se realiza por esfuerzo y mérito propios, no por haber nacido dentro de una familia, religión, raza o nación.



Así habló Lucifer. Y el pueblo que lo escuchaba, con los rostros enrojecidos de la ira y las bocas espumosas de la rabia, le gritaron:



- ¡Blasfemo! ¡Maldito blasfemo!



Entonces Lucifer respondió:



- ¡Blasfemos vosotros! Blasfemos porque blasfemia es pretender rebajar a nivel humano aquello que está más allá de toda condición humana. ¡Blasfemos vosotros! Porque blasfemia es pretender dar origen divino a palabras y pensamientos provenientes de hombres ambiciosos, egoístas y arrogantes.



Entonces la multitud rugió llena de furor:



- ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! Derramen su sangre para así limpiar con ella la afrenta que ha cometido.



Entonces el pueblo enfurecido se arrojó contra Lucifer y comenzó a golpearlo con puños, palos y piedras. Y en medio de aquella furibunda marejada humana Lucifer pensó para sí:



- Estos hombres aún no están maduros para la gran cosecha. Sus oídos no escuchan y sus ojos son incapaces de ver. Prudente será que me libere y me aleje de ellos, pues sus corazones están llenos de odio, maldad y violencia.



Entonces la multitud arrastró a Lucifer hacia las afueras de la ciudad y comenzó a apedrearlo para darle muerte. Y no dejaron de arrojarle piedras hasta que su cuerpo, totalmente inerte, quedó sepultado bajo un rocoso manto.





El crepúsculo llevó consigo al último de los verdugos.



Entonces Lucifer apartando las piedras se incorporó. Aunque su cuerpo estaba lastimado, su espíritu permanecía intacto.



- ¿Por qué tanta ceguera? - se dijo - ¿Por qué tanta ceguera si en todos nosotros palpita la misma luz? ¿O será que en algunos esta luz se halla oculta por la ignorancia de sí mismos?



Y pensando estas cosas, Lucifer sacudió sus ropas y siguió "Su Camino", protegido por la noche.



Y el amanecer lo alcanzó caminando, pues Lucifer rara vez dormía. Y su descanso era la vigilia y la atenta meditación en sí mismo.

Y aunque el camino que ahora transitaba era más humano, los pocos hombres que se cruzaban con él esquivaban su mirada y evitaban su saludo. Así de pavorosa e imponente era el aura que se escapaba de su rostro.



Entonces sus pasos lo encaminaron a las puertas de otra ciudad. Y ésta era más hermosa, rica y lujosa que las anteriores. Y en la plaza central sobre una gran columna de oro y piedras preciosas estaba escrita la frase:



“Todo tiene su precio”.



Y en aquella ciudad habían muchos dioses, pero había uno que reinaba sobre todos aquellos y el nombre de este dios era: DINERO.



Y por dinero los hombres vendían a sus hijas y a sus mujeres. Y por dinero se vendían entre ellos y a sí mismos y vendían su alma, su lealtad, su honra, su sabiduría y conciencia.



Entonces Lucifer se sintió asqueado de aquella masa maldita y deseó salir inmediatamente de la ciudad, pero su conciencia le exigió decir algo a aquellas mentes oscurecidas.



Y encaramándose sobre la dorada columna, centro de la plaza mayor, Lucifer conjuró a la multitud:



- ¡Ah, humanidad perdida yo te maldigo!



Y aunque me arrastre pobre y herido entre el lodo, jamás seré tu esclavo, siervo, ni mendigo.



Entonces, sin agregar palabra, saltó de la columna y cayendo a tierra, encaminó raudo sus pasos a las afueras de la ciudad.



Pero aquellos que lo habían escuchado lo siguieron ofreciéndole hospedaje en sus casas, pues adivinaban que aquel forastero era dueño de una "extraña sabiduría" que querían poseer, sin embargo, al ver que no se detenía comenzaron a ofrecerle dinero y a intentar comprar su estadía entre ellos.



Entonces empezaron a ver quien daba más y se sorprendían de ver que aquel hombre ignoraba sus ofertas y pronto el precio ofrecido fue de diez millones de piezas de oro y este fue doblado y triplicado. Sin embargo, Lucifer no se vendió.





Y sus pasos lo llevaron a un valle donde un día antes se había realizado una gran batalla.



El campo se hallaba cubierto de cadáveres y su número se contaba por miles.



Entonces Lucifer caminó entre ese mar de muerte mientras pensaba:



- ¿Acaso no es el mundo idéntico a este valle? ¿No está sembrado de cadáveres, hombres vivos que aún no han comprendido que están muertos en su propia ignorancia?



Y al pensar esto su vista paseaba por entre los cuerpos inertes y mutilados.



Entonces, le pareció divisar a los lejos un solitario árbol y apoyado sobre su tronco a un guerrero moribundo.



Y Lucifer se dirigió hacia aquel hombre, contento de ver algo vivo en medio de tanta muerte.



Y sin decir una palabra dio de beber de su agua a aquel desconocido. Limpió su rostro ensangrentado e intentó curar sus heridas, pero descubrió que su pecho había sido atravesado sin compasión por una lanza enemiga. Entonces Lucifer habló:



- Tu corazón está destrozado.



Deberías estar muerto, pero aún vives.



A lo que el guerrero contestó, con voz suave pero firme:



- Me debí haber vendido y no lo hice. Debí haber huido y me quedé a luchar. Ahora debería estar muerto, sin embargo, sigo vivo. Es que mi espíritu es rebelde y me niego a aceptar aquello que no quiero. Debería haberme vendido y vivir en paz, como un cordero, pero no quise. Debería haber huido y no enfrentarme al enemigo, pero lo encaré. Ahora, agonizante y mal herido, debería estar muerto, pero no quiero morir.



Entonces los ojos de Lucifer brillaron con inusitada luz y comprendió que ante él había un hombre que, de alguna manera, se había encontrado a sí mismo.



Y se prometió no dejar morir a aquel hombre y usar de todo su poder para salvarlo, pues pensó que hombres como aquél era lo que necesitaba el mundo: hombres que no se vendieran ni retrocedieran ante el Enemigo, hombres con espíritu de lucha y deseos de vivir eternamente.



Entonces Lucifer impuso sus manos sobre las heridas sangrantes del guerrero, el cual al sentir el espíritu de vida y sanación que lo invadía exclamó:



- ¿Quién eres que me bendices con la vida?



A lo que respondió Lucifer:



- Soy el Portador de la Luz, la conciencia que se manifiesta bajo forma humana. Soy la fuerza que se esconde tras cada ser, cada hombre y mujer, cada bestia y cosa.



Y apenas hubo terminado de hablar, se puso de pie y emprendió su camino.



- ¿A dónde vas hombre extraño? - lo detuvo el guerrero - ¿Cuándo podré escuchar de tu singular sabiduría otra vez?



- Mi sabiduría vive en ti, es tu propio ser. Si te escucharas a ti mismo, no necesitarías de mis palabras.



Luego Lucifer calló unos segundos y agregó:



- Mi espíritu tiene la mirada fija en el Norte. Mi cuerpo permanecerá un tiempo en la Montaña del Dragón.



Y señalando la gran mole rocosa que se erguía en el horizonte, se puso nuevamente en marcha.





Buscaba Lucifer, en aquellas montañas, la tranquilidad de la soledad para poder exaltar así su conciencia.



Sin embargo su paz no duró mucho, pues empezaron a llegar gentes en busca del sabio de la montaña que, según se contaba, había sanado a un guerrero moribundo.



Y así fue como Lucifer se convirtió en maestro, primero de unos pocos y, luego, de muchos.



Y en su intento de enseñar, sólo enseñaba que no hay nada que aprender, pues toda claridad y sabiduría ya se encuentra en el corazón de cada ser viviente.



Pero las gentes empezaron a confundirse, pues aquel que es ciego no ve aunque el sol lo alumbre y el corazón confuso se pierde incluso en el día más claro.



Y empezaron a perderse a ellos mismos de vista y dirigieron sus ojos hacia afuera, hacia la imagen del maestro que les enseñaba.



Entonces Lucifer se dio cuenta y no se permitió caer en la trampa de la oscura ignorancia.



Así fue como un día reunió en torno a sí a todos aquellos que había enseñado y les comunicó su decisión de abandonar el mundo.



Entonces sus seguidores comenzaron a lamentarse de su suerte y sintieron que aquello sería su perdición.



Y Lucifer sonrío, pues comprendió que aquél era el camino que, aunque duro, los llevaría a sí mismos.



Entonces dijo:



- No os lamentéis de mi pérdida, pues la única pérdida digna de lamentar es la pérdida de uno mismo. Y vosotros os habéis perdido hace mucho y jamás habéis llorado por ese gran tesoro ido.



Y uno entre muchos alzó su voz diciendo:



- Maestro, antes de partir háblanos de la esencia de tu enseñanza, para poder así recordarla.



Entonces Lucifer habló:



- Recordaos a vosotros mismos y recordaréis mi enseñanza. No busquéis fuera lo que ya existe dentro, en vuestro espíritu. Mirad que el hombre es como un árbol que crece en la cima de una montaña. Pero esa montaña es en realidad un volcán en cuyo interior arde un fuego claro y poderoso dador de la más perfecta serenidad y fuerza. El calor de este fuego interior ayuda a crecer al árbol, el cual mientras más entierra sus raíces en la profundidad de la montaña, más expande sus ramas a la infinitud del vasto cielo. Recordad siempre que en el mundo hay tres clases de personas: están aquellos que saben su razón de ser, están aquellos que la ignoran y están los "confusos". Y entre los confusos están los que creen saber su verdadera razón de ser, pero en realidad la ignoran y aquellos que se han inventado una razón de ser, que por ser algo artificial los aleja de su verdadera naturaleza. En verdad es importante lo que ahora les digo: Sólo quien se conoce a sí mismo, conoce su razón de ser, conoce su destino y deja de ser parte del rebaño. Y mucho mejor que ser un confuso es reconocer la ignorancia de sí mismo, pues la cura viene cuando la enfermedad es reconocida.



Guardando silencio un instante, continuó:



- La montaña es como el cuerpo, la conciencia como el árbol y el fuego parecido al espíritu de vida. La montaña es como vuestra columna ósea; el árbol como vuestro cerebro, médula y nervios que crecen entre ella; el fuego proviene de vuestra Esencia Creativa cuidadosamente conservada. Sois como madres que guardan en su vientre al embrión del espíritu. Si un niño de carne y hueso demora nueve ciclos lunares en nacer, entonces, el niño del espíritu demorará nueve ciclos solares. Por ello es importante empezar ya. Mi enseñanza guarda su propio secreto y éste se basa en la práctica y en la propia conciencia de sí mismo. Sin embargo, ¿queréis saber más, queréis conocer el secreto? Entonces escuchad el sueño que tuve un día:


EL SUEÑO DE LUCIFER



Sin saber cómo, había llegado a una caverna de enormes proporciones en lo profundo de la tierra. Aunque las paredes y techo de la gruta parecían naturales, es decir, formadas por el goteo incesante y la filtración del agua, el piso era perfectamente liso y nivelado, como hecho por mano humana o alguna otra criatura inteligente. Sentí que estaba en un templo.



A diez pasos de mí se alzaba una gruesa columna pétrea, de unos siete metros de altura, sobre la cual vi de pie a un venerable anciano. Vestía una túnica de mangas largas y talle holgado que le llegaba hasta los tobillos. Su color era gris-azulado, como el de las nubes cargadas de lluvia. A lo largo de su pecho y cosida a ella caía verticalmente, hasta el suelo, una cinta blanca sobre la cual habían sido bordados, en hilo negro, extraños caracteres que no pude reconocer. Igual adorno vi a lo largo del borde superior de sus mangas, en los puños de las mismas y en el embaste de su vestimenta. Tanto las barbas como los cabellos del anciano eran blancos y larguísimos. Su alba cabeza estaba descubierta. Al verlo se me ocurrió que era la típica imagen de un mago.



Alzando uno de sus brazos me ordenó:



-¡Tomad aquella lanza, hecha de la mejor madera del mundo e introducidla en aquel pozo! - al decir esto me señaló un agujero, de un metro de circunferencia, cuya boca estaba a ras de suelo.



Fui y tomé la lanza, la cual era una vara puntiaguda de una madera muy liviana y durísima. Me asombró comprobar que a pesar de su largo, tres metros o más, permanecía perfectamente enhiesta, haciendo alarde de una pasmosa flexibilidad.



Siguiendo las órdenes del anciano me acerqué al pozo. A mis pies vi un hoyo, cavado en la piedra, en el cual había un líquido espeso de color rojo varios metros más abajo. Al principio creí que se trataba de sangre, pero después noté que de él se desprendía una suave fosforescencia. Me pareció, entonces, que se trataba de lava derretida. Aquel pozo era la entrada al infierno.



Apenas introduje la lanza en él, el líquido aumentó su nivel hasta llegar al borde mismo del agujero. Retrocedí, pues pensé que si llegaba a desbordarse, la lava me quemaría.



Para mi sorpresa surgió del pozo un esperpento, un ser bípedo de unos cuatro metros de alto, similar a un sapo o a una tortuga sin caparazón. Caminaba sobre sus cuartos traseros como un hombre. Un solo ojo adornaba su frente. 



Al parecer mis acciones lo habían molestado y ahora se encontraba furioso. Arremetió contra mí. Me defendí usando la lanza. En la refriega me di cuenta que la bestia temía perder su único ojo, entonces concentré mis ataques en él. Pero sorpresivamente, cuando creí que la tenía bajo mi poder, la criatura sufrió una mutación. Sin saber cómo, la vi transformarse en un ser del tamaño de un hombre y con cuerpo de tal, pero su cabeza era similar a la de un murciélago con orejas membranosas, grandes, triangulares y un hocico de filosos dientes. Curiosamente su cuerpo y rostro estaban cubiertos de escamas, como un pez. Su apariencia era muy fornida y musculosa. Antes que pudiera evitarlo, la criatura se alejó de mí corriendo a toda prisa, hasta, perderse de vista 


La voz. 

La voz del anciano llamó mi atención. Me volví a mirarlo y noté que la columna sobre la cual estaba parado disminuía de tamaño, como si estuviese siendo tragada por la tierra. Ya a nivel del piso, el anciano se acercó a mí diciendo:



- Ya lo habéis visto. La criatura tiene el poder de adoptar cualquier forma y utiliza este artificio para hacer caer a la gente en el pozo. Sin embargo no os preocupéis, ya la enfrentasteis y con eso basta para reconocerla en cualquiera de sus formas.



Dicho esto, me tendió un librito, como de un palmo de largo. Yo, tomándole, le abrí al azar en una de sus páginas. En ella vi una ilustración a color: Un velero de cuatro mástiles navegando con todo su velamen desplegado por mar abierto. La superficie del agua en perfecta calma. Alrededor del barco revolotean miles de gaviotas, mientras que del palo mayor un gran pelícano blanco da la cara a proa con sus alas extendidas, mostrando el pecho descubierto.



Miré interrogativo al anciano. Entonces éste me respondió:



- Es un libro de gran contenido hermético. Es el Libro de la Creación. En el capítulo diez encontrarás el secreto de la Piedra Filosofal. Pero antes es necesario que obtengas la Schlitlzt Nimrod, la daga mágica que simboliza y en la cual se halla grabado el Nombre Impronunciable. La reconocerás cuando la veas, porque su imagen está en el alma colectiva de toda la humanidad. Más antes, pon ante mí tu mano izquierda. 



Sin resistirme seguí sus instrucciones, entonces vi con asombró que sobre la palma de mi mano crecía una pequeña enredadera de color verde vivo, como el de la hierba nueva. Su nacimiento estaba en la base, pegado a la muñeca. De aquí seguía el curso de la línea palmar llamada de Mercurio, según dijo el anciano, pero a medio camino se bifurcaba y la segunda rama recorría el rastro de la línea llamada de Saturno. Ambas secciones de la enredadera ascendían un tramo para luego curvarse en dirección del dedo pulgar. Aquella que iba por la línea de Mercurio se curvaba justo por debajo del dedo meñique. La otra, la que seguía el trayecto de la línea de Saturno, cambiaba su curso a la altura del mismo centro palmar. De esta manera ambas ramificaciones venían a morir en el montículo carnoso que hay bajo el dedo índice, al cual el anciano dio el nombre de Monte de Júpiter.



Tres flores brotaban de esta enredadera. Dos de ellas provenían del primer tallo y crecían sobre el Monte de la Luna y el Monte de Apolo respectivamente. La otra florecilla se abría en el Campo de Marte y germinaba de la segunda rama. El mago observó por unos instantes mi mano.



- La parte izquierda de tu conciencia, el lado desconocido de tu mente, es independiente - me dijo -. Esto es positivo para ti, pero aún es muy pequeño y está poco desarrollado. Debes hacerlo crecer.



Cuando le pregunté cómo podía hacerlo, sólo contestó:



- Sigue el Camino.



Dicho esto me puso al cuello un Ank, de oro blanco, en cuyos brazos tenía grabada la frase "Enfrenta la Vida como Guerrero" y, haciéndome señas, indicó que me fuera por donde había visto irse a la criatura del pozo. Le obedecí.



No había cómo perderse. Aquella galería inmensa terminaba en un estrecho túnel, por el cual caminé mucho tiempo antes de llegar a una caverna de parecidas proporciones a la anterior, pero carente de columnas y un piso liso y nivelado. Observé que al otro extremo, de donde me encontraba, se veían las entradas de dos túneles y hacia allá me dirigí.



Al acercarme comprobé que ambos se encontraban muy cerca uno de otro, pero a pesar de su proximidad comunicaban a mundos diferentes. Aquél que se encontraba a mi izquierda, daba acceso a una selva cálida, espesa y exuberante. Desde donde me hallaba podía ver mil formas y oír mil exquisitos sonidos provenientes de aquella tibia floresta. Me pareció que era el paraíso.



El otro túnel daba a un paraje relumbrantemente blanco, todo hielo y nieve. La ventisca y el frío eran sus únicos señores. Me encontraba observando esto cuando de la selvática entrada vi aparecer a una hermosa mujer de piel bronceada. Vestía un traje de hojas verdes, pegado al cuerpo, que le llegaba a mitad de muslos. Era un vestido sin mangas ni hombros, sostenido por un delgado tirante de fibra vegetal. Las facciones del rostro eran bellísimas y su cuerpo armoniosamente proporcionado. Su cabello, largo hasta la cintura. Me miró insinuantemente y me pidió que la siguiera. Me negué. Entonces, ejerció sobre mí un extraño poder y me vi tras ella en contra de mi voluntad. No pude oponerme a su fascinación.



En ese momento me sucedió algo inexplicable. Sin saber por qué, tomé fuerte conciencia de mi región infraumbilical. Sentí una agradable calidez en toda aquella zona e inmediatamente tomé el control de mí. Era como si aquel lugar anatómico fuera el "Centro de mi Voluntad". Dejé de seguir a la bella mujer y me detuve. Ella se dio cuenta de mi rebeldía y volviendo sobre sus pasos me encaró. Yo dirigí una fugaz mirada al nevado túnel; entonces ella, percatándose de mi gesto, habló:



- Ese es un mundo helado, duro, primitivo y bárbaro, ¿lo prefieres al que te ofrezco yo?



Le contesté afirmativamente. Entonces, molesta, hizo un gesto tras el cual aparecieron tres descomunales hombres que me doblaban en estatura, los cuales con actitud hostil, se interpusieron entre el mundo de hielo y yo. En ese instante noté que uno de los gigantes tenía en sus manos una daga de doble filo y hoja larga con arabescos grabados en ella. La reconocí inmediatamente. Era la Schlitlzt Nimrod, el arma mágica de la cual me había hablado el anciano mago.



La mujer volvió a hablarme, entonces vi que había sufrido una transformación. Ahora aparecía como una jovencita de quince años. Su piel era blanca, su cabello castaño e iba vestida con una túnica de color lila que, igual a la anterior, llegaba a la mitad de muslos, pero sin ceñirse al cuerpo; era holgada y con pliegues.



Su aire de sensualidad y voluptuosidad se había trocado por uno de candidez e inocencia.



La vi acercarse a mí con aspecto de ingenuidad y mirar lo que había escrito en el Ank que colgaba sobre mi pecho.



- ¿Cuál es la característica de un guerrero? - preguntó ella, esperando mi respuesta -, ¿acaso es el valor?



- Eso es importante - le contesté, mientras estudiaba cuidadosamente a los tres gigantes -, pero lo es, aún más, ser decidido y tener osadía.



Ella confundida me miró:



- ¿Osadía? - repitió.



Entonces, posando mis ojos en los de ella, la hice con rapidez a un lado y embestí con furia a los gigantes. A pesar de sus tamaños conseguí dejar a dos de ellos fuera de combate, golpeando, a uno, con mi hombro izquierdo y, al otro, con la cabeza. El tercer hombrón me atacó con la daga.



Entonces yo, sin temor alguno, la tomé con mi mano izquierda por la filosa hoja y se la arranqué de los dedos. Hecho esto, el hombre se desvaneció ante mi vista. Me di cuenta que había quedado solo, pues la muchacha también había desaparecido. 



Pasé el arma a mi mano derecha y admiré la forma de su hoja y el arte con que había sido forjada. Penetré en el túnel de hielo y noté con sorpresa que, en donde antes había nieve, ahora existía arena, tierra y piedras. Aquel túnel salía a la superficie, a cielo abierto, a un paraje desolado y seco. Solo se veía uno que otro arbusto o cactus aquí y allá. Puse el puñal en mi cintura y empecé a caminar de prisa, pues el sol caía en el horizonte y pronto oscurecería.



No sé cuánto tiempo caminé, pero me detuve cuando descubrí una polvareda que se acercaba desde la derecha. Cuando por fin pude ver de qué se trataba, quise huir, pero no había lugar dónde cobijarme. Entonces decidí plantarme en mi sitio y, sacando la daga del cinto, esperar mi suerte.



Sobre la llanura una especie de monstruo, una masa peluda, negra, sin piernas ni cabeza, pero con cinco robustos brazos semejantes a los de un simio, se acercaba al lugar donde me encontraba. Avanzaba girando sobre sí mismo, como una rueda, apoyando sus grotescas manos en el suelo. 



Mientras más se acercaba más decidido me encontraba para enfrentarlo. Sin embargo, cuando estuvo a unos pasos de mí, se transformó en una hermosa joven. Yacía a mis pies, totalmente desnuda, tendida sobre la arena. El color de su pelo larguísimo, el tinte de su tez y los rasgos de su rostro, me hicieron recordar los de la mujer hindú. Su sonrisa cautivadora y aquella súplica sensual de sus labios me perdieron. Observé la perfección de su cuerpo, la voluptuosidad de sus formas, la lujuria de su mirada y sin resistirme empecé a acercarme a ella, olvidando que se trataba de aquel repugnante ser que, segundos antes, había visto rodar por el desierto. Estirando sus bellos brazos hacia mí susurró:



- Como les encanta a los hombres humillarse.



Me di cuenta que lo decía por la embrutecedora sensualidad que nos abruma frente a una mujer hermosa. En ese momento tomé conciencia y concentré la atención en la zona infraumbilical de mi cuerpo. Ella, sin dejar de sonreír y con sus brazos extendidos, comenzó a desvanecerse en el aire como una ilusión pasajera, hasta que desapareció totalmente de mi vista.



La noche había caído sobre el desierto.



Allá, a lo lejos, vislumbré el resplandor de una fogata. Encaminé mis pasos en esa dirección.



Al irme acercando distinguí la figura de un hombre. Estaba en cuclillas frente al fuego, observándolo. Su cuerpo, delgado y fibroso, estaba desnudo, salvo por un taparrabo que colgaba de su cintura y que era de vivísimos colores: rojo, naranja y amarillo. Comprendí que estaba realizando algún tipo de ritual.



Llegué junto a la fogata y pude ver su rostro cobrizo y reseco. Sus ojos despedían un brillo extraño. Me di cuenta que era un brujo. Sin mediar palabra alguna me acuclillé a su lado, dando la cara al fuego. Sin mirarme lo vi meter su mano izquierda entre las llamas y sacar, de entre ellas, algo que sostenía con gran delicadeza. Vi con sorpresa que en su palma había posada una flamígera lengua de fuego. Sin preámbulos me la ofreció, indicándome que la debía tomar poniendo la palma de mi mano izquierda contra la suya. Al hacerlo, sentí que la lengua de fuego era absorbida por mi cuerpo. Tres veces el brujo metió su mano en la lumbre y me ofreció aquél trozo de flama. Tres veces acepté su ofrecimiento. Luego, haciéndome un gesto con su cabeza, me instó a mirar la fogata. Así lo hice y pude comprobar que entre las llamas descansaba una serpiente con la cabeza erguida. Era una cobra, la reconocí por el capuchón en su cuello. Tenía un color cobre metálico. Estaba tranquila, tomando un baño de fuego. 



El brujo habló. Me señaló que había sido iniciado en la Hermandad del Dragón. La noche era profunda y protectora. Me dio indicaciones de sentarme en silencio junto a él. Lo hice imitándolo, cruzando las piernas y dirigiendo mi cuerpo hacia el norte, desde donde soplaba una suave brisa. Permanecimos así, silenciosos e inmóviles, una insensible eternidad. Luego, sin saber cómo, nuestros cuerpos se alzaron ingrávidos unos centímetros de la tierra y comenzaron a girar en torno a la fogata, mirando siempre hacia la misma dirección cardinal. Rotábamos en sentido contrario a las manecillas del reloj y noté que, en el breve instante en que la fogata quedaba a nuestras espaldas, pasábamos sobre un círculo dibujado, en el suelo, con extraños caracteres que no supe interpretar.



Cuando la aurora se reflejó en el oscuro cielo, el brujo me ordenó caminar con rumbo al sol naciente. Me indicó que siguiendo esa dirección encontraría dos arroyos. El primero contendría agua común, útil para aplacar la sed del cuerpo. En el segundo correría un agua medicinal de origen mineral, que servía para saciar la sed de vida.



Después de mucho andar encontré los dos riachuelos tal como me lo había señalado, sin embargo, el arroyo de agua medicinal tenía su cauce seco. Deseaba probar de sus aguas, así que tomé la decisión de remontarme hasta la fuente y así beber, del preciado líquido, lo más cerca que pudiese del origen. Siguiendo el reseco lecho subí hasta la cumbre de un gran espinazo de piedra. Allí pude comprobar que aquel arroyo surgía de un pequeño edificio de arquitectura indoarábiga. Atravesé el umbral carente de puertas y así pude dar con una enorme escalera que descendía al interior de la tierra. Bajé por ella largo tiempo, hasta que por fin di a una galería en cuyo centro crecía un enorme y añoso árbol en muy mal estado. Presentaba una apariencia reseca y sus grandes ramas estaban cruelmente mutiladas. Carecía de hojas y daba la impresión de un árbol muerto. Sin embargo, yo sabía que estaba vivo. Observé que junto al grueso tronco, en el piso, habían varias vasijas de arcilla conteniendo agua. Las ocupé todas regando con ellas las sedientas raíces. Había terminado cuando unos golpes secos llamaron mi atención. Motivado por esto me di el trabajo de estudiar la caverna en la que me hallaba. Era obvio que existía en aquel lugar alguien encargado de su cuidado, pues veía cierta simetría y orden que no era propio de los sitios que están sujetos a la espontaneidad natural. Muchas puertas daban a aquella galería. Todas estaban cerradas. Observándolas me di cuenta que los golpes, que sentía, provenían de un viejo portón de madera, el cual, se sacudía ante la violenta embestida de "algo" encerrado tras él. De pronto mi mente se abrió y lo comprendí todo. Allí encerrado, por el cuidador de aquel parque subterráneo, se encontraba el Espíritu del Arbol. Un tipo de fuerza inteligente dispuesta a destruir por el descuido a que había sido expuesto el antiguo roble centro del jardín. 



En ese momento los guardas del lugar, un hombre y una mujer, entraron al recinto y comenzaron a imprecarme por haber regado el reseco tronco, pues con ello había dado renovado vigor al espíritu encerrado. No pude negar nada, ya que en mis manos, aún goteando, tenía uno de los recipientes de arcilla. Las voces de la pareja enfurecieron de tal manera al espíritu, que éste consiguió derribar el enorme portón y liberarse. Emergió de su oscura prisión justo frente a mí. Su poder era increíble. Su forma, similar a un torbellino de viento o tromba marina. Por unos instantes me observó. Le enseñé, entonces, la vasija húmeda que agarraba con mi mano derecha. Lo comprendió todo. Lanzando un bramido inhumano se arrojó sobre la pareja y los devoró.



Yo, sin saber qué hacer, esperé mi destino. El Espíritu del Árbol trocó su furibunda apariencia. Se me acercó lentamente en forma de una barra vertical de luz rojiza. Tendría unos cincuenta centímetros de largo y flotaba en el aire por encima de mi cabeza. Me habló con voz de trueno. Me dijo que a partir de ese momento era el Guardián de las Raíces y que premiaría mi gesto dándome su amistad. Dicho esto vino sobre mí y posándose en mi cabeza sentí como aquella energía, en forma de columna luminosa, me penetraba por ella hasta la garganta. Una tibieza confortable me inundó y me sentí físicamente sano. Sin saber qué, el espíritu hizo algo indescriptible dentro de mí y me cambió. Me sentí como recién nacido. Todas mis enfermedades habían desaparecido.



Cuando el espíritu me dejó, me di cuenta que toda la caverna había reverdeado. Sobre el suelo crecía una mullida hierba, en las rocosas paredes se adherían las enredaderas y hiedras. El viejo árbol se veía frondoso y turgente. Sus mutiladas ramas ahora se presentaban completas y rebosantes de hojas. De sus raíces surgía un manantial de agua fresca y cristalina: este era el origen del arroyo medicinal. 



Me acerqué al roble. Una enorme serpiente de color verde encendido se ocultaba entre el follaje. Noté que en sus costados, a lo largo del cuerpo, tenía dibujado en negro extraños caracteres desconocidos para mí. De pronto otra cosa llamó mi atención. Era una picaflor que revoloteaba entre el ramaje muy cerca de mí. Su cabeza y su cuerpo eran de un rojo intenso, escarlata, mientras que sus alas y cola eran negras azabache.



El Espíritu del Árbol, poniéndose a mi lado, me indicó que lo atrapara. Yo lo intenté, pero no pude, el ave era demasiado rápida para mí. Entonces, el espíritu me aconsejó que lo observara fijamente sin pensar en nada y que cuando sintiese el impulso interno de agarrarlo lo intentara. Le hice caso y así conseguí atrapar, con mi mano derecha, al picaflor por la cabeza. En el mismo momento que la atrapé el ave dejó de ser algo vivo y se trocó en un objeto inanimado, hueco, de consistencia apergaminada. Comenzó a deshacerse entre mis dedos. Para evitarlo la coloqué sobre la palma de mi mano izquierda, sin embargo continuó disolviéndose. De esta manera dejó al descubierto una piedra blanca, como de una pulgada de diámetro, sobre la cual soplé para limpiarla de los restos pulvurulentos que no me dejaban apreciarla con claridad. Su color era similar a la sal de roca. Su forma, esférica, estaba tallada con la apariencia de un capullo de rosa. Era un trabajo simple y primitivo. El espíritu hizo retumbar su voz en mis oídos:



- Es la Piedra Filosofal - bramó -, la meta de los alquimistas. Dilúyela en vino asoleado y bébela. Solo así poseerás el secreto de la inmortalidad.



En aquel preciso instante desperté.



Habiendo escuchado aquel sueño un rumor se dejó sentir entre los asistentes, pues algunos se preguntaban asombrados qué significado tendría. Entonces un visitante, que hacía poco había llegado, gritó:



- Algunos dicen que eres el demonio - y buscaba con ello perderle y denigrarle ante los ojos de todos los presentes.



Entonces Lucifer, con voz clara y serena, exclamó:



- ¿Acaso no es aquello a quien llamáis Diablo hijo de aquello a quien llamáis Dios también? Si en el principio estaba solo aquello a quien decís Dios, el supremo Bien, entonces primero fue el Bien y luego el Mal. Por tanto el Mal surgió del Bien, porque nada puede nacer de la nada. Y porque el Mal se originó del Bien es que la función del Mal es benéfica, porque nada malo puede surgir de lo bueno. Lo que llamáis Dios es el maestro tierno y amoroso que educa con bondad. Aquello que llamáis Diablo es el maestro duro y riguroso que nos enseña a través de la severidad. Por tanto no reneguéis del Diablo, pues algunos somos tan necios que solo aprendemos a golpes. Por tanto no odiéis al Diablo, porque a través de sus pruebas nos hacemos fuertes y libres y accedemos al supremo Bien. ¿Acaso sois tan ciegos que no os dais cuenta que Dios y Diablo son las dos caras de una misma moneda?



Entonces de las gargantas de algunos de los presentes se escapó una exclamación de asombro, pues comprendieron las palabras de Lucifer y despertaron, quedando sus mentes más allá del Bien y del Mal. Sin embargo el desconocido replicó:



- ¿Cuál es tu religión?



- No hay religión más grande que la Verdad, la realidad tal como es - exclamó el Portador de la Luz.



- Vuestra sabiduría sufre del pecado de la soberbia y no se basa en las escrituras sagradas - insistió el extraño.



- Sufro del pecado de la soberbia - dijo Lucifer - pues deseo ser todo lo que soy: quiero ser diamante aunque mi origen sea el carbón. No baso mi conocimiento en lo que dicen los textos sagrados o en lo que afirman los ancianos, no baso mi sabiduría en lo que dicen lo eruditos o asegura la mayoría. Mi sabiduría se basa en lo experimentado por mí mismo sin intermediarios o interpretaciones ajenas, pues es la experiencia propia y directa lo que entrega la verdadera sabiduría. La vida se conoce viviéndola y no a través de creencias, opiniones, especulaciones, teorías, religiones o libros. ¿Queréis leer un libro? Leed el libro de la sabiduría. Ese libro sois vosotros mismos, leedlo así: dirigid vuestra atención hacia vosotros, hacia vuestras sensaciones, hacia vuestros movimientos, hacia vuestra respiración, emociones y pensamientos y en todo momento permaneced serenos, atentos, viviendo el momento.



Entonces el visitante asombrado por aquella extraña sabiduría volvió a preguntar:



- ¿Maestro, quién eres en verdad?



A lo que él respondió:



- Yo soy la Vida, "el Lucifer", el Portador de la Luz: el Lucero de la Mañana que anuncia el fin de las tinieblas y la llegada del Imperio del Sol, el reino de la luz. Soy Prometeo, aquel que arrebató de la nada el divino fuego de la sabiduría, el poder y la luz y lo entregó a los hombres. Y aunque soy el más odiado por el cielo soy, sin embargo, el más amado, pues gracias a mí se ha redimido la oscura materia. Perdiendo mi pureza espiritual y cayendo en los abismos he llevado vida, conciencia y conocimiento a toda carne y la he impulsado hacia los cielos. Comprendan esta paradoja y comprenderán el misterio del universo.



Y habiendo pronunciado estas palabras cayó sobre los presentes un profundo silencio. Y junto al silencio cayó la noche, arropando con su estrellado manto a todo lo viviente. Cuando medianoche llegó rompió Lucifer las tinieblas con su voz. Clavando la mirada en la estrella polar exclamó:



- Quien sigue la senda del Dragón, domina la realidad presente: el aquí y ahora. Conservar la serena quietud es su principio, alcanzar el ecuánime e imperturbable vacío es su meta. Quien sigue la senda del Dragón es como el agua: aunque se adapta a todas las formas no se aferra a ninguna.



Y dirigiéndose al viejo guerrero, a aquel que una vez había estado mortalmente herido en su corazón, le dijo:



- Guerrero solitario que sigues la senda del rayo: Tendrás que sumergirte en la profunda oscuridad y hallar en tus raíces la vida sempiterna. Solo así llegará el momento en que aquello que acecha al otro lado salga a la luz del día. Vendrá de la otra orilla del abismo pletórico de inmortalidad, poder, voluntad y sabiduría. Y así se cumplirá el tiempo en que desprendiéndote de todo te apoderarás del universo.



Y el viejo guerrero comprendiendo las palabras de Lucifer guardó silencio. Y a través del silencio, aquietó su corazón. Y con su corazón sereno entró en profunda meditación. Mas cuando abrió los ojos, poco antes del amanecer, Lucifer ya no estaba entre ellos y el Lucero de la Mañana brillaba con soberbio fulgor sobre el horizonte. 


TODO CUANTO ES LA OBRA SOLAR HA SIDO EXPUESTO.

NOTAS BIBLIOGRAFICAS

Abreviaturas de los títulos más utilizados como referencia:

MC: El Misterio de las Catedrales.
MF: Las Moradas Filosofales.
GO: La Gran Obra.
Kb: El Kybalión.
Vp: La Vipassana.
PS: El Poder Serpentino.
YT: Yoga Taoísta.
EBZ: Ensayos sobre Budismo Zen.


1. MC, cap. París, secc. VII.

2. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. V.

3. MF, cap. El Hombre de los Bosques, Heraldo Místico de Thiers.

4. MF, cap. El Reloj de Sol del Palacio Holyrood de Edimburgo.

5. MF, cap. La Alquimia Medieval.

6. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. X, serie 7, artesón 9.

7. MF, cap. Alquimia y Espagiria.

8. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. XII.

9. MF, cap. I.a Cábala Hermética.

10. MF, Prefacio a la primera edición francesa.

11. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. V.

12. MC, cap. París, secc. V.

13. MC, cap. París, secc.VI.

14. MC, cap. Bourges, secc. II.

15. MC, cap. París, secc. III.

16. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. V.

17. MC, cap. Bourges, secc. I.

18. MC, cap. París, secc. II.

19. MC, cap. El Misterio de las Catedrales, secc. I.

20. MF, cap. Los guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. IV.

21. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. III.

22. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. II.

23. MC, cap. El Misterio de las Catedrales, secc. IX.

24. MF, cap. La Cábala Hermética.

25. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. II.

26. MF, cap. Louis d'Estisaac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

27. MC, cap. La Cruz Cíclica de Hendaya.

28. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. II.

29. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. VI.

30. MC, cap. El Misterio de Las Catedrales, secc. IV.

31. MC, cap. París, secc. I.

32. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. V.

33. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. VII.

34. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. II.

35. MC, cap. París, secc. VI.

36. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

37. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IV, serie 1, artesón 3.

38. MC, cap. París, secc. I.

39. MF, cap. Paradoja del Progreso Ilimitado de las Ciencias.

40. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VI, serie 3, artesón 6.

41. MC, cap. El Misterio de las Catedrales, secc. III.

42. MC, cap. París, secc. III.

43. MF, cap. Alquimia y Espagiria.

44. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. II.

45. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. IV.

46. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VII, serie 4, artesón 7.

47. MC, Conclusión.

48. MF, cap. Alquimia y Espagiria.

49. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

50. MC, cap. Paris, secc. III.

51. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IV, serie 1, artesón 6.

52. MF, cap. La Alquimia Medieval.

53. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. III.

54. MF, cap. Química y Filosofía.

55. MF, Prefacio a la tercera edición francesa.

56. MC, Prólogo de la tercera edición.

57. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

58. MC, cap. Amiens.

59. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. V, serie 2, artesón 3.

60. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. III.

61. GO, meditación 2: Preparación y purificación.

62. GO, meditación 1, encabezado.

63. Kb, cap. II: Los Siete Principios Herméticos.

64. Kb, cap. III: Transmutación Mental.

65. MF, cap. El Reloj de Sol del Palacio Holyrood de Edimburgo.

66. GO, Apéndice: La Tabla Esmeralda de Hermes Trismegisto.

67. MC, Prólogo de la segunda edición.

68. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. VI.

69. MF, cap. Louis d’Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

70. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

71. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc.VII, serie 4., artesón 6.

72. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. VI.

73. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. V.

74. Vd., Apéndice A: La Importancia de Vedana en la Enseñanza del Buda.

75. Dhammapada, cap. I, ver 1 y 2,

76. Vd., cap.III, La Causa Inmediata.

77. EBZ, Tomo 3, Ensayo IV: Historia del Budismo Zen desde Bodhidharma hasta Hui-neng.

78. MC, Prólogo de la segunda edición.

79. MC, cap. Amiens.

80. MC, cap. París, secc.III.

81. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. III.

82. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

83. MC, cap. París, secc. V.

84. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. VI.

85. Versos de Shen-hsiu (muerto en el año 706), el más erudito de los discípulos de Hung-jen, quinto patriarca del budismo zen.

86. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. II.

87. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

88. MC, cap. París, secc. III.

89. MC, cap. París, secc. IV.

90. PS, cap. V: Los Centros o Lotos.

91. PS, cap. I: Presentación.

92. MC, cap. Bourges, secc.II.

93. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc.VI.

94. PS, cap.VI: La Práctica.

95. PS, cap.II: La Consciencia Incorpórea.

96. PS, cap.III: La Consciencia Corporizada.

97. PS, cap.VI: La Práctica.

98. GO, meditación 4: Disolución.

99. GO, meditación 8: Coagulación.

100. PS, cap.IV: El Mantra.

101. GO, meditación 1: El Sujeto del Arte.

102. GO, meditación 2: Preparación y purificación.

103-A. Maha-Paranibbana Suttanta, D.16.

103-B. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. V, serie 2, artesón 2.

104. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

105. MC, cap. El Misterio de las Catedrales, secc. VIII.

106. MC, cap. París, secc. I.

107. MF, cap. El Mito Alquímico de Adán y Eva.

108-A. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VIII, serie 5, artesón 2.

108-B. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IX, serie 6, artesón 2.

109. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VII, serie 4, artesón 7.

110. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. II.

111. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IV, serie 1, artesón 5.

112. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

113. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. V, serie 2, artesón 1.

114. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. IV.

115. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador de Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. III.

116. Diccionario Español Espasa-Calpe de 1a Lengua China.

117. MC, cap. Paris, secc. VII.

118. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador de Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

119. GO, meditación 1: El Sujeto del Arte.

120. GO, meditación 10: El Lirio del Arte, Quintaescencia o Elixir Perfecto.

121. E1 Budismo Tibetano, segunda parte, cap.3: Práctica General.

122. MF, cap. La Cábala Hermética.

123. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. VI.

124. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VIII, serie 5, artesón 1.

125. MC, cap. París, secc. IV.

126. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

127-A. MF, Prefacio a la segunda edición francesa.

127-B. MC, cap. París, secc. V.

128. MC, cap. París, secc. III.

129. PS, cap. I: Presentación.

130. Vp, cap.VI, El Adiestramiento de la Concentración.

131. YT, cap.4: Captación del Agente Alquímico Externo Microcósmico.

132. MC, cap. París, secc. IV.

133. YT, cap.8: Inmersión del Espíritu en la Cavidad Inferior Tan T'ien.

134. MC, cap. El Misterio de las Catedrales, secc. VI.

135. PS, cap. III: La Conciencia Corporizada.

136. PS, cap. II: La Conciencia Incorpórea.

137. PS, cap. VII: Bases Teóricas de este Yoga.

138. PS, cap. VI: La Práctica.

139. MC, cap. París, secc.VI.

140. Vp, cap. IX, La Meta.

141. Vp, cap. VII, El Adiestramiento de la Sabiduría.

142. Vp, cap. VIII, Atención y Ecuanimidad.

143. Vp, cap. VII, El Adiestramiento de la Sabiduría.

144. Vp, cap. IX, La Meta.

145. PS, cap. VII: Bases Teóricas de este Yoga.

146. YT, cap.9: La Respiración Inmortal o la Rueda Automática de la Ley.

147. GO, meditación 4: Disolución.

148. MF, cap. Los Guardias de Escolta de Francisco II, Duque de Bretaña, secc. VI.

149. MF, cap. El Maravilloso Grimório del Castillo de Dampierre, secc. IX, serie 6, arteson 5.

150. MF, cap. El Reloj de Sol del Palacio Holyrood de Edimburgo.

151. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

152. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

153. MC, cap. Bourges, secc. II.

154. MC, cap. París, secc. IV.

155. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. V, serie 2, artesón 4.

156. MC, cap. París, secc. I.

157. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IV, serie 1, artesón 5.

158. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IV serie 1, artesón 6.

159. YT, cap.11: Impulsando el Elixir de Inmortalidad dentro del Caldero.

160-A. YT, cap.4: Captación del Agente Alquímico Externo Microcósmico.

160-B. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IX, serie 6, artesón 1.

161. YT, cap. 12: Preparando el Elixir de Inmortalidad.

162. MC, cap. París, secc. III.

163. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético; secc. V.

164-A. MF, cap. El Hombre de los Bosques, heraldo místico de Thiers.

164-B. MC, cap. París, secc. III.

165. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IV, serie 1, artesón 3.

166. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. XI.

167. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. V.

168. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. X, serie 7, artesón 9.

169. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

170. MF, Prefacio a la tercera edición francesa.

171. YT, cap. 8: Inmersión del Espíritu en la Cavidad Inferior Tan Tien.

172. YT, cap. 9: La Respiración Inmortal o la Rueda Automática de la Ley.

173-A. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

173-B. YT, cap. 7: Permanencia en el Centro para Realizar la Unidad de Cielo y Tierra.

174. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. I.

175. MF, cap. Alquimia y Espagiria.

176. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. IV.

177. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. XI.

178. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VII, serie 4, artesón 2.

179. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. IV.

180. MF, El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. V, serie 2, arteson 4.

181. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VIII, serie 5, artesón 4.

182. YT, cap. 10: El Método para Acopiar Vitalidad.

183. YT, cap. 15: El Egreso.

184. Tres Tratados de Hermes Trismegisto, cap. La Llave, versículos 13, 16 y 18.

185. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VI, serie 3, artesón 8.

186. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc. VII.

187. YT, Prefacio.

188. MF, cap. El Maravilloso Grimório del Castillo de Dampierre, secc. IX, serie 6, arteson 3.

189. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VI, serie 3, artesón 1.

190. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VII, serie 4, artesón 4.

191. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. VI, serie 3, artesón 1.

192. MC, cap. París, secc. III.

193. MC, cap. Bourges, secc. II.

194. MC, cap. París, secc. IV.

195. MF, cap. La Salamandra de Lisieux, secc.II.

196. MF, cap. Louis d'Estissac, gobernador del Poitou y de la Saintonge, gran oficial de la corona y filósofo hermético, secc. II.

197. GO, El Mysterium Magnum.

198. MC, cap. París, secc. VI.

199. MC, cap. Amiens.

200. YT, cap. 10: El Método para Acopiar Vitalidad.

201. YT, cap. 2: El Caldero y la Estufa del Microcosmos.

202. YT, cap. 6: Acopio del Agente Alquímico Interno Microcósmico.

203. YT, cap. 5: Fuegos Rápido y Lento.

204. MF, cap. El Maravilloso Grimorio del Castillo de Dampierre, secc. IX, serie 6, artesón 5.


BIBLIOGRAFIA RECOMENDADA


1. EL MISTERIO DE LAS CATEDRALES;

Fulcanelli, editorial Plaza & Janés, S.A.



2. LAS MORADAS FILOSOFALES;

Fulcanelli, editorial Plaza & Janés, S.A.



3. ALQUIMIA;

Titus Burckhardt, editorial Plaza & Janés, S.A.



4. LA GRAN OBRA;

Grillot de Givry, editorial Muñoz Moya y Montraveta.



5. TRES TRATADOS: POIMANDRES, LA LLAVE, ASCLEPIOS; Hermes Trismegisto, editorial Aguilar Argentina, S.A.



6. EL KYBALION;

Tres Iniciados, editorial Kier S.A.



7. EL PODER SERPENTINO;

Sir John Woodroffe, editorial Kier S.A.



8. ENSAYOS SOBRE BUDISIMO ZEN;

D.T. Suzuki, editorial Kier S.A.



9. EL BUDISMO TIBETANO;

John Blofeld, editorial Martínez Roca, S.A.





10. LA VIPASSANA;

William Hart, editorial Edaf, S.A.



11. YOGA TAOISTA: ALQUIMIA E INMORTALIDAD;

Lu K'uan Yu, editorial Altalena S.A  

Gracias a Friedrich V.L. y a Ambrosius G.l

No hay comentarios:

Publicar un comentario